Tras el buen sabor de boca que dejó Gigantes (2018-1019), serie sobre una dinastía feroz del barrio madrileño de Lavapiés que controla una compleja red de tráfico de drogas, extorsión y asesinato, Enrique Urbizu (Bilbao, 1962) vuelve a aliarse con los guionistas Miguel Barros y Michel Gaztambide para contar en Libertad una potente y violenta historia de bandoleros situada a comienzos del siglo XIX. La protagonista es Lucía, la Llanera, una mujer que sale de la cárcel acompañada de su hijo tras 17 años de presidio. Con el fin de conquistar de una vez por todas su ansiada libertad, el personaje interpretado por Bebe se vera obligada a lidiar con su pasado, al tiempo que se ve envuelta en los planes y conspiraciones del gobernador Montejo (Luis Callejo) para capturar a dos bandidos: el Lagartijo (Xabier Deive) y el Aceituno (Isak Férriz). Una historia de aventuras con aroma a wéstern que podrá disfrutarse en dos formatos a partir de este viernes: como serie de televisión de cinco capítulos de 50 minutos en Movistar + o como largometraje de 138 minutos en salas de cine. Hablamos con el director de La vida mancha (2003) de una obra que se sale de la horma habitual de la producción española.

Pregunta. ¿Es Libertad el wéstern que siempre quiso rodar?

Respuesta. En ningún momento me lo quise tomar así. Creo que tiene más de wéstern No habrá paz para los malvados (2011) que Libertad. Es cierto que si ves a un personaje con sombrero subido a un caballo por el campo lo primero en lo que piensas es en este género cinematográfico, pero en Libertad estamos en el pre wéstern. Hay que tener en cuenta que la estética del wéstern bebe de toda una herencia cultural sembrada por los españoles 200 años antes. En ese sentido, me he acercado a la historia sin ningún tipo de complejo y no teníamos ninguna referencia de ese tipo.

P. En el cine español existe un precedente claro respecto a la figura del bandolero, que es Curro Jiménez. ¿Es una serie que le interesaba?

R. Para mí es seminal, Curro Jiménez forma parte de la forja de mi vocación como cineasta. De pequeño veía la serie religiosamente y luego tuve el honor de conocer y trabajar con Sancho Gracia. Pero para mí Curro Jiménez es intocable y no quería ni dialogar con ella ni homenajearla ni intentar fotocopiarla. De hecho, hemos huido de la estética tradicional andaluza del bandolero. Por eso, la primera gran decisión que tomamos fue la de situar la acción al norte, en la meseta. Bandoleros y bandidos hubo en toda Europa y en toda la península ibérica: Extremadura, Cataluña, Navarra...

P. Al menos sí estará de acuerdo en que Libertad tiene mucho de cine de aventuras, y no es un género que hayamos abordado mucho en España… 

R. Sí, Libertad es un viaje de aventuras, de iniciación, de descubrimiento… El problema con el cine de aventuras es que es caro, porque implica reconstrucciones de época, e induce a la desconfianza. En España tenemos un background histórico que nos permitiría incidir en el cruce de géneros, de la aventura a la road movie, pasando por el bélico… Hay mucho territorio por explorar en el cine español. El XIX, por ejemplo, es un festival. Para pensar el presente es casi imprescindible arrancar desde comienzos de ese siglo, también para ver cuales son los trenes que hemos perdido. En la serie está muy presente la Revolución Francesa, por su cercanía en el tiempo, ya que todo transcurre en 1807, pero el resto del siglo es apabullante en cuanto a acontecimientos y se merecería un buen ciclo. 

P. Se podría decir que se ha echado al monte literalmente para rodar Libertad

R. Ha sido una experiencia física, un otoño-invierno en el campo, y luego, cosas del destino, confinamiento a las dos semanas de acabar semejante experiencia. La serie respira aire puro, lo que puede proporcionar un cierto placer visual y sonoro, sensorial, al espectador. Más aún teniendo en cuenta las circunstancias que estamos viviendo. El rodaje nos exigía adaptarnos a la naturaleza, a la lluvia, al viento y al frío, pero no hemos discutido con ella: cogíamos lo que nos daba. Ha sido una experiencia inolvidable.

P. ¿Qué fue lo más duro del rodaje?

R. Los madrugones y el frío. También, por culpa del barro, perdíamos mucho tiempo en acceder a algunas localizaciones. Pero la autenticidad que pueda respirar la serie obedece también a las condiciones del rodaje. Y yo he disfrutado como si fuera un mono con un lápiz. Además, los guiones de Miguel Barros y Michel Gaztambide son siempre sorprendentes, y a escenas casi normales les suelen dar un tratamiento especial, siempre estimulante para los actores. Ha habido escenas difíciles de rodar desde aspectos físicos, por ejemplo cuando había que subir una montaña con cuerdas, pero hay escenas emocionales o más ambiguas que eran mucho más delicadas. No son guiones fáciles, pero sí estimulantes, al igual que en Gigantes, y eso en definitiva es lo que mola. 

P. ¿Cómo han abordado el trabajo de cámara? 

R. La mayoría de referencias que manejamos en el inicio del proceso con Unax Mendia, director de fotografía, y con el departamento de arte de Manuel Ludeña procedían de la pintura de la época, de Goya o Fortuny. Nos fijamos mucho en sus paletas de colores y texturas, y tratamos de trasladar todo esto también al vestuario. A nivel de cámara, optamos por el formato 2:35 y Unax se trajo las ópticas anamórficas de última generación, ya que el cuidado de la imagen era primordial. Para mí rodar en exteriores era un problema nuevo, porque no estoy acostumbrado a que no haya líneas rectas o a hacer planos generales, que me encantan pero no son habituales en el cine urbano. También hemos sido muy cuidadosos con la narrativa de itinerario: ahora van, ahora suben, ahora bajan… Pero, como siempre, el trabajo con los actores y el encuadre es lo principal. Pero me entiendo muy bien con Unax, no tenemos que hablar demasiado para que el trabajo fluya.

Jasón Fernández, Bebe y Sofía Oria en un momento de 'Libertad'. Foto: Emilio Pereda / Movistar+

P. Hábleme un poco de la Llanera. ¿Quién es y qué busca a lo largo de la serie? 

R. La Llanera procede de una guion inédito de Miguel Barros que cuenta su historia de amor con el Lagartijo. Cuando se dio la posibilidad de hacer la serie decidimos arrancar 17 años después de estos acontecimientos, cuando el personaje sale de prisión con el hijo de ambos ya criado. Esto provoca la venida de El Lagartijo, convertido ya en personaje mítico, y al mismo tiempo atrae la atención de otras bandas de bandoleros. Por tanto, conocíamos perfectamente el pasado de la Llanera, lo que nos fue muy útil para construir su presente. Es una mujer que lo único que quiere es sacar a su hijo del territorio de la violencia y alcanzar el control de su propia vida, porque está cansada de que, como se dice vulgarmente, la mangoneen. Fundamentalmente, es una historia de inicios del XIX alrededor de esta madre y su hijo, con un fondo en el que se discuten conceptos como la ley, que representan el terrateniente y el gobernador, o la anarquía del Aceituno.

P. ¿Qué hizo que se decidiera por Bebe para el papel?

R. Una prueba de unos cuatro minutos que me trajo Rosa Estévez, la directora de casting. Me dije: “Madre de dios, ¿qué es esto?”. El acento, el careto, la edad, el temperamento… Quedamos para conocernos y no hubo más que hablar. Con el año te fías del instinto e intuyes a las personas. La Llanera que va a ver la gente es impensable de todo punto sin Bebe. Llegó al rodaje como una moto. Había aparcado su carrera musical y tuvo las santas agallas de cortarse la melena en lo que fue un día mítico. E, igual que los demás, disfruto como un pingüino en un iceberg. 

P. A través de sus personajes, Libertad afronta temas que se encuentran de plena actualidad: desde el feminismo de la Llanera, a la antimonarquía del personaje de Ginés García Millán, la homosexualidad del Aceituno y su hermana o la corrupción del poder…

R. Estos temas aparecen si te asomas al pasado, ya estaban en la época. Ahora lo que hay son ecos. Es inevitable pensar en el presente cuando oyes ciertos diálogos de la serie, pero es que gran parte de estos lodos son de aquellos polvos. Evidentemente sí que hay un ánimo de poner sobre la mesa conceptos como comercio, libertad, orden, anarquía, monarquía… Está la Revolución Francesa de background y luego un pueblo, sobre todo en el ámbito rural, absolutamente olvidado, analfabeto, sometido a unas condiciones de vida muy duras y serviles. Reflejamos un país que intenta subirse al tren de la historia, pero que no siempre lo consigue. Eso sí estaba en el ánimo del retrato coral.

P. ¿Cómo surgió la idea de hacer una película de la serie, no es algo que ocurra habitualmente? 

R. Fue completamente sobrevenido. Mostramos la edición de la serie a Movistar y a los productores en sala grande, porque está concebida y rodada para apreciar el tamaño y que los planos duren y puedas mirar, y les gustó mucho. En algún momento, a alguien se le ocurrió la idea de brindarle a la audiencia la opción de elegir y me preguntaron si había posibilidad de que la serie contuviera un largo que fuera sostenible. Y es curioso porque nos pasamos todo el rodaje lamentándonos de que nuestro trabajo solo se fuera a ver en la televisión. Al final la ficha volvió a la casilla de salida y me encerré con Asunción Marchena, la montadora, y descubrimos que sí, que era posible. La serie tiene una almendra central que se sostiene y que era plausible mostrar en un largo sin caer en una reducción o una chapucilla. 

P. ¿Cuál es la principal diferencia entre un formato y otro?

R. La percepción. Alguna cosa ha cambiado en la escaleta, el ritmo es distinto, la banda sonora tiene tratamientos diferentes… En el cine las condiciones de percepción permiten una mayor sutileza, no tienes la obligación permanente de impacto que exige la tele. Siendo la misma historia, es un relato discretamente diferente. La serie, eso sí, se permite el placer de entretenerse con una vieja que canta o con el sustanciero, ofrece un mayor trasfondo del XIX. La película va más a la historia concreta del viaje de la bandolera.

Unax Mendia, director de fotografía, y Enrique Urbizu durante el rodaje. Foto: Emilio Pereda / Movistar+

P. No es el mejor momento para estrenar en cines. ¿Qué expectativas tienen?

R. No es un momento fácil, pero al mismo tiempo es muy ilusionante, porque estamos deseando salir de casa. Además, una película tiene la ventaja de que en dos horas ya has visto el relato y no tiene que estar tres años esperando a ver que hace el enano de Juego de Tronos, que es algo agotador. El cine en salas no puede desaparecer, tiene ese reclamo de lo colectivo y de la unidad del visionado, que no puedas parar la reproducción ni para ir al váter ni para ver qué hay en la nevera.

P. Los cines todavía no se han recuperado del golpe del Coronavirus. ¿Cómo ve la situación de la industria? 

R. Parece que necesitamos más ficción que nunca, pero no se como se va a conformar esta ficción. Supongo que habrá muchos productos referentes a la pandemia y también mucha evasión. En cualquier caso, debido a las circunstancias, se ha puesto en valor la importancia de la ficción para soportar ciertos momentos de la vida cotidiana. Lo que es cierto es que hay actividad, se está rodando con muchas precauciones y profesionalidad. Ahora hay que ver si entre todos somos capaces de recuperar las salas. Los americanos están un poco confusos, haciendo cosas raras. Se han cerrado muchas salas y habrá que ver qué panorama nos va a quedar en la exhibición cinematográfica. Pero las plataformas siguen enloquecidas con sus ofertas, generando mucho contenido. Eso me hace pensar que va a haber trabajo para los equipos. Más complicado lo tienen los compañeros del teatro o de la música, lo están pasando peor. Me acuerdo mucho de las orquestas de las fiestas veraniegas de los pueblos. Esa gente tiene que estar muy jodida.

P. Hay mucho apocalíptico que anuncia la muerte de la sala de cine...

R. El cine siempre ha estado lleno de apocalípticos. Con el sonoro ya hubo voces que predijeron el final. Pero el cine y lo audiovisual es el lenguaje imperante entre los más jóvenes y el más importante para la lectura del mundo actual. Si algo es el futuro, es audiovisual. Pero tenemos una tara y una disfunción desde hace décadas en la educación del público y de la audiencia en el relato audiovisual. Los franceses llevan muchos años enseñando en los institutos a los chavales a relacionarse con las películas, a saber leerlas de varias maneras, formalmente y temáticamente. Aquí estamos más despistados. 


@JavierYusteTosi