José Coronado, Helena Miquel, Enrique Urbizu, y los actores Rodolfo Sancho y Juanjo Artero durante la presentación en San Sebastián. Foto: Reuters

JUAN SARDÁ (San Sebastián)

El universo del director vasco Enrique Urbizu es plenamente reconocible: policías al límite, mafiosos de poca monta y ninguna moral, tugurios de la peor calaña y una trama dominada por la intriga y los vuelcos de guión. Desde aquella ya mítica Todo por la pasta (1991) hasta hoy, Urbizu se ha movido como pez en el agua en los terrenos más pantanosos del thriller sin fisuras, en el puro cine negro de raigambre clásica y sabor plenamente español. Desde La caja 507 (2002), aún hoy su mejor película, Urbizu ha encontrado en el rostro de José Coronado a su actor fetiche, el icono con el que se identifica su cine tan auténtico como reconocible, tan proclive a bucear en las pasiones menos decorosas del ser humano. No habrá paz para los malvados, presentada hoy en San Sebastián con aplausos y algún desplante, vuelve a reincidir en ese universo oscuro y torturado y lo hace con buenas armas, dando muestras de buen cine y de pulso narrativo aunque no todo es perfecto.



La película cuenta la historia de Santos Trinidad (Coronado), un policía alcohólico con un pasado ejemplar que se ha convertido en un deshecho humano. En alguien a quien, como él mismo dice en un momento del filme, "no quiere nadie". Un tiroteo en un bar desencadena una verdadera cacería por encontrar al único testigo del incidente por parte de la policía (la buena, sobre todo una jueza de intachable rectitud) y del propio Santos, lógicamente obsesionado con borrar las huellas de su ominoso homicidio. Urbizu se la juega dando el protagonismo a un personaje antipático hasta límites insospechados, una verdadera ruina humana sin ningún tipo de moral ni de escrúpulos, capaz de todo por limitarse a sobrevivir entre cubatas, putas y un dolor que adivinamos infinito. Coronado se luce con su personaje más complicado hasta la fecha, dando verosimilitud y fuerza a una criatura salvaje y vulnerable.



El problema de No habrá paz para los malvados tiene que ver con lo difícil que resulta creerse su punto de partida, un asesinato masivo que sucede sin ton ni son ni orden ni concierto. Demasiados muertos en pantalla sin que se explique muy bien en ningún momento cómo se ha llegado hasta allí. Santos mata sin más y el posterior desarrollo del personaje tampoco acaba de despejar la duda de forma convincente sobre el motivo de tanta destrucción. Los problemas continúan con una trama excesivamente alambicada en la que acaban apareciendo unos terroristas islámicos que sirven como redención en falso para el malvado protagonista. Porque en esta película casi todos son malvados. Demasiadas vueltas de guión acaban mareando al espectador, que termina por desentenderse de una trama excesivamente compleja y enloquecida.



Sin embargo, No habrá paz para los malvados no sólo no es una mala película sino que es una película notable con defectos. La interpretación de Coronado, que llega a dar verdadero miedo, un clima malsano muy bien conseguido, el retrato de un Madrid decadente y corrupto filmado con sobriedad y belleza, unos diálogos por lo general verosímiles y a ratos incluso memorables y la sensación de sangrante realidad que desprende casi toda la película la convierten en uno de los platos fuertes, desde ya mismo, del Festival.



No hay que decir gran cosa sobre la marcianada que ha presentado Kim Ki Duk en Sección Oficial, Amén, recibida con abucheos y odio generalizado. Una actriz que vaga por Europa buscando a un misterioso artista, mucho ruido de fondo, la propia sombra del cineasta en algunos planos o la ausencia de diálogos certifican su voluntad autoral, o como él mismo ha dicho en rueda de prensa de hacer películas "fuera del sistema". "No he hecho este filme para que los críticos me pongan cinco estrellas", también ha confesado alarmado. Ni cinco ni una, Amén es un coñazo de mucho cuidado.