Fernando Pérez en un momento del rodaje
Casi quince años después de rodar Suite Habana el director cubano vuelve a posar su mirada sobre la capital caribeña en Últimos días en La Habana, una visión mucho más amarga sobre una ciudad en ruinas que obliga a sus habitantes a prostituirse y vivir en unas condiciones de miseria espeluznantes.
Pregunta.- Vemos una Habana mucho más amarga que la de Suite Habana. ¿Ha empeorado todo desde entonces?
Respuesta.- Esta película lo que hace es de manera testimonial, desde la ficción, recoger a esos personajes y ver qué ha pasado con ellos 16 años después. Efectivamente, las condiciones de vida se han endurecido. La supervivencia se ha vuelto muy difícil y todo eso genera actitudes mucho más contradictorias. Quería que el espectador fuera capaz de comprender a estos personajes aunque sus acciones no sean las mejores. Cuando te enfrentas a una miseria tan grande surge una relatividad de la ética. No quiero que las interpretaciones posibles sean categóricas, espero que cada espectador sepa encajar este drama personal en el contexto de la realidad cubana.
P.- ¿Es inmoral juzgar a quien se prostituye porque literalmente no tiene otra salida?
R.- No puedo juzgar a un personaje como el "pinguero" (un chapero que hace amistad con la pareja) a partir de la moral tradicional. Es lo que veo en las calles de La Habana. En los extractos más populares nadie entra a juzgar si está bien o está mal prostituirse porque es una cuestión de supervivencia diaria, no existen esos juicios morales que se dan en otros ámbitos de la sociedad. Todo es mucho más espontáneo y eso es lo que quiero reflejar en el filme.
P.- Por muy feas que se pongan las cosas, ¿es imposible que en La Habana no hay al menos un momento para la alegría?
R.- Por eso utilizo en la película la canción popular 'Chuca pirulí', porque tiene un poco esa cosa de ser una canción alegre con un punto amargo e irónico. Me gusta la definición que hacía Jean Renoir en La regla del juego cuando decía que era un "drama alegre". La intención es provocar una cierta ambivalencia en la proyección de los personajes. Hay una idiosincracia que tiene que ver el choteo criollo, con tener siempre una expresión positiva aunque la situación sea catastrófica; lo que se riñe con la realidad pero es una forma de liberar sentimientos de amargura o de descontento. Aquí el humor también es más amargo.
P.- Una pareja, un apartamento, y el pequeño mundo a su alrededor. Podría ser perfectamente una obra de teatro.
R.- Buscaba una película muy sencilla donde la veracidad de los personajes fuera lo primordial. Uno está acostado todo el rato y la película se tenía que sostener a partir del diálogo y el trabajo con los actores. Me interesa mucho la dinámica del matrimonio. En este caso es una pareja homosexual pero las dinámicas de fondo son las mismas y las pruebas de fuego a las que se enfrenta todo matrimonio pueden ser incluso más duras. Son una de esas parejas de larga duración que se convierten en dos solitarios que viven juntos a los que une todas las que han compartido y siguen compartiendo. No se pueden juzgar los sentimientos.
P.- A pesar de la reputación de la sanidad cubana lo terrible es que el enfermo de sida en Europa no estaría moribundo.
R.- Es una muestra más de cómo los presupuestos de la sociedad cubana no se han cumplido. Nuestro proyecto de sociedad ha fracasado. Me gustaba que fueran homosexuales porque en parte acentúa aún más las contradicciones de la sociedad cubana. Se suponía que iba a ser un régimen igualitario y la discriminación a los gays demuestra que no lo ha sido. El personaje de Jorge Martínez (el enfermo) representa una actitud mucho más activa, alguien que ha desafiado a la sociedad mientras el de Patricio Wood ha optado por integrarse y tratar de pasar desapercibido.
P.- Ese último plano demoledor del McDonald's en plena nevada no parece decir que les pueda ir mucho mejor a los cubanos en Estados Unidos.
R.- Esa imagen se me quedó grabada una vez en 1995 que me fui a visitar a mi hijo allá. Él se marchó a vivir allí y le ha ido bastante bien. Conducíamos de madrugada en medio de una gran nevada y paramos a comer algo en un McDonald's y ahí estaba un emigrante latinoamericano perdido en medio de la nada. No se oía nada salvo la nieve cayendo y me entró una gran desolación. Esa imagen representa para mí el drama que puede ser muchas veces la emigración.
P.- ¿Ha cambiado algo con la muerte de Fidel Castro?
R.- No ha cambiado nada. Si hubiera desaparecido de repente, si hubiera sido catártico, pero llevaba tantos años retirado que la sociedad estaba preparada para eso. Ahora mismo la situación es de incertidumbre, en la que todo el mundo aspira a un cambio pero no cambia nada. La situación económica ha tocado fondo y la transformación en los valores sociales y políticos es inaplazable. Pero no está nada claro lo que va a pasar y si lo que va a pasar va a ser lo mejor. Hubo una pequeña esperanza con el acercamiento de Obama pero con Trump es muy distinto. Es muy difícil saber cómo se va a desarrollar y ahora mismo la situación es terrible.
@juansarda