El director Manuel Fernández-Valdés presenta en Naves Matadero la película Angélica (una tragedia), una inmersión en el proceso creativo y la filosofía artística de una de las artistas dramáticas españolas más reconocidas internacionalmente.





Mucho antes de gozar del cuasi unánime reconocimiento internacional, el teatro de Angélica Liddell fue vilipendiado y ostraciado por buena parte de la familia teatral española. Porque resulta difícil asumir que la autora, poseedora de una de las escrituras dramáticas más hondas, originales, deslumbrantes y provocadoras del teatro actual; pueda comer tierra o producirse cortes y laceraciones durante sus funciones. Algo que nace de su visión de que el arte, el teatro, es más importante que su propia vida. "Utilizo el teatro para encontrarle un sentido a la vida. Por eso es más importante que la vida. Porque gracias al teatro organizo el dolor, y lo comprendo", asegura Liddell. Una visión que sí han comprendido en Francia y en buena parte de Europa (hasta en festivales canónicos como el de Aviñón), donde la provocativa escritora, dramaturga y actriz es recibida en pie y con ovaciones.



Manuel Fernández-Valdés se cruzó por primera vez con el teatro de Liddell a mediados de los 2000, viendo una obra de unos 15 minutos que le recomendó un amigo. "Vete, que no te vas a arrepentir, me dijo. Y no lo hice", afirma el director. "Me quedé muy impactado con ella y comencé a profundizar en sus textos, en esos monólogos tan característicos. Entonces me surgió la duda de cómo los ensayaría, cómo se pondría ante un espejo y se vaciaría". De esa pregunta ha nacido la película documental Angélica (una tragedia), una inmersión en el proceso creativo y la filosofía artística de una de las artistas dramáticas españolas más reconocidas internacionalmente que se proyecta este fin de semana en las Naves de Matadero.



"Decidí probar suerte y contactar con ella, y justo tres días después iba a comenzar a ensayar Todo el cielo sobre la tierra (el síndrome de Wendy) (2013). Le ofrecí grabar su proceso, convivir con ella durante el ensayo, y para mi sorpresa aceptó", relata Fernández-Valdés, cuyo objetivo era ahondar en la forma de trabajar de la artista, hacer un retrato de ella. Pero las cosas fueron por otro derrotero. "Justo en esta obra Angélica trabajaba con varios personajes, actores no profesionales además, a los que tenía que explicar su método y su manera de entender y hacer el teatro. Por lo que me aproveché de ese diálogo socrático entre ella y los actores".



Asentada hoy como una de las principales autoras europeas, Angélica Liddell ha creado un teatro autobiográfico tejido en torno a la muerte y la locura, en el que expone su dolor más íntimo, determinando así la esencia de su modo de trabajar. Así todas las personas que laboran con ella deberán decidir hasta dónde están dispuestas a llegar a su lado, como explica el director. "El método de Angélica es un método sin método, un teatro donde los actores dejan de ser actores y entregan su vida en el escenario. En la película reflejo hasta donde está dispuesta a llegar ella y hasta donde la siguen ellos, algo que generó el conflicto presente en la cinta". La propia dramaturga asegura que su escritura "no está separada de mi vida, en absoluto, depende de mi vida. Rescata el sentido ceremonial y sacrificial latente en el hecho teatral".



"Mi reto era retratar a un ser humano desde el punto de vista artístico, mostrar la importancia capital que el arte tiene en su vida, el extremo al que lo lleva", insiste Fernández-Valdés. "Tenía un peligro muy evidente que era quedarme en la locura, en lo anecdótico, mostrar que Angélica se corta o come tierra en sus obras", advierte. "Es muy difícil trasladar, contarle a alguien su proceso, su manera de entender el teatro, que es un teatro puro. Sus textos no hacen justicia por sí mismos, leídos solos, tienen que ser interpretados, y además por ella, salir de su boca. Su teatro es un teatro efímero que hecho por otra persona parece simplemente un simulacro".



Además de la proyección de la película, podrá verse en el Matadero la videoinstalación Neverland, que en palabras de Fernández-Valdés, "es una forma de asistir al nacimiento y la muerte de una obra de Angélica". La videoinstalación parte de la película pues esta termina el día del estreno de la obra. Un estreno accidentado que posibilitó que esta pieza guarde algo exclusivo, la grabación de una obra de Angélica que nunca más se representó como aquel día. "Justo tras el estreno de la pieza en Viena, Angélica tuvo problemas con los actores y me llamó para decirme que nunca más volvería a interpretar la obra como esa vez, que la iba a cambiar por completo", asegura el director. "Fue algo malo para ella y muy bueno para mí". La obra de Angélica Liddell sobre la pérdida de la juventud ya solo existiría dentro de una película. Y finalmente Angélica, como Wendy, tendría su propia isla de Nunca Jamás. "El documental termina con Angélica volviendo a la sala de ensayo, lo que recoge la idea de volver a empezar siempre, como en la vida, la película termina pero la vida sigue".