Angélica Liddell en Todo el cielo sobre la tierra. Foto: Nurith Wagner-Strauss

El Festival de Otoño a Primavera abre sus puertas con el último montaje de Angélica Liddell, 'Todo el cielo sobre la tierra (El Síndrome de Wendy)', una profunda reflexión sobre la pérdida de la inocencia y el paso del tiempo que asimila, con su sello inconfundible, la matanza de Utoya, la Neverland de Peter Pan y unos bailarines de Shanghai. En Europa ya ha hecho estragos.

"El paso del tiempo es una de mis obsesiones desde que era niña. No lo soporto. Representa el camino hacia la soledad y el sufrimiento, hacia la exclusión completa del amor". Como siempre, sin paliativos, Angélica Liddell vuelve a vomitar la cruda realidad sin paños calientes. Y recuerda a El Cultural una escena de la película La piel que brilla, de Philip Ridley, en la que una mujer vampira le explica a un niño lo que le pasará cuando sea viejo: "Se empapará de meados, se cagará encima y se cocerá en su propio caldo repugnante sin que nadie le cuide. ¿Hay algo más terrorífico? La única solución es el crimen por compasión, como en Amor, de Haneke. Pero si no tienes a nadie que te ponga una almohada en la cara y que te asfixie la cosa se complica. Al menos deberíamos asegurarnos la presencia de nuestro asesino piadoso para entonces".



Estas palabras, ya superado el escalofrío, abren a cuchillo algunas de las heridas que la directora, autora y actriz ha intentado plasmar en su nueva entrega escénica, Todo el cielo sobre la tierra (El Síndrome de Wendy), que llega a tiempo para abrir la XXXI edición del Festival de Otoño de Madrid este viernes después de pasar por Viena y Aviñón. Liddell cierra así la trilogía sobre China que comenzó en 2011 con Maldito sea el hombre que confía en el hombre y que continuó con Ping Pang Qiu.



Otra herida de Angélica Liddell es la poesía. Pese a la dureza de sus representaciones, pese a lo crudo de su pensamiento y pese a las tormentas que desencadena sobre el escenario ("almas sensibles, abstenerse", llegó a sentenciar la prensa francesa), la directora se resiste a renunciar a un modo de expresión que ha sobrevivido a la barbarie de Auschwitz."La poesía es el único medio del que disponemos para asombrarnos de la barbarie y para compadecernos de sus efectos. Cada barbarie necesita un poeta, una conmoción estética que nos permita asumirla como parte de la naturaleza humana. La necesidad y la voluntad de expresión a través de la belleza es algo irreductible en el ser humano. La mayor barbarie sería que la poesía dejara de existir, como ocurre en los regímenes totalitarios". Así, el insoportable paso del tiempo y la redención de la poesía trenzan en la creadora de La casa de la fuerza una nueva forma de entender la vida, de pensar y de representar. "Nuestra inocencia es masacrada desde la infancia -irrumpe la ganadora del II Premio Valle-Inclán de Teatro por Perro verde muerto en tintorería-. Además, cuanto menos desarrollada está una sociedad más miseria moral. No importa su desarrollo. La inocencia siempre se pierde a palos".



En Todo el cielo sobre la tierra nos encontramos varios argumentos cruzados, referencias que aparentemente no tienen ninguna relación pero que se apoyan para dar fuerza al relato y crear vínculos "casi sanguíneos" a sus mensajes. La isla de Utoya de Noruega en la que el perturbado (o no tanto) Anders Breivick asesinó a 69 jóvenes en 2011, la Isla de los Niños Perdidos de Peter Pan, en la que destaca Wendy, y los bailarines de Shanghai se aprietan sobre un montón de tierra oscura para evocar, como la Esfinge en el mito de Edipo, a la juventud, la madurez y la vejez.



Azar en una casa de té

"Todo cuanto ocurre a mi alrededor acaba formando parte de la idea -explica Liddell- . Siempre le doy una gran oportunidad al azar. Justo después de la matanza de Utoya me marché de viaje a Shanghai. Allí empezaron a establecerse unas conexiones misteriosas que hablaban del dolor que acompaña a la pérdida de juventud, sobre todo cuando ya sólo puedes amar a personas más jóvenes que tú. En Old Reading House, en aquella casa de té, viendo las nucas de los jóvenes que iban allí a leer, empecé El síndrome de Wendy. Y luego estaban los bailarines callejeros de Nanjing Lu. Pasé horas viéndoles bailar. Se puede decir que esta obra existe gracias a ellos".



De ahí que la música tenga una función capital en el montaje. Xie Guinü y Zhan Qiwen bailan los valses interpretados por la orquesta Phace Ensemble y creados por el compositor surcoreano Cho Young Wuk, estrecho colaborador del cineasta Park Chan-Wook (Old Boy). "Cada vez que veo bailar a Zhang y Xie esas bellísimas piezas el corazón me estalla y todo brilla. No existe sombra que oscurezca mi infinito agradecimiento". Para Angélica Liddell, el origen de todo está en la habitación cerrada, en el miedo nocturno, en el determinismo que acompaña al paso del tiempo, un origen que pertenece al ámbito de lo íntimo. "Sales de viaje con el corazón atribulado y todo te empieza a hablar de esa tribulación". La prensa gala ha apuntado que Todo el cielo sobre la tierra es una obra escandalosamente sincera. Le Figaro no ahorró calificativos: "Tras una serie de escenas sosegadas que ponen de manifiesto su fascinación por la cultura china, Liddell se arranca en una deslumbrante y terrible interpretación en solitario, llegando al límite de su resistencia física y de sus profundas contradicciones, las mismas que provocan su personalidad y su arte único". Y como si fuera escasa esta sutil exaltación, sentencia el periódico galo: "No les vamos a explicar la obra porque se asustarían. Explicarla sería hundirse en la obscenidad que Liddell asume y en la violencia que cimenta. Es imposible darles una idea, ni siquiera por encima, del momento en el que la silueta delgada y recia de la actriz, vestida de color negro, se arranca en esa terrible interpretación en solitario que la pone a prueba tanto a ella como a los espectadores...".



Además de Angélica Liddell y de los mencionados bailarines, la obra está protagonizada por los actores Fabián Augusto Gómez, Lola Jiménez y Sindo Puche, que asisten a momentos de la representación en los que, además de en español, el texto fluye a través de la fonética del mandarín y del noruego.



Cerrada su "trilogía china", la creadora ya se ha puesto manos a la obra para su siguiente montaje, basado en la Lucrecia del poema shakesperiano. Será, según sus propias palabras, "una producción complicada" que incluirá coros ucranianos integrados solo por hombres y "muy tocada" por la mano del director de cine Serguéi Paradjanov.