Seijun Suzuki

Totalmente incomprendido y despreciado en su época, el cabecilla de la nueva ola del cine japonés dirigió títulos tan influyentes como Branded to Kill o Tokyo Drifter.

El director Seijun Suzuki (Tokio, 1923), padre del cine yakuza sobre la mafia japonesa, falleció en Tokio el pasado 13 de febrero a los 93 años víctima de una enfermedad pulmonar crónica. Pero ha sido este miércoles, casi 10 días después cuando lo anunciaba la cadena pública japonesa NHK y se hacía eco la prensa internacional.



El nombre de Suzuki, con más de medio centenar de películas a sus espaldas y dueño de una filmografía muy enmarcada dentro de la serie B, no es tan conocido como el de Akira Kurosawa o el de Shohei Imamura pero en los últimos tiempos su influencia ha alcanzado a directores de tanto prestigio como Jim Jarmusch, Takeshi Kitano o Quentin Tarantino.



Nacido en Tokio en 1923, con 20 años fue reclutado y combatió como soldado en la Segunda Guerra Mundial. Cuando terminó la contienda estudió cinematografía en la Academia Kamakura, se convirtió en asistente de realización y empezó a trabajar como ayudante para varios estudios. En 1958 dirigió en solitario su primera película Minato nokanpai: Shôri o waga te ni y, a partir de entonces, realizó tres o cuatro títulos cada año para el estudio Nikkatsu.



No obstante, el reconocimiento internacional le llegó cuando se liberó de los trabajos alimenticios por encargo y empezó a liberar un estilo propio, cercano a algunas de las películas de la Nouvelle Vague francesa, en especial a los primeros trabajos de Jean-Luc Godard. Con una puesta en escena colorista e influenciada por el teatro kabuki y narraciones cercanas a la ensoñación y al surrealismo, el estilo de Suzuki alcanzó su punto álgido en Tokyo Drifter(1966) y Branded to Kill (1967), obras maestras que posteriormente serían clave para el aprendizaje cinéfilo de directores como Quentin Tarantino, Wong Kar-wai o Jim Jarmusch.



El cine de Seijun Suzuki fue totalmente incomprendido y despreciado en su tiempo. Envolvía sus violentas películas sobre la yakuza, la mafia japonesa, con una estética pop que desconcertaba a muchos. Además sazonaba todas sus historias con un erotismo nada disimulado, por lo que acabó convirtiéndose en un provocador y en un director maldito.



Muy pronto su estilo de cine chocó frontalmente con las exigencias más conservadoras de los productores. Suzuki era amonestado constantemente y veía cómo le reducían drásticamente los presupuestos de sus proyectos. Nada de eso le importó. Pero al terminar de rodar Branded to Kill comenzó un largo y farragoso litigio con su productora que desembocó en su despido y le llevó además a ser condenado al ostracismo por la industria japonesa y tuvo muchos problemas para sacar adelante sus próximos proyectos, por lo que estuvo más de una década trabajando en el mundo de la televisión.



En los años 80, regresó con una extraña película de fantasmas y de geishas titulada Zigeunerweisen, parte de su aclamada Trilogía Taisho, integrada también por Kagero-za (1981) y Yumeji (1991), que consiguió una mención especial en el Festival de Cine de Berlín, y poco a poco otros certámenes internacionales empezaron a realizar diversas retrospectivas de su obra. Además, sus películas comenzaron a editarse y distribuirse en video por todo el mundo y una nueva generación de espectadores y de cineastas empezaron a verlo con nuevos ojos y a considerarlo como un referente, uno de esos cineastas capaces de sorprender en cada plano, mostrando algo nuevo, divertido y distinto. En 2005 dirigió su último largometraje, Princess Raccoon.