González Iñárritu y Leo DiCaprio en el rodaje de El renacido

La leyenda ya corre alrededor de El renacido, el filme de Alejandro González Iñárritu que parte como favorito en los Oscar. Rodado en condiciones extremas, convierte en espectáculo una crónica de supervivencia y venganza en torno al mito fundacional de América, si bien sus pretensiones de espiritualidad y trascendencia no juegan en su favor.

No es irrespetuoso abordar la relevancia de El renacido, favorita indiscutible en los Oscar con doce candidaturas, desde el atajo de la banalidad. Al fin y al cabo, las esencias de la película se disputan en los extremos, de lo superficial a lo grandilocuente. Corre por twitter una cuenta falsa de Alejandro González Iñárritu que, desde su ironía y comicidad, revela acaso más verdades profundas sobre el código creativo del director mexicano que cualquiera de sus entrevistas, esas en las que se empeña en detallar las "salvajes y enormes" dificultades de una producción rodada en "condiciones extremas", con la intención acaso de elevar su mitología a las proporciones de Cleopatra (1963) o Apocalypse Now (1979).



El individuo (o individuos) que se hace pasar por "Intenso Iñárritu" tuitea cosas de este estilo: "The Revenant es un espejo. Si eres grande, el reflejo será grande; si eres pequeño, no verás nada / Tarkovsky es mi espejo; Bergman, mi guía / The Revenant merece un templo: González Iñárritu". Ya va siendo hora de que alguien analice las virtudes de la microcrítica de 140 caracteres o menos. En este caso, la ironía saca a relucir una de las verdades profundas del filme (y ya puestos, de todo el cine de Iñárritu), y no por ello menos evidente: su autor siempre está en el plano. En cualquier instante, imagen, sonido y hasta interpretación, esta ahí mostrando su sonrisa triunfal. No podemos dejar de verla.



La "experiencia" que propone esta vez Iñárritu para "golpear al espectador" es una combinación de relato de supervivencia y venganza, situado en los paisajes de un pre-western, desde una óptica que quiere ser brutalmente física y espiritual al mismo tiempo, cuyo punto de vista provoca la colisión de la primera y la tercera persona. El tratamiento inmersivo de la acción (somos atacados por los indios y por el oso, vemos cómo asesinan a nuestro hijo y al fantasma de nuestra mujer, nos caemos por un precipicio a lomos del caballo, etc.) quiere convivir, acaso expresarse a través de la mística existencial, romántica y también histórica. Si aquí triunfa el "y tú más", Iñárritu sabe bien que en América siempre ha sido más importante el "y yo más".



La canción de Hugh Glass

Quizá en todas esas entrevistas de Iñárritu deconstruyendo la "trascendencia" de su película, no hubiera sobrado una mención a El hombre de una tierra salvaje (1971), escrita por Jack DeWitt, dirigida por Richard C. Sarafian y protagonizada por Richard Harris. No se trata de un remake en el sentido estricto, pero al fin y al cabo El renacido cuenta lo mismo. La sinopsis de la película de Sarafian podría trasladarse palabra por palabra a la de González Iñárritu. No es una casualidad. Al igual que la novela de Michael Punke en que "parcialmente" se basa el guión de El renacido, escrito por González Iñárritu y Mark L. Smith, DeWitt se inspiró en la historia de Hugh Glass, el trampero que sobrevivió al ataque de un Grizzly y se convirtió en una leyenda del río Missouri, inspirador asimismo del largo poema La canción de Hugh Glass, escrito por John G. Neihardt.



En las indigestas Babel (2006), 21 gramos (2003) y Biutiful (2010), en las apreciables Amores perros (2000) y Birdman (2014), con Guillermo Arriaga o sin él, el mexicano ha dado suficientes muestras de su pulsión por el fatalismo como motor del drama. El renacido vendría a ser el grado cero de escritura respecto esa pulsión o, si queremos, la brutalización de su sino narrativo, de ahí quizá su éxito entre correligionarios. Los castigos continuados al cuerpo de Leonardo DiCaprio (por lo visto dentro y fuera de la pantalla), que al fin le podrían granjear una estatuilla, se presentan sin limitaciones hiperrealistas, ni de imagen ni de sonido. Pierden su impacto -y la memorable secuencia del oso es realmente impactante- cuando el survival ingresa en la fantasía, y definitivamente toda recreación del primitivismo queda neutralizada cuando el director trata de elevar su historia a la dimensión espiritual. El filme revela entonces sus inconsistencias, y allí donde Iñárritu probablemente quería acercarse a Malick, Tarkovsky o Herzog, llega apenas al Gladiator de Ridley Scott.



El oso que devora a Iñárritu es, una vez más, la pretensión hipertrofiada. Estamos en el territorio del mountain man, el hombre salvaje y Jeremiah Johnson. Lo que ocurre es que Hugh Glass es ahora un hombre de familia, un viudo que sueña con reunirse en el más allá con su mujer de la tribu pawne, pero solo cuando haya vengado a su hijo y saldado cuentas con el asesinato de su esposa por los genocidas europeos. El inopinado rescate de una aborigen capturada por los franceses ejerce de efecto balsámico, porque la venganza, nos dice, solo la tiene Dios en sus manos. La caracterización del supervillano John Fitzgerald (Tom Hardy), porque al fin y al cabo Glass es un superhombre, es también extrema y maximalista, casi como una encarnación satánica que convierte al oso en un peluche adorable.



El problema no es tanto convertir en espectáculo la supervivencia de un hombre blanco durante el genocidio de los indios (corre el año 1823), sino en adornar una entretenida crónica de resistencia con alegorías históricas que mueren bajo el peso de la grandilocuencia. Las grandes ideas y los destinos azarosos son ingredientes familiares y por tanto previsibles en los fogones de Iñárritu. No hay razón para el asombro. Todos los que no veamos nada en El renacido es que igual somos demasiado pequeños para ver su grandeza. Pero que los Oscar no falten.



@carlosreviriego