Jacques Audiard en la presentación de la película en Madrid

"Así ya está hecho", dice Jacques Audiard (París, 1952) respecto a su Palma de Oro en Cannes con Dheepan, película con la que rubrica una extraordinaria trayectoria marcada por películas como su debut, Mira a los hombres caer (1994), Un héroe muy discreto (1996), De latir mi corazón se ha parado (2005) o Un profeta (2009). En Dheepan el director francés pretende crear un héroe no occidental a partir de la figura de un refugiado de Sri Lanka que huye de la guerra en su país acompañado de una mujer que no es la suya y una niña que no es de ninguno de los dos porque siendo familia es más fácil que los acojan en Francia. En Europa, el protagonista comienza a trabajar como portero en un depauperado recinto de edificios marginal en una de esas conflictivas 'banlieue' (suburbios) el que cunde el tráfico de drogas y la violencia. Pero Dheepan no es un hombre que se arrugue a la primera.



Pregunta.- ¿Tenía la intención de crear un héroe contemporáneo no occidental?

Respuesta.- Sí, desde luego, un héroe que no conocemos. Darle una cara, un nombre, a personas de las que no sabemos nada. La idea inicial de todos modos no fue esa. Con Thomas (Bidegain, el coguionista) al terminar Un profeta, ya hace tiempo, yo tenía una vaga idea de hacer un remake de Perros de Paja (1971) de Sam Peckinpah. Y quería que ese extraño no llegara a un poblado sino a una "banlieue" y fuera un extraño también para el público. Por tanto, el enunciado del proyecto es coger a un inmigrante, que no tiene rostro, ni personalidad ni historia, y lo vamos a convertir en el héroe. Lo que complica las cosas porque es una película francesa y hay que subtitular la mitad.



P.-¿Y por qué de Sri Lanka?

R.- Por una parte, no podía venir de una parte de influencia francesa porque no habla francés. Por sustracción, acabamos llegando Sri Lanka y me enteré de que había habido una guerra de la que apenas tenemos información. Cuando comenzamos a buscar imágenes solo veo que hay material británico, casi nada francés, y me excita la idea de hacer algo sobre un lugar que no conozco y aprender.



P.- En la película conocemos al héroe desconocido. Sin embargo, jamás hemos visto tantas imágenes de lo que sucede en el mundo. Vemos a los refugiados constantemente...

R.- Ya no se pueden hacer películas sin tener en cuenta esa sobrerrepresentación y el flujo audiovisual que domina el mundo. Hace no mucho, la televisión se hacía con película de 35 mm, eso se ha acabado. Y el cine está atrapado por lo contemporáneo, puedes ignorarlo o dudar de todo, no hay otra alternativa. Esta película surge de una pregunta que me hago cuando veo a un señor paquistaní que me quiere vender unas flores en un restaurante. Los medios nos los muestran constantemente en su odisea pero de una manera cuantitativa, no cualitativa. Hace mucho tiempo que la información no me dice nada. Leo los periódicos pero hace veinte años que no tengo televisión. Es un flujo en el que todo se reemplaza porque todo es reemplazable. Por eso el cine debe crear las imágenes que faltan porque necesitamos darle un rostro a esos refugiados.



P.- En esa odisea hay algo que nos recuerda un poco a los 12 trabajos de Hércules....

R.- Me pregunto por la posibilidad de una segunda vida. ¿Cómo accederán a esa segunda vida? ¿La conseguirán? Y ahora hablo de él pero también de ella y de la niña. Ellos van a descubrir si tienen esa segunda oportunidad. En realidad es una historia muy simple, buscábamos una gran pureza narrativa, por eso teníamos que dar mucha dimensión a la trayectoria de los personajes, que su experiencia llenara la pantalla.



P.- En ese nuevo mundo, encuentra un ambiente de drogas y violencia que pone en peligro esa segunda vida. ¿Buscaba un aire misterioso para ese mundo canallesco?

R.- Lo veo un poco como que de repente, cuando llega la noche, la 'banlieue' se convierte un poco en Las Vegas. No quería mostrarlo de una manera sórdida sino como algo muy atractivo. Lo vemos desde una cierta distancia, como Pinocho cuando se queda fascinado con el mundo bohemio: hay luces, mujeres, diversión... y cuando llega el día, se acaba.



P.- Hay una paradoja. En Francia hay mucha policía por todas partes pero en su película no vemos ni uno. ¿Están muy asustados los franceses?

R.- En mi país realmente hay una movilización policial. Hay fuerzas del orden en una cantidad increíble y desde luego hay un fondo de paranoia. Me sorprende cómo en todas las elecciones el asunto del miedo regresa como una gangrena.



P.- ¿Quería poner de manifiesto ese aspecto salvaje y al margen de la ley de las 'banlieue' con esa extraña falta de policía?

R.- Detesto los uniformes. Filmar un coche de policía francés me cuesta mucho. Quizá algún día cambien los uniformes y pueda hacerlo, pero ahora mismo no veo cómo. Esto es una boutade a medias. Por otra parte, sí, hay lugares donde no hay policía ni servicios sociales ni transporte colectivo. Hay lugares que la República ha sacrificado. En París hay sitios a los que sencillamente no vas.



P.- ¿Quería hacer un guiño al cine de Hollywood con esa escena de acción final?

R.- No, no. Hollywood lo habría hecho de otra manera completamente distinta, yo lo he hecho de una manera low tech. Es una forma completamente distinta.



P.- ¿Y de qué forma utiliza el género?

R.- Me gusta porque te da un marco que todo el mundo comprende, todo el mundo accede. La gente se mete rápidamente en la situación. Después, abro el plano y comienzan a suceder otras cosas. El género existe para mí para hibridar la historia, no creo en los géneros puros pero sí me sirve para que todo quede bien encajado. La historia de amor hibrida el género y al revés.



P.- ¿Por qué nunca escribe una historia sobre un abogado que vive en París y no sabe si sigue enamorado de su mujer?

R.- Porque ese personaje se parece demasiado a mí. El cine me sirve para ir al mundo. Para retratar lo que ya conozco no necesito el cine. Cada película es un movimiento hacia algo misterioso. Cada vez lleva más tiempo hacer una película y para tener la motivación suficiente debo desplazarme: a una cárcel, al mundo de los refugiados... En Lee mis labios sí hablé de algo que me resultaba más cercano como ese pequeño mundo inmobiliario. Pero ahora mismo no sabría cómo encontrar la forma para explicar una historia como las de Arnauld Desplechain.