Bernardo Bertolucci. Foto: Justy García Koch

Este año el menú del Festival de Cannes llega repleto de platos fuertes. El festín de autores que ofrece su sección oficial no tiene desperdicio: Almodóvar, Kaurismaki, Von Trier, Moretti, Malick, Sorrentino... Pero antes de que la competición arranque el certamen galo brindará un homenaje Bernardo Bertolucci, uno de los iconos más destacados de la filmografía europea en las últimas cuatro décadas. El director italiano recibirá la Palma de Oro de Honor en presencia del presidente del jurado este año, nada menos que Robert de Niro.

Verles juntos de nuevo remitirá inevitablemente a Novecento (1976), la película en la que coincidieron para desbordar los moldes del cine histórico (cinco horas de metraje destinados a retratar el surgimiento del socialismo en su región natal, Emilia Romagna). Ambos llegaban embalados por el éxito y por eso no se intimidaron ante las megalómanas dimensiones del proyecto. De Niro acababa de ganar el Oscar por su interpretación en la segunda entrega de El padrino. Y Bertolucci, por su parte, había convulsionado la moral sexual en el viejo continente con su arriesgada El último tango en París. Ahora, cuando echa la vista atrás, reconoce su arrogancia de entonces: "Me sentía capaz de hacer lo que quisiera".

Bertolucci le da vueltas al motivo por el que le llega el galardón justo en este momento. Participó varias veces en el festival y nunca obtuvo recompensa. De hecho, una de sus teorías expresada estos días en la prensa italiana es que la palma se la entregan ahora precisamente por Novecento, que se presentó -por primera vez- en Cannes pero fuera de concurso. El cineasta considera que este tipo de reconocimiento es, en cierto modo, una "compensación retroactiva" que le ha venido "por sorpresa". Un comodín que se guarda el certamen para lavar la mala conciencia de haber dejado a un autor como él fuera de su palmarés. Hasta ahora lo entregaba eventualmente, cuando lo estimaban oportuno (Clint Eastwood, en 2009, y Woody Allen, en 2002, han sido sus únicos beneficiarios). A partir de esta edición, sin embargo, será una tradición que se cultivará cada año.

El guiño de Cannes le ha caído del cielo a Bertolucci. En los últimos tiempos su espalda se ha ido retorciendo hasta plantarle en una silla de ruedas. Una posición desde la que había perdido la esperanza (y quizá también las ganas) de volver a rodar. Hace un año daba su carrera por finiquitada. Pero ahora que ha empezado a controlar mejor el dolor ya anda -junto a Umberto Contarello- inmerso en la escritura de un nuevo guión, a partir de la novela de Niccolò Ammaniti Io e te (que publicará Anagrama próximamente en España).

Bertolucci era consciente de sus limitaciones físicas y no quería dar tumbos de una localización a otra. La historia de Io e te, que transcurre toda en el interior de un sótano, le ha venido ni que pintada. Ha vuelto al entusiasmo de los viejos tiempos. Y la buena nueva llegada desde la Costa Azul ha intensificado este impulso. Cuentan los que le han visto estos días por el Trastevere, el barrio de Roma donde vive, que en torno a su figura vuelve a brillar un aura luminosa de optimismo. Será la magia del cine.