Image: Kim Ki-Duk

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Cine

Kim Ki-Duk

“Siempre me he sentido un fuera de la ley que se niega a colaborar con el sistema”

9 septiembre, 2004 02:00

Niño terrible del cine coreano, Kim Ki-Duk sigue cosechando éxitos internacionales con su imparabale ritmo de producción. El autor de la polémica La isla estrena el 9 de septiembre en nuestro país Primavera, verano, otoño, invierno... primavera, una bella y fascinante metáfora sobre el aprendizaje vital. El Cultural habló con él en Locarno.

El cine coreano sale ahora a la luz. Películas de este país asiático dominan ahora los festivales internacionales, adquieren un protagonismo del que todavía están pendientes las taquillas. Desde Berlín y Rotterdam hasta San Sebastián y Locarno, el cine oriental cosecha premios a lo largo de todo el planeta y seduce a públicos hastiados de las convenciones. Ahora llega a nuestras salas Primavera, verano, otoño, invierno... primavera, del director Kim Ki-duk, quien en los últimos años se ha convertido en uno de los directores más cotizados del circuito internacional, gracias a explosivos filmes basados en el odio como Bad Guy o La isla.

-Esta película es menos cruel que sus anteriores. ¿A qué se debe?
-Como cualquier otro director, no me quiero repetir. Mis anteriores películas fueron de bajo presupuesto. En este caso, tuve más tiempo y dinero, y esta historia que abordé necesitaba de una aproximación más preocupada por la estética. Tuve que representar todas las estaciones en las cuales transcurre la historia.

En principio no resulta muy original que las estaciones sean una metáfora de la vida, como lo son en Primavera, verano, otoño, invierno... primavera, pero el mecanismo cinematográfico ideado por Kim Ki-duk para hacernos sentir el paso del tiempo es realmente seductor. En un solitario lago lejos de la Humanidad, a bordo de un templo flotante, un monje solitario instruye a un inocente niño los valores de la vida. La criatura, sin embargo, se desarrolla como un ser cruel, capaz de torturar animales y de cometer el más horrendo crimen.

Un guía espiritual
-¿Cree que la especie humana ha nacido para ser cruel?
-Creo que cualquier ser humano debe hacer sus propias elecciones acerca de las tentaciones humanas. Pero cada cual necesita un guía. Pueden ser los padres, los maestros y, en este caso, un monje. El problema de los seres humanos es que se resisten a ser guiados. No admiten autoridad.

-Por sus anteriores películas, usted ha sido acusado de la crueldad con la que retrata a las mujeres, como en Bad Guy, en que una joven inocente debe prostituirse por el amor de un mafioso. ¿Cómo reacciona a este tipo de críticas?
-No es mi propósito el retratar a las mujeres de una manera degradante. La vida es cruel y sólo quiero demostrar lo que ocurre en las relaciones humanas. Es una realidad el hecho de que los hombres tratan a las mujeres de una forma degradante. Y no ocurre únicamente en la sociedad coreana: es un problema universal. Nadie me puede acusar de retratar la realidad.

El tema principal de la película es la disciplina espiritual, la que le imparte el viejo monje a un niño enviado por su madre. El filme es enigmático y silencioso: un poema zen pleno de belleza y de crueldad. Visualmente bella, espiritualmente poética y profundamente seductora, la película refleja algunos aspectos del budismo que no han sido suficientemente apreciados.

-Hay una crueldad enorme del niño monje hacia la naturaleza.
-Es parte de su iniciación. El crío martiriza a ranas, culebras y peces. Y luego el viejo monje le ata a una piedra en el agua hasta que libere a sus criaturas cautivas. En esas escenas hay algo de humor y castigo, al cincuenta por cien. Y es la promesa de que va a comprender lo que es la responsabilidad. Le liberará cuando él libere a los animales. Hay algo de humor en el castigo, porque le enseña al niño la noción del compromiso hacia las más frágiles criaturas.

Kim Ki-duk se define a sí mismo como el fotógrafo de la alegría, la ira, la pena y el placer. Durante la entrevista en el Festival de Locarno, el director coreano se muestra aburrido durante la traducción -no habla inglés- y filma a la entrevistadora con una cámara digital. Una avispa se ahoga en su vaso de agua y hace de todo por rescatarla. Parece el niño monje de su película, al que él mismo da vida cuando se hace mayor.

-¿Cómo se produce su relación con el cine?
-Jamás estudié cine. De adolescente, me alisté en los Marines, pero no me fue útil. Después, me fui a Francia a perseguir mi idea romántica de convertirme en pintor. Durante mi estancia en Francia me enamoré del cine, sobre todo de las películas de Jean Luc-Godard. Sus películas me descubrieron que no se necesita ni un gran presupuesto, ni grandes estrellas para hacer películas. ¡Y ya tenía 33 años!

-Hace casi una década comenzó escribiendo guiones. ¿Cómo se produjo el paso a la dirección?
-De alguna manera, siempre me he sentido un fuera de la ley que se niega a colaborar con el sistema. Con mi segunda película [Crocodile, 1996], supe que había entrado en el circuito de los festivales y que mis películas serían vistas. Desde ese momento, me he dejado llevar. Ahora puedo hacer trabajos llenos de melancolía, que creo que es de alguna manera mi signo.

Prolífico cineasta
Esta película es tan sólo la antepenúltima del artista coreano. En la última edición de Berlín ganó con Samaritan Girl el premio al mejor director. Es la historia de una adolescente que se convierte en prostituta por caridad. Con otro largometraje ya en las latas, Ki-duk es el más prolífico director de su país.

-¿Cómo explica las razones de su asombrosa productividad?
-Comencé a dirigir con una cierta edad y supongo que ahora quiero recuperar el tiempo perdido. No me interesa hacer grandes películas, de gran presupuesto, ni con enormes estrellas. Quiero contar las historias que me preocupan a mi manera. Con libertad y como un director que no acepta a nadie que me maneje o me someta.

-Sus películas han tenido un gran éxito fuera de Corea. Usted ha ganado premios en los festivales de Berlín, Venecia, Moscú... y otros. ¿Cómo se explica el interés y éxito de sus obras fuera de su país?
-Mantengo un temperamento muy cínico acerca de este éxito de mis películas fuera de mi país. No sé tomar la temperatura a la crítica y nunca sé cuándo los críticos me odian y cuándo me aman. Cambia cada año. En el pasado, la moda era que les gustase el cine japonés, porque estaban todos con el cine asiático. Primero, la moda fue hacia Japón, después China y ahora estamos de moda los coreanos. Quizá el año que viene sea Tailandia. Pero esto no me preocupa siempre que yo pueda hacer las películas que quiero y a mi manera.

La muy polémica Samaritan Girl sufrió la purga y el castigo de la crítica en la Berlinale, quizá el festival que más se arriesga y compromete con sus cineastas. El cineasta coreano sufrió el abucheo generalizado del público y la crítica cuando la actriz norteamericana Frances McDormand le entregó el Oso de Plata al Mejor Director.

-¿Le disgusta cómo el público reacciona a sus películas?
-Sí y no. Hasta ahora, mis películas no han sido éxitos comerciales en mi propio país. Esto me preocupa porque podría limitar mis posibilidades de ejercitar el cine. Pero por otro lado y fuera de mis fronteras, no me permitiría dejarme influir por las críticas y otras fuerzas del exterior. Siempre seguiré mis instintos y mi camino.

-¿De dónde proviene la fascinación de las audiencias europeas por el cine coreano del Sur?
-Somos una sociedad muy complicada, basada fundamentalmente en la religión y las influencias de la civilizada sociedad occidental. A veces, estos dos mundos se entrechocan. Y esto es lo que provoca temas interesantes para películas. Mi país va a cambiar mucho en el futuro, tenemos unas relaciones muy tensas con los vecinos del Norte, así que el drama está en la puerta de cada casa. Y de paso, espero que una nueva generación de cineastas coreanos surja inmediatamente.