Conocí a Emiliano Aguirre en 1979. En aquella época aún era catedrático de la Universidad de Zaragoza, donde ya había fichado a varios alumnos para las excavaciones en la sierra de Atapuerca. Acudió al Departamento de Paleontología de la Universidad Complutense de Madrid para una reunión muy interesante. Sería uno de los responsables del estudio de un esqueleto momificado recién exhumado en la basílica de Nuestra Señora de la Asunción de Colmenar Viejo, en Madrid. Había oído hablar de Emiliano Aguirre y de sus estudios en Atapuerca. Su figura me sorprendió. Alto, elegante, impecablemente vestido, con una barba muy cuidada y su vozarrón característico. Las profesoras más jóvenes se apresuraron a saludarle en el pasillo del Departamento con admiración y mucho cariño. Era evidente que Emiliano era muy popular. Derrochaba personalidad por los cuatro costados.

Se acordaba de todos y cada uno de los fósiles y de las herramientas líticas que íbamos obteniendo en las excavaciones. Nada se le pasaba por alto

Una de las jóvenes doctoras de la cantera de Emiliano Aguirre, Pilar Julia Pérez, había comenzado a dirigir las respectivas tesis de Juan Luis Arsuaga y la mía. Recuerdo que bajamos a tomar un café y Pilar Julia aprovechó el momento para hacer las presentaciones. Juan Luis estaba iniciando una tesis sobre la pelvis humana y a mi te tocaría estudiar la dentición de los aborígenes de las islas Canarias. Emiliano nos estrechó la mano, escuchó atentamente las explicaciones sobre nuestros respectivos temas de tesis, pero enseguida siguió tomando su café en animosa charla con Pilar Julia. Pensé que aquella persona tan importante ni se habría fijado en nosotros. Me equivoqué.

A los pocos meses de aquel brevísimo encuentro Juan Luis y yo recibimos una llamada de Emiliano Aguirre, que ya había cambiado su destino profesional por un puesto de Profesor de Investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Quería vernos en su despacho del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Nos recibió con gran amabilidad y nos quedamos de piedra. Recordaba perfectamente a lo que nos dedicábamos. Nos ofreció un contrato con un remanente de su proyecto, a cambio de realizar un estudio muy concreto sobre los fósiles humanos de la sierra de Atapuerca. Es muy posible que Pilar Julia nos hubiera vuelto a mencionar en algún encuentro, pero nos sorprendió que confiara en nosotros para un estudio de tanta importancia. Ni que decir tiene que trabajamos con plena dedicación a la tarea encomendada y pocos meses más tarde Emiliano tenía una publicación científica en la mesa de su despacho. Quedó muy satisfecho y nos puso como ejemplo. Así nació nuestra relación profesional, que terminaría por transformarse en una gran amistad.

En 1983 Juan Luis y yo nos enrolamos por primera vez en una campaña de excavación en los yacimientos de la sierra de Atapuerca. Fueron días increíbles, en los que fuimos consolidando una gran amistad tanto con Eudald Carbonell y otros estudiantes de la campaña como con Emiliano. El era el responsable y le teníamos un gran respeto, pero su cercanía con los jóvenes era proverbial. Después de tantear las posibilidades de Atapuerca entre 1998 y 1980 con investigadores veteranos, Emiliano se había rodeado de estudiantes de doctorado y alumnos y alumnas del último curso procedentes de las canteras de Burgos, Madrid y Zaragoza. Fue un acierto, porque Emiliano entendió que los jóvenes estábamos ávidos de conocimiento y él era, ante todo, un maestro.

En alguna ocasión he escrito sobre las penosas condiciones en las que se desarrollaban las excavaciones de entonces en Atapuerca y en todos los demás yacimientos. Pero Emiliano era inasequible al desaliento. Con su genio (a veces mal genio) había convencido a los responsables de las administraciones de entonces para que financiaran las excavaciones. Pronto supimos que tenía una memoria prodigiosa. Se acordaba de todos y cada uno de los fósiles y de las herramientas líticas que íbamos obteniendo en las excavaciones. Nada le pasaba por alto. Éramos muy jóvenes e intentábamos disfrutar de lo poco que había en un pueblo alejado de la ciudad. Emiliano sabía que dormíamos poco y que tal vez bebíamos algo más de la cuenta. Pero nunca dijo nada ni se quejó. Es por ello que le respetábamos y a las ocho en punto de la mañana estábamos todos en pie dispuestos a darlo todo por él y por su proyecto. Emiliano fue nuestro mentor y aprendimos todo lo que había que saber para trabajar en el campo. Puso la primera piedra del edificio de Atapuerca y su ejemplo y dedicación quedarán para la historia de la ciencia española.

@Jmbdecastro