El signo de los tiempos nos ha traído un tótum revolútum en la cartelera teatral. Acostumbrados a distinguir entre escenarios de primera, de segunda y de tercera división, -según la complejidad y el precio de las producciones, de la celebridad y el caché de sus artistas, del perfil de su público y de las dimensiones de las salas-, esta estructura se está viniendo abajo. Y así ahora empieza a ser común ver en los pagos alternativos a actores de fama que, en época de bonanza, se movían en otros ambientes. Recientemente, en Madrid Pedro Mari Sánchez y Enric Benavent (Cuando cuente hasta tres) compartían hace unos meses escenario en Microteatro, Bárbara Lennie (Breve ejercicio para sobrevivir) en La Casa de la portera, o Alberto San Juan y Nuria Gallardo (Recortes) en Cuarta Pared.



Más sorpresa causa que teatros públicos, entregados antaño a la alegre tarea de acometer caras producciones, se nutran ahora de trabajos producidos por las salas alternativas. El Español acoge hasta el 31 de marzo una rareza escénica de la sala Tribueñe (Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama); ha cedido también la Cineteca del Matadero para que la sala Kubik Fabrik programe allí lo que tenía previsto para su espacio de Usera si el Ayuntamiento no se lo hubiera precintado; e Invierno en el barrio rojo, estrenada en la Mirador y dirigida por Marta Etura, se ha exhibido en su sala pequeña. Estas pasadas Navidades los Teatros del Canal ofrecieron dos piezas del repertorio de la sala Guindalera (La larga cena de Navidad y Odio a Hamlet). Y, recientemente, una obra estrenada en Microteatro, protagonizada por Isabel Stoffel (La rendición) estuvo en el Centro Dramático Nacional. La Abadía anuncia la reposición de una obra producida hace dos temporadas, La función por hacer, primero exhibida en un teatro privado, más tarde en el Español. ¿Qué está pasando?



Hasta ahora el discurso imperante era que los escenarios públicos existían para acoger el teatro de difícil salida comercial, el de creación contemporánea, el de interés artístico por las razones que fueren. En realidad, este cometido lo han cumplido de forma testimonial, muchas veces han sido acusados de hacer competencia desleal al teatro comercial o dedicarse a organizar grandes fastos y programar carísimas producciones. No se han distinguido precisamente por la investigación y el desarrollo de proyectos originales y de nuevas dramaturgias. Y ahora tampoco, con la salvedad del Centro Dramático Nacional que, mediante la coproducción con compañías independientes, está mostrando una vocación por escenificar autores contemporáneos españoles.



No hay dinero en el teatro público y, sin embargo, hay efervescencia en salas alternativas y privadas, de equipos que con cuatro duros se empeñan y dedican sus ilusiones y su trabajo a hacer teatro, de actores célebres que se ven obligados a bajar sus cachés o ir a taquilla para seguir con su actividad. A partir de ahora la frontera entre teatro público, privado y alternativo va a ser cada vez más difusa.