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En plan serie por Enric Albero

'Trampa-22': la guerra es para idiotas

La adaptación que hace David Michôd de la novela de Joseph Heller hereda una crítica feroz al uso de la guerra pero la película de 1970 es más crítica con el sistema que la serie

20 diciembre, 2019 10:01

Trampa-22 es la segunda adaptación de la novela de Joseph Heller, publicada en 1961, que ya fue llevada a la gran pantalla por Mike Nichols nueve años después de su publicación. Esta nueva versión, escrita por David Michôd, director de Animal Kingdom (2010) o The King (2019), y Luke Davis, guionista de Life (Anton Corbijn, 2015) o Beautiful Boy (Felix Van Groeningen, 2018), incorpora notables cambios con respecto a su precedente cinematográfico, de ahí que un breve análisis comparativo de las dos interpretaciones del texto original quizá aporte mayor claridad que el simple examen de la teleficción. El interés radica en observar cuáles son las aportaciones que introduce el formato serial y qué diferencias aparecen al equiparar ambas propuestas.

Esta miniserie de seis episodios, que en España se puede ver a través de Starzplay, ha sido coproducida para Hulu por Smoke House Pictures, la compañía fundada por George Clooney y Grant Heslov, responsable de títulos como The American (Anton Corbijn, 2010) o Money Monster (Jodie Foster, 2016). Si los citamos a los dos es, precisamente, porque ambos figuran como productores de la serie y, además, como directores de dos episodios cada uno, amén de asignarse papeles no poco relevantes. El clasicismo con el que George Clooney suele barnizar sus películas como realizador -Buenas noches y buena suerte (2005), Los idus de marzo (2011) o Suburbicon (2017)- y la supuesta mordacidad crítica que la mayoría de ellas desprenden también están aquí presentes, aunque de manera muy distinta a como lo hacían en el filme de Nichols. Ni qué decir tiene que Heslov figura como productor de todas ellas.

Déjenme aclarar que no he leído la novela de Heller por lo que cualquier referencia que se haga a ella a partir de este momento procederá de fuentes secundarias. En todo caso, el argumento del libro original constituye el armazón básico sobre el que se sustentan las dos producciones: los intentos del capitán John ‘Yo-yo’ Yossarian por abandonar la disciplina del escuadrón de combate en el que ejerce como bombardero de uno de los B-25 que sobrevuelan los cielos de Italia durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. 

Según se deduce de la reseña publicada en El País por el escritor Rodrigo Fresán en 2005, la novela está formada por “una sucesión de postales explosivas acribilladas por expansivos diálogos (marca de la casa) en las que Yossarian -a su manera pariente del "genio" Ignatius Reilly de Toole- busca, sin hallar, una explicación a la conjura de tanto necio con uniforme y tanta uniforme necedad”. Partiendo de esta base, resulta sencillo señalar cuál es la primera gran diferencia entre el largometraje y la miniserie: mientras el guion de Buck Henry traslada a la pantalla esa narrativa de bloques y juega con los saltos temporales y la repetición, Michôd y Davis apuestan por la ordenación lineal del relato. 

De esta primera decisión casi puede decirse que se deriva la siguiente, relativa al tono. El largometraje de Nichols se entrega a una comicidad alocada hasta el desafuero y directamente asociada con los desequilibrios psicológicos de un protagonista que choca, una y otra vez, contra la imposibilidad de completar el número de misiones exigido para regresar a casa puesto que su superior aumenta esa cifra a conveniencia. La elección de la pareja creativa formada por Henry y Nichols (El graduado, El día del delfín) está, aparentemente, en consonancia con el espíritu del libro de Heller, en el que la locura y el absurdo funcionan como resorte dramático. No olvidemos que la famosa ‘Trampa 22’ hace referencia a una disposición que impide volar a cualquiera que afirme padecer algún tipo de desequilibrio mental, solo que el hecho mismo de declarar tal cosa constituye una inequívoca señal de cordura, lo que faculta al soldado para seguir subiéndose a un avión: ¿no es sino un indicio de salud psicológica alegar locura para subirse a un avión al que le van a disparar?

Esa (i)lógica circular que tiñe la redacción de la famosa disposición 22 contamina todo el filme: desde los diálogos extraídos de la novela -la condecoración como Mayor del soldado de nombre Mayor Mayor o su estrategia para no recibir a nadie en su despacho- a su construcción en bucle -con la secuencia de la muerte de Snowden repitiéndose una y otra vez a lo largo de la película o el inicio con un flashforward que luego veremos, en presente, en la parte final- pasando por una puesta en escena en la que priman los planos secuencia y los largos travellings de acercamiento al rostro de Yossarian (Alan Arkin) en lo que parece un intento por penetrar en el interior de su cerebro, cada vez más alterado por la sinrazón de la guerra, la insensatez de los mandos superiores y el comportamiento, entre la insania y la brutalidad, de sus compañeros. Si para un paranoide el laberinto quizá sea la plasmación arquitectónica del peor de sus miedos, Trampa 22 versión 1970 muy probablemente sea su correlato cinematográfico. 

En la adaptación de 2019 que dirige, además de Clooney y Heslov, Ellen Kuras -directora de fotografía que ha trabajado con Michel Gondry, Spike Lee, Errol Morris o Martin Scorsese- todo es más simple, menos alambicado, lo que no quiere decir que sus opciones estén en desacuerdo con el material original. Si hablábamos de cómo Henry y Nichols imponían en su largometraje esa ilógica circular que preside la obra literaria, toca ver ahora cómo se amolda al formato serial, porque habrá que convenir que los creadores no renuncian a ella por más que estemos ante un relato lineal. La repetición es uno de los factores propios de la narración serial, de manera que el formato juega a favor de la obra. Aquí no es necesario violentar la continuidad y crear loops narrativos. La iteración de situaciones propias de la vida cotidiana del escuadrón y sus pilotos consigue generar esa sensación: las recurrentes secuencias de los combates aéreos (que denotan lo cuidado del producto y la fuerte inversión en efectos digitales), los solitarios chapuzones de Yossarian (Christopher Abbott) intentando evadirse de la realidad, las visitas al burdel, etcétera. Sin en la versión setentera el trauma -la muerte de Snowden- se convertía en el elemento iterativo, ahora las rutinas militares y personales son las que insisten en recordarnos la angustiosa monotonía a la que los soldados deben hacer frente cada día. 

Dicho esto, la Trampa-22 disponible en Starzplay posee un tono más calmado: las interpretaciones son menos volcánicas, Abbott se desmarca de la actuación de Alan Arkin y nos entrega un Yossarian más comedido (casi en clave naturalista), por más que Kyle Chandler y George Clooney se manejen en registros más bufonescos. Chandler asume el papel del coronel Carthcart cuyo antecedente cinematográfico corrió a cargo de Martin Balsam, mientras que el señor Nespresso -alguien que está más bueno que el café que vende- ha ordenado el diseño de Scheisskopf, inexistente en el film del 70, recogiendo el testigo, a nivel de impacto sobre la obra, que tenía Orson Welles en la película de Nichols. Aunque Welles interpretara al general Dreedle, que en la nueva adaptación aparece brevemente en el último episodio encarnado por Peter Guinness, su presencia solo es equiparable a la de Clooney, alma mater del proyecto junto a Heslov. 

Si el trabajo actoral es menos enérgico en la miniserie que en la película y la manera de contar mucho más pausada y apegada a las leyes de la causalidad, la selección musical también aquieta la narración. Grandes clásicos de los años 30 y 40 -de Glenn Miller a Benny Goodman, del ‘Shoo Shoo Baby’ de The Andrews Sisters al ‘We’ll Meet Again’ de Vera Lynn- acompañan las imágenes y funcionan, además, como elemento contextualizador. La presencia, en el último episodio, del ‘Let’s Call It a Day’ de Marelene Dietrich establece, además, un vínculo entre la teleficción de Hulu y determinado cine (americano) de posguerra representado por películas como Berlín Occidente (Billy Wilder, 1948) o En las rayas de la mano (Mitchell Leisen, 1947), ambas protagonizadas por la diva germana: ese es el tipo de cine que le interesa a alguien como Clooney. Sin embargo, si el soundtrack hace que la serie se mueva a ritmo de swing, la banda sonora original compuesta por los hermanos Harry y Rupert Gregson-Williams solo sirve para sobrecargar las escenas ‘importantes’. Mientras que, en la película de Nichols, no había música y solo se utilizaba el ‘Also sprach Zarathustra’ de Richard Strauss en tono paródico (Kubrick lo había colocado en la apertura de 2001: Una odisea del espacio apenas dos años antes), aquí la BSO enfatiza los momentos clave como, por ejemplo, el de la muerte de Snowden (no vaya a ser que el espectador no se nos emocione cuando toque). 

La película de 1970 exige más del público y es más crítica con el sistema que la serie

Una decisión como esta explica por qué la obra de Nichols resulta, aún hoy, mucho más atrevida que la nueva adaptación serial. Trampa-22 1970 contiene más ideas de puesta en escena, exige más del público y es más crítica con el sistema que la serie. Salvo el tratamiento de los personajes femeninos, que sería escandaloso en una película actual y que ya en aquella época parece entresacado del manual de estilo de Mariano Ozores, la versión setentera tiene más mordiente y más inventiva que la teleserie actual. De todos modos, cabe recordar que no tuvo una buena recepción cuando se estrenó, quizá porque saltó a las pantallas apenas seis meses después de que lo hiciera una de las grandes sátiras sobre la guerra jamás filmadas, M.A.S.H. (Robert Altman, 1970). 

Las dos producciones heredan de la novela una crítica feroz al uso de la guerra con fines lucrativos representado por la figura de Milo Minderbinder (Jon Voigt/Daniel David Stewart), alguien que aprovecha los aviones del ejército para crear una gran empresa de import/export que se dedica a especular con la venta de productos y a inflar los precios en función de sus intereses (eso que hacen lo que hoy llamamos ‘mercados’). Aunque en las dos versiones los hechos presentados son casi idénticos y ese proceso de enriquecimiento a costa de los más débiles es muy similar, en la película de Nichols la última aparición del personaje interpretado por Jon Voight es estremecedora. Y lo es porque está filmada como si entrara en escena un oficial de la SS, como si el totalitarismo nazi hubiera sido sustituido por la dictadura del beneficio. De hecho, Milo, responsable de la muerte de uno de los soldados de la compañía, afirma que “Nately fue una víctima de ciertas presiones económicas, de las leyes del mercado”.

Más cosas. La película arranca con un plano fijo, larguísimo, de un amanecer en un entorno idílico. Vemos el mar en calma con las montañas detrás; a medida que el sol se eleva, los animales se van despertando -oímos el ladrido de un perro y el canturreo de distintos pájaros. De repente, el sonido de un motor arrancando ensucia la banda de sonido y empieza a levantarse una polvareda. Un fundido encadenado borrará aquel paisaje de postal y la pantalla se llenará de ruido y de polvo mientras un B-25 la cruza de izquierda a derecha. El paraíso destrozado por la guerra, una dicotomía que marcará el devenir de toda la película -el asueto frente a la acción- sintetizada en el genérico. 

La segunda secuencia interesante del filme de Nichols también está en el arranque. El doctor Daneeka (Jack Gilford) le explica a Yossarian en qué consiste la famosa norma. Todo el diálogo está rodado mediante un largo travelling en el que el galeno acompaña al soldado de camino a su avión. Nichols corta el movimiento de cámara cuando Yo-Yo ya se ha montado en el aeroplano y el médico le entrega su gorra. El plano siguiente es el de Yossarian cabeza abajo cogiendo la gorra y diciendo “¡menuda norma la 22!”. El corte nos llevará al contraplano en el que observaremos al médico, solo que será un plano subjetivo y por lo tanto veremos la imagen invertida y a Daneeka responder: “¡es la mejor que hay!”. Esa secuencia concentra la esencia de Trampa 22: en ella se explica el funcionamiento del código que rige en el ejército y que contaminará el desarrollo de la propia película, una normativa enrevesada y absurda tan ilógica como ese plano invertido que violenta nuestra mirada (un plano que se nota). El mundo al revés. 

No hallaremos ni un solo gesto similar en la versión escrita por Michôd y Davies, una teleserie que se apoya en un lenguaje mucho más clásico y que carece de la subversión que Henry y Nichols le inyectan al filme, y que ya estaba presente en obras anteriores como El graduado (1967). Si Fresán califica el libro de Heller de “novela-bomba” que dinamita “la irracional lógica de la guerra”, no cabe sino concluir que la aproximación de Nichols se acerca más al espíritu del agitador e influyente original literario de lo que lo ha hecho el equipo creativo de una serie que, aun conservando la pátina antibelicista y el humor descacharrante de sus predecesoras, parece la versión apta para todos los públicos de este clásico de la literatura contemporánea. Si Trampa-22 fue una novela antisistema -se publicó en el 61, apenas tres años antes de la resolución del golfo de Tonkin- y su traslación cinematográfica, estrenada en plena Guerra de Vietnam, apelaba a un lenguaje y una narrativa que, precisamente, rompían con los esquemas del clasicismo (por más que fuera una película industrial que le costó a la Paramount y a la Filmways 17 millones de dólares) la adaptación firmada por Michôd y Davies y no por casualidad apadrinada por Clooney y Heslov, recupera unas convenciones ampliamente superadas sin ser tampoco un gran ejercicio ni de storytelling ni de puesta en escena como puedan serlo The Night Of o The Crown, por poner dos ejemplos recientes. Conclusión: voy a comprarme la novela de Heller YA MISMO.

@EnricAlbero

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