Exposiciones

Para dejarse los ojos

París pese a todo. Artistas extranjeros 1944-1968

30 noviembre, 2018 01:00

Pablo Palazuelo: Alborada, 1952

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Comisario: Serge Guilbaut. Hasta el 22 de abril

La efervescente escena de mediados del siglo XX en Europa y las profundas transformaciones que germinarían el cambio de paradigma en el arte contemporáneo se ha convertido en lo más expuesto, con muestras individuales y colectivas, en el Museo Reina Sofía durante la última década. En esta exposición volvemos, una vez más, a la pluralidad de tendencias que tras la Segunda Guerra Mundial convivieron en París, cuando todavía pretendía retener la capitalidad del arte, hasta que en 1964 el estadounidense Rauschenberg ganó el León de Oro en la Bienal de Venecia. Ese es el momento simbólico de cierre de una época, según el historiador del arte canadiense Serge Guilbaut (1943), autor del célebre ensayo De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno y comisario de esta muestra.

Tampoco es la primera vez que Guilbaut trabaja con Manuel Borja-Villel, recordemos Bajo la bomba: el jazz de la guerra de imágenes transatlántica, 1946-1956, que se presentó en 2007, justo en su transición del MACBA al Reina Sofía. Esta muestra obtuvo un reconocimiento que, me temo, no va a tener en esta ocasión, en el que se muestra un mosaico formado por un centenar de artistas extranjeros en París procedentes de toda Europa, Asia, Estados Unidos y Latinoamérica a través de doscientas piezas, algo que ya avisa del peligro de dispersión.

Lo que mejor se ha trabajado es el contexto. Antes de entrar, nos recibe una nostálgica selección de canciones (Jacques Brel, Yves Montand, Sylvie Vartan...), que será continuada por una banda musical de jazz recreada en filmes y fotografías para recordar el ambiente de la bohemia existencialista. También, la paralela documentación sobre el renovado escenario galerístico, incapaz de absorber a los más de cuatro mil artistas plásticos entonces en la ciudad. Podemos rastrear en diarios a toda página la creciente preocupación ante la desdibujada "Escuela de París": ya se mascaba la amenaza de la pérdida de su hegemonía. Una documentación que cobra fuerza política al final, con la Guerra de Argelia (1954-1962) y la contestación de artistas e intelectuales comprometidos, entre los que encontramos a Simone de Beauvoir ejerciendo la crítica colonial.

Ellsworth Kelly: La combe, I, 1950

Sin embargo, el empeño en desarrollar un recorrido cronológico ha arruinado cualquier posibilidad de comprender este periodo, abordado bajo una óptica tan arriesgada y, a la vez, sugerente y adecuadamente, puesta al día. Si bien parece temeraria la elección de excluir a artistas franceses principales (¿dónde están, por ejemplo, Soulages, Yves Klein o Niki de Saint Phalle?) y otros muchos afincados (¿Giacometti no, y Picasso sí?). No obstante, es justo reconocer el interés de la apuesta en subrayar la tolerancia que atraía a artistas que sufrían discriminaciones de raza, o elegían París ante el clima de opresión política que padecían en sus países, fueran los Estados Unidos bajo la persecución de McCarthy, o la España bajo la dictadura franquista. A ello se suma, la declarada intención de incluir artistas mujeres, respaldadas por nuevas galeristas tras el conflicto bélico.

El problema es que en tal pluralidad se mezcla lo bueno y lo regular, tendencias estilísticas antagónicas cuando no absolutamente dispares, con obras pertenecientes a diversos momentos en las trayectorias de los artistas, maduros y emergentes en una amalgama de movimientos. Curiosa realidad "cruda" de la escena artística, antes de pasar por filtros historiográficos, que testimonia el solipsismo en que habitualmente trabajan muchos artistas y su dependencia de tradiciones autóctonas, tanto como su propensión a reunirse en grupúsculos antes que establecer diálogos. Quizás optar por nacionalidades y/o tendencias habría sido más sensato para cubrir tan solo veinte años.

Lo que mejor se ha trabajado es el contexto de parís después de la Segunda Guerra Mundial en un montaje difícil de ver

En todo caso, resulta una exposición muy incómoda de ver: la mirada es saboteada una y otra vez a lo largo de este amplio recorrido, en la que se ha preferido casi siempre distribuir en paredes enfrentadas en la misma sala obras por gamas de color o acumulación/limpieza compositiva. También, lo muy déjà vu en los últimos años en este museo (Cobra, letrismo, cinéticos...; Wols, Alfaro, Berni, Golub, Spero...) con artistas muy poco vistos en nuestro país. Nos quedamos con obras aisladas de la pintora sueca Anna-Eva Bergman, la escultora estadounidense Clare Falkenstein, el polifacético angelino Shinkichi Tajiri, las telas de la cubana Carmen Herrera y del estadounidense Ralph Coburn, amigo de Ellsworth Kelly. Y la excelente representación de los españoles Arroyo, Canogar, Xifra, y Palazuelo. Lo de Rabascall, Godard y Klassen, en torno a 1967, era ya otra historia.

@_rociodelavilla