Image: Bruce Conner, esa fuerza salvaje

Image: Bruce Conner, esa fuerza salvaje

Exposiciones

Bruce Conner, esa fuerza salvaje

Es todo cierto

10 marzo, 2017 01:00

Vista de la exposición

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 22 de mayo

Es la exposición de esta temporada en Madrid. Quizás no sea del gusto de todos los públicos, pero no dejará a nadie indiferente. A Bruce Conner (McPherson, Kansas, 1933 - San Francisco, 2008) se le ha intentado encasillar en la Generación Beat, en el Junk Art y también en el punk, movimientos sucesivos desde mediados de los años cincuenta que surgieron para desestabilizar. Antisistema siempre, lo que explica su desmarque de la historia oficial hasta hace poco, cuando se están sacando a un primer plano figuras antes consideradas en los márgenes. Neodadá, psicodélico, surrealizante, cineasta vanguardista… como reza el título de la exposición, podría ser todo cierto. Artista inclasificable, en fin, su trabajo impacta por su autenticidad.

Es un lujo que esta amplia retrospectiva, organizada por The San Francisco Museum of Modern Art y que comenzó su itinerancia en el MoMA neoyorquino, haya desembocado aquí, dada la fragilidad de muchas piezas. El diseño del montaje es muy acertado, yuxtaponiendo la variada producción de este artista polifacético: pinturas, ensamblajes, filmes experimentales y found footage, elegantes dibujos, propuestas conceptuales, exquisitos collages… siempre con un sorprendente nivel muy alto de calidad.

Como la mayoría de los mejores artistas, Bruce Conner mostró un talento precoz, que fue reconocido inmediatamente por sus coetáneos, recibiendo primero becas y premios, y muy pronto importantes exposiciones y adquisiciones de los principales museos, pese a su talante díscolo. Aunque decidió establecerse en San Francisco -una ciudad donde entonces prácticamente no había mercado artístico-, tras desechar la escena neoyorquina, siempre se rodeó de muchos de los personajes más creativos y rompedores de la época: en 1953 conoció a Robert Motherwell en Nueva York, fue íntimo de Jay DeFeo, asesoró a Dennis Hopper para su película Easy Rider, en México buscó hongos alucinógenos con Timothy Leary e incluso llegó a convivir en una comuna con miembros de la International Federationfor Internal Freedom de psicólogos de Harvard. Además, participó en la interpretación de obras musicales de La Monte Young y John Cage, diseñó para Anna Halprin, los Beatles compusieron para uno de sus filmes, a los que habitualmente les puso la banda sonora Terry Riley, y compartió la escena punk junto a su amigo el músico Frankie Fix.

Vista de la exposición

También, como muchos grandes artistas de todas las épocas, desde joven Conner dio toda la importancia que tiene a la muerte, lo que le condujo tanto al misticismo (de amplio rango) como a un rechazo permanente a dejarse encorsetar. Después de su ascenso trepidante, entre 1958 y 1961, cuando fue incluido en la gran exposición en el MoMA The Art of Assemblage -junto a los históricos Duchamp, Ernst, Picasso y Schwitters, los consolidados Cornell, Dubuffet y Motherwell y los entonces nuevos valores como Bontecou, César, Johns, Rauschenberg, Kienholz y Tinguely, entre muchos otros-, decidió abandonar su producción de ensamblajes y dedicarse más a montar filmes y dibujar meticulosos mandalas, lo que le acarrearía perder el rol privilegiado que había alcanzado en el mundo del arte, por chico malo, para ser asimilado después en el difuso campo del cine experimental. Pero también decidió abandonar su autoría.

Al igual que sus obras compuestas con basura, a las que exponía a cambios irreversibles producidos por el público o su mero deterioro, para Conner todo era provisional, sujeto al cambio y en continuo proceso, como su propia identidad. Jugó con su nombre y firmó como Anónimo, Anonymouse, Emily Feather, Justin Kase o Diógenes Lucero, en abierta confrontación con el fetichismo de la autoría y en desafío a las reglas del sistema institucional y mercantil del arte. No era un performer, pero a todo lo que hacía le imprimía un carácter performativo. Antes de que en Nueva York se pusiera rótulo a los happenings, Conner organizaba representaciones teatrales y desfiles en San Francisco. En la célebre inauguracióm de The Art of Assemblage, enfadado porque algunas piezas habían llegado dañadas y la institución prefería cobrar el seguro antes de que el artista las modificara, Conner quemó una de ellas y el día de la inauguración, tras intentar introducirla en la sala, burló a los vigilantes y la dejó en la zona de entrada del museo a la vista de los invitados; un rato después, se la llevó con Ray Johnson, tomaron el ferry de Staten Islands y la tiraron al mar. Las anécdotas son innumerables, porque era su propia manera de proceder. También con los filmes, que reeditaba una y otra vez, por lo que historiadores, conservadores y curators se hallan consternados ante diversas versiones.

De esta intensa exposición del Museo Reina Sofía quedan imágenes imborrables impresas en la mente. Por supuesto, su Crucifixion en cera negra, una iconografía tan repetida en nuestra tradición que resulta insólito que un artista contemporáneo pueda haber aportado una representación tan sustantiva. Entre los ensamblajes, el siniestrísimo Child, contundente contra la pena de muerte. La instalación de la serie Angels, en la que Conner se autorretrató sin cámara presionando su cuerpo contra papel fotosensible. Y entre sus filmes, la exaltación de la conquista de libertad de las mujeres en los años sesenta en la euforizante Breakaway (Escapada). Y el hipnotizante montaje de las más de setecientas grabaciones que el ejército estadounidense realizó de la prueba de la bomba atómica en el atolón Bikini, Crossroads (Encrucijada), hoy de actualidad ante los anuncios belicistas de la administración Trump.

@_rociodelavilla