La internacional, 2012-2016

Galería Juana de Aizpuru. Barquillo, 44. Madrid. Hasta el 7 de diciembre. De 5.000 a 28.000 euros

Glenda León (La Habana, 1976) pertenece a la generación de Wifredo Prieto (¿recuerdan el Vaso medio lleno que tanto dio que hablar en ARCO 2015?). Ambos son más o menos una década más jóvenes que Tania Bruguera o Carlos Garaicoa y constituyen la renovación del arte cubano. Glenda Leon, en concreto, ha empezado a gozar de un amplio reconocimiento: obtuvo una beca de la prestigiosa Pollock and Krasner Foundation y formó parte de la representación oficial de su país en la Bienal de Venecia de 2013. Su anterior exposición en Madrid (titulada Cada respiro, en Matadero, el año 2015) mostraba una de sus líneas de trabajo, la performance (es autora de una monografía sobre este tema), un tipo de performance filmada que es un género en sí mismo. Ahora, en cambio, pone el foco en la dimensión más objetual de su creación. Un trabajo que podríamos catalogar genéricamente de "conceptual sensible", si tal cosa puede existir, aunque se trate de un oxímoron. Sin embargo, describe bien la propuesta, como trataré de explicar.



La exposición constituye una propuesta utópica y poética frente a esos males planetarios que tanto dolor provocan: nacionalismo excluyente, integrismo religioso, veneración del dinero... En un breve texto de presentación podemos leer: "Estoy segura de que en un futuro los humanos que sobrevivan mirarán la historia con gran tristeza y perplejidad (...) se asombrarán con las divisiones de la Tierra tal y como nos asombraríamos hoy si se dividiese el aire que respiramos". Verdaderamente esa tristeza y esa perplejidad la siente hoy en día cualquiera que mire la historia reciente o lea las primeras páginas de los periódicos. Pero me temo que esos humanos que sobrevivan (¿a qué? eso no nos lo dice la artista) serán como los de hoy y los problemas seguirán siendo los mismos. Sin embargo, el arte, como la educación y como tantas doctrinas que acarreamos y trasmitimos de siglo en siglo, tratan de facilitar nuestra vida en común y hacernos más respetuosos mutuamente.



Campo de juego, 2015-2016

Glenda León propone, por ejemplo, la fusión de las religiones en una sola a través de una hermosa metáfora: la fundición de los símbolos correspondientes a las principales religiones en un solo colgante de plata. Y la misma operación respecto del nacionalismo: crea una sola tela con los hilos de un centenar de banderas. A esto me refería cuando enunciaba esa categoría artística improbable: obras cuyo sentido es meramente intelectual y sin embargo su anclaje material es perfectamente físico e incluso estéticamente atractivo. En ambos casos, las piezas en cuestión se acompañan de un vídeo del proceso y creo que su incorporación está magníficamente resuelta en ambos casos.



Otra obra sutil es El mundo: un dibujo cuya línea es un cabello, y que representa un mapamundi en blanco, limpio finalmente de cualquier interpretación humana (y es que más allá de las divisiones políticas, la misma cartografía es también política). Una pieza magistral es una partitura de La Internacional en que las notas han sido sustituidas por fragmentos de billetes. Y del dinero y su carácter tóxico trata un vídeo en el que la artista fuma un cigarrillo hecho de la tinta raspada de un billete. Otras piezas me parecen menos interesantes y alguna incluso trivial. Pero en cualquier caso, Glenda León es una artista que sin duda nos va a seguir dando motivos para pensar y sentir, y no podemos esperar nada mejor del arte.