Edvard Munch: 'Vampire II', 1895

Edvard Munch: 'Vampire II', 1895

Exposiciones

Todo Munch

El Museo Nacional y el Museo Munch de Oslo celebran el 150 aniversario del nacimiento del artista noruego más conocido de todos los tiempos, Edvard Munch, con la mayor retrospectiva realizada hasta la fecha: 270 obras que podrán visitarse hasta el 13 de octubre.

26 julio, 2013 02:00

En 1944, cuando Edvard Munch (1863-1944) tenía 80 años, legó unas 1.100 pinturas, 4.500 dibujos y 18.000 grabados a la ciudad de Oslo, además de un abultado archivo. Todo se conserva en el Munch-museet que, junto al Nasjonalmuseet for kunst, arkitektur og design, con una colección bastante menor pero muy apreciable de obras del artista (la mayoría compradas en vida de éste). Eso hace que Oslo sea la meca de los admiradores del más famoso pintor noruego.

Sólo allí podía organizarse una exposición de este calibre para celebrar el 150 aniversario de su nacimiento. La colaboración del Munch-musset es imprescindible en cualquier muestra ambiciosa que se quiera hacer, como la del MoMA en Nueva York en 2006, la de la Tate Modern en 2012... o la que prepara el Museo Thyssen-Bornemisza, la única colección pública española que tiene obras de Munch (cuatro) para 2015, pero, obviamente, ninguno de estos museos podría reunir tantas obras y tan importantes.

Hay conmemoraciones que sirven para "recuperar" a artistas olvidados. Pocas, porque estos eventos están cada día más integrados en las estrategias turísticas de instituciones culturales, ciudades y países.

A Munch, desde luego, no hacía falta recuperarlo. De un lado, porque su obra ha aguantado muy bien el paso de los años, sigue pareciendo moderna, intensa, y aún despierta el interés de los historiadores; de otro, porque la cotización de sus obras, que ha incitado sonados robos, no ha parado de crecer.

Es, finalmente, uno de los pocos artistas que el público es capaz de reconocer, gracias a que El grito sigue siendo hoy un icono del siglo XX. Y, aún así, es un privilegio poder recorrer con tanto detalle su trayectoria creativa, muy representativa de la pintura figurativa y expresionista de la primera mitad de la centuria.

Incluso cuando se inaugure en 2017 el nuevo museo Munch, con diseño del arquitecto español Juan Herreros, y pueda colgarse más obra que la que ahora se exhibe habitualmente, no se alcanzará esta profusión de grandes obras: más de 270, repartidas entre los dos museos organizadores, incluyendo préstamos de 21 museos y diversos coleccionistas particulares.

Este "todo Munch" pone de relieve que nos encontramos ante una de las figuras clave en el paso desde el arte decimonónico a la contemporaneidad. La primera obra expuesta es de 1883, cuando el joven pintor daba sus primeros pasos en un entorno artístico dominado por el postimpresionismo y el naturalismo. Noruega estaba en la periferia artística y los frecuentes viajes a Francia y Alemania fueron determinantes en su búsqueda de una manera propia.

El simbolismo, la bohemia y el anarquismo, la afición al teatro y la relación con Ibsen, un estado de ánimo sombrío y desquiciado que parece haber cultivado, el "cielo teñido de rojo" y "el grito infinito"... todo ello incide en la construcción de una personalidad artística muy marcada, que se hizo notar desde muy pronto.

Es habitual que se carguen las tintas sobre estos aspectos biográficos, como "explicación" de la obra, pero hay que tener también en cuenta que Munch era un artista ambicioso que conocía bien el mercado europeo (a pesar, o a causa, de sus primeros sonados fracasos en su país), que anduvo detrás de varios encargos de decoraciones en edificios públicos con los que consiguió gran celebridad y que supo, estratégicamente, adaptar su pintura a los cambios políticos y estéticos ocasionados por la independencia de Noruega en 1905 y la I Guerra Mundial.

Antes de cumplir los 40 tenía ya una excelente situación económica, hacía retratos de ricos alemanes y vendía muy bien su obra gráfica, tan innovadora. Fue moderno también en su relación con el público y la crítica, que tuvieron reacciones muy violentas (de rehazo o de aplauso) hacia su trabajo.

Munch precede al expresionismo en la exacerbación de lo emocional, traducida en un nuevo cromatismo y la "elasticidad" vertiginosa de las líneas que recorren fondos y figuras. En 1892 ya triunfaba en Berlín, y mantuvo durante años una relación estrecha con la escena artística alemana, hasta el punto de que, cuando estalló la guerra europea, tuvo que distanciarse de esas amistades peligrosas para afirmar su "norueguidad", por medio de series de fabulosos paisajes y la celebración del hombre agreste.

El "ombligo" de la doble exposición es la reconstrucción completa (con algunas reproducciones para cubrir las ausencias) del Friso de la vida, conjunto o "ciclo" de pinturas realizadas en diferentes momentos y con temas diversos pero relacionados, que constituía para Munch una especie de manifiesto artístico y existencial.

Lo montó varias veces, con variantes, y lo rehizo; él actuaba como, diríamos hoy, un comisario de su propio trabajo, proponiendo a través de esas obras una narrativa discontinua, ambigua y atípica.

En la muestra se constata la reelaboración constante de un repertorio de motivos y configuraciones relativamente limitado a través de las décadas, sin que, a decir verdad, pese en exceso, como en otros artistas longevos, la reiteración de las fórmulas: lógicamente, los autorretratos, tan propios de una personalidad como la suya; pero también algunas "visiones", formas de relación "antropófaga" entre las figuras (se observa, por ejemplo, cómo versionó El beso una y otra vez, avanzando siempre en la fusión de los cuerpos), ciertos interiores, contados espacios naturales, las fugas en las composiciones...

Se destaca también la importancia de su actividad como retratista, que fue ya reivindicada por una exposición reciente en el Munch-museet. ¿Era necesario todo este despliegue? Seguramente no todas las obras son necesarias. Hay un porcentaje de ellas más rutinarias, peor pintadas... Pero no ocurre, como en otras de estas exposiciones desproporcionadas, que se acabe perjudicando al artista. La estructura es buena, el reparto en dos sedes contribuye a aliviar el cansancio y, sobre todo, Munch soporta el exceso.