Image: Virtudes privadas, vicios públicos

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Arquitectura

Virtudes privadas, vicios públicos

3 marzo, 2017 01:00
Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Vistas del interior del edificio de viviendas de MAIO. Fotografía: José Hevia

En pleno ensanche barcelonés, el nuevo edificio de viviendas de MAIO supone una interesante investigación sobre una pregunta tan inevitable como pertinente: cuánto hay de nuestras vidas en nuestras casas.

El Eixample barcelonés es, más que un trozo de ciudad, un club. Su protocolo de patios, chaflanes, huecos y alturas asegura que cada nuevo invitado no se desvíe en exceso de lo previsto. Es posible, sin embargo, hacer buen uso del corsé y emplear lo conocido como caballo de Troya. Las nuevas viviendas de alquiler en la calle Provença del joven estudio local MAIO (Maria Charneco, Alfredo Lérida, Guillermo López y Anna Puigjaner) adoptan precisamente esta estrategia. En su vertiente pública, el edificio se adhiere al consenso: la fachada a la calle replica con sus balcones y trama de estuco las buenas maneras de la arquitectura burguesa, corrección que se traslada al patio, donde descuelga perezosamente una panoplia de persianas catalanas. La auténtica apuesta está en lo que no se ve, pero se vive: a fin de cuentas, el meollo de la arquitectura.

A mediados de 2015, durante el transcurso de esta obra, MAIO realizó en el MACBA el montaje para Especies de Espacios, una muestra comisariada por Frederic Montornés. Allí, el área de exhibición se fragmentaba mediante una trama regular de estancias cuadradas, cualificada únicamente por su contenido. Con las lógicas adaptaciones, el experimento se traslada al Eixample. La flexibilidad en arquitectura suele asociarse intuitivamente a mecanismos y partes móviles, pero en realidad depende menos de cacharros que de conceptos. Las viviendas de Provença lo demuestran. Su interior se conforma mediante la suma de cinco habitaciones prácticamente idénticas, conectadas directamente entre sí. No hay en ellas ningún tipo de jerarquía, más allá de la cocina, que ocupa la pieza central; los pisos podrían ampliarse con la simple apertura de una puerta hacia la habitación del vecino, y nada se alteraría en exceso. Aquí, no es el arquitecto sino el usuario, con sus objetos y su cultura, quien decide cómo se permutan cada uno de esos 110 cuartos que, en su conjunto, componen el edificio. Somos más nómadas de lo que creemos: a fin de cuentas, mueble es "lo que se puede mover".

Esta divergencia entre la convencionalidad del marco urbano y la radicalidad de los interiores precisa de una bisagra. El portal, una píldora pintoresca frente al tránsito callejero, orilla la contención del resto del proyecto para entregarse a un onírico juego de sobresaturación formal. Cubierto, pero abierto -la luz y la lluvia entran por los patios-, el zaguán es un accidente fascinante, una colisión de límpidos volúmenes elementales que son, simplemente, demasiado grandes para ese espacio. Esa consciente incoherencia escalar y el vívido cromatismo devienen en una cierta relajación surrealista, un breve paisaje de pirámides y oblongos cilindros en inmersión.

El mercado ha embridado la vivienda con exigencias de eficacia que, habitualmente, devienen en monotonía. Frente a esta alerta, la inteligencia del proyecto de MAIO se revela como irónica: los fatigosos peajes de seriación y uniformidad no se eluden mediante manierismos, sino que se ponen en evidencia y se recontextualizan como cliché. El secreto de una remezcla está en su tránsito indeciso entre lo conocido y lo nuevo. Este edificio, este Eisampler, consigue algo extraño: que tarareo e invención sean lo mismo, y se bailen de memoria.