Las Raíces secundarias (título de esta exposición) quedan ancladas en la tierra cuando una planta es arrancada y, en algunas especies, permiten su regeneración. Gabriela Bettini (Madrid, 1977) se apoya en esa cualidad botánica para asimilar la resistencia de la Naturaleza ante la violencia de los monocultivos y la obstinación de las familias víctimas de la violencia política para sobrevivirla.

En la introducción al libro que acompaña a la muestra, Blanca Serrano Ortiz de Solórzano la describe como un “itinerario con dos frecuencias”: las pinturas de un lado y la rememoración que hace en su texto la artista del exilio de su familia tras el asesinato de varios de sus miembros por la dictadura argentina.

Sin embargo, aunque es muy comprensible que esas vivencias hayan permeado su producción artística, la correlación entre palabras e imágenes es aquí débil. Y creo que este conjunto de obras se explica mejor mediante los parentescos plásticos que a través de las referencias biográficas.

Bettini ha extendido la estrategia de apropiación de imágenes al riquísimo acerbo de las ilustración científica

Gabriela Bettini ha destacado por la subversión de los elementos constitutivos de la imagen y del cuadro como objeto. El género que más ha tratado es el paisaje, entendido como lugar impregnado de memoria, y en 2006 comenzó a adentrarse en el territorio latinoamericano utilizando como vehículo el paisajismo de los artistas viajeros de la Ilustración y el Romanticismo, con una estrategia de apropiación de imágenes históricas que ha extendido ahora al riquísimo acerbo de la ilustración científica.

Su objetivo es entroncar exploración, colonialismo pasado y neoliberalismo extractivista actual, y denunciar el “borrado” de la diversidad en los ecosistemas y del paisaje, con difuso eco en las “desapariciones” de disidentes.

'Mariposas', 2021, de Gabriela Bettini. Cortesía de la artista y Sabrina Amrani

En los paisajes, que tienen como base fotografías propias del área de Chuquicamat, la brutal mina a cielo abierto en los Andes, Bettini usa el collage, el negativo de formas y la interpenetración de imágenes para poner en un mismo plano, chirriante, presente y pasado: visiones de Humboldt, Norton Bush y Frederic Edwin Church, cuyo célebre El corazón de los Andes desmonta en otra obra.

En las composiciones con especímenes botánicos y zoológicos emula el aislamiento respecto al entorno natural propio de ese formato y remeda la configuración de las láminas de los libros o de las vitrinas de los museos de historia natural, al otorgar dimensión escultórica a los bastidores, convirtiéndolos en mesas y dando continuidad a una muy interesante redefinición de los soportes que vimos en otras exposiciones suyas.

La artista denuncia el “borrado” de la diversidad en los ecosistemas y del paisaje

Se basa en los dibujos de, entre otros, Jacopo Ligozzi, Albertus Seba, María Sybilla Merian y Bonaventura José Guiol, y reproduce con especial significación la pintura atribuida a Goya de la malograda osa hormiguera de origen bonaerense.

Todas esas fuentes icónicas están de alguna manera intervenidas con marcos o formas geométricas en colores metálicos (aludiendo a la explotación minera) y según procedimientos ya ensayados por John Baldessari con un tono pop e irónico, que en Bettini vira a moderadamente dramático.