Gabriel Sierra: Sin título, 2006-2008 (Galería Luisa Strina)

Dicen de Colombia que es el país que más ha crecido en los últimos años, y de Bogotá que se está posicionando como la nueva capital latinoamericana del arte. De ahí que sea este año el país invitado en la feria, donde encontramos algunas de sus galerías que ha seleccionado Juan A. Gaitán. De todo lo que ocurre a pie de calle, de los nuevos artistas, las ferias, la educación y los espacios alternativos, nos habla José Roca, comisario de arte latinoamericano de la Tate Modern de Londres y responsable de uno de los espacios más activos de Bogotá, FLORA ars+natura. Una escena emergente que siempre estuvo en ebullición.

Últimamente, varias publicaciones, especializadas y generalistas, hablan del panorama del arte colombiano como una escena emergente, aunque ese publicitado boom responde más a una súbita visibilidad internacional que al hecho de que realmente haya emergido un nuevo grupo de artistas en los últimos años. Podría decirse que este "estallido" es un eufemismo para hablar del descubrimiento (algo tardío) por parte del sistema artístico global, de una escena que en Colombia lleva años consolidada.



Siempre suelo decir que para que la escena artística de un país sea realmente fuerte son necesarios tres componentes: producción, mediación y mercado. En la primera categoría, están los artistas, el eje y la razón de ser de cualquier escena. En la segunda, todos los agentes que trabajan como intermediarios para darles visibilidad: museos, espacios independientes, revistas y periódicos especializados, comisarios, críticos... La tercera pata de esta mesa, el mercado, no requiere de mucha más explicación: son aquellos que permiten que el artista viva de su trabajo. Todo ello gira en torno a un sistema que se retroalimenta y se autoregula, pero que corre el riesgo de alcanzar un límite crítico. Es el momento en que una excesiva mediación, o el propio mercado, impactan negativamente en la calidad del trabajo de un artista debido a la presión comercial o a la demanda expositiva, con la consiguiente repetición y banalización del trabajo o la igualmente peligrosa sobreexposición.



Entre la nueva generación de galerías destacan Casas Riegner, Nueveochenta e Instituto de la Visión

En la última década, la fortaleza que han adquirido esos tres componentes (el trabajo de los artistas, el papel de gestores, críticos y comisarios, y el mercado) ha hecho que el ambiente sea mucho más vital. En Colombia siempre ha pesado una gran herencia artística, debido a la profusión de escuelas de arte. Sólo en Bogotá hay más de diez, y en el resto del país pueden ser el doble. Hasta hace poco, eran escuelas dedicadas a la formación de los artistas, y otras áreas asociadas a la historiografía y la gestión cultural estaban desprotegidas. Todo eso cambió recientemente con la creación de cursos, diplomaturas y másters en crítica, comisariado, gestión y museología, así como con la creación de la carrera de Historia del Arte en pregrado.



Hasta ahora, con la ausencia del mercado y las presiones del éxito expositivo (en los 90 apenas comenzaba la profusión de bienales, apareada con una apertura hacia el arte de las llamadas periferias que favoreció el acceso a este tipo de eventos a los artistas colombianos), los artistas desarrollaron sus poéticas en un relativo aislamiento, con una retroalimentación endógena limitada al medio local. El hecho de que no hubiera un mercado del arte fuerte, llevó a muchos de ellos a dedicarse a la enseñanza, y hoy hay varias generaciones de artistas que han tenido como profesores a artistas como Doris Salcedo, Miguel Ángel Rojas, Santiago Cárdenas, María Teresa Hincapié, Víctor Laignelet, José Alejandro Restrepo o Juan Fernando Herrán, entre otros.



En los últimos años, coincidiendo con la reducción de la violencia urbana y rural, Colombia comenzó a experimentar una apertura en todos los sentidos. En el ámbito cultural se manifestó en una mayor internacionalización del arte, tanto en la cantidad de artistas que empezaban a exponer regularmente fuera del país, de mano de comisarios colombianos, y en la cantidad de directores y patronos de museos, comisarios, artistas y coleccionistas internacionales que comenzaron a venir a Colombia. Una apertura, que coincidió con la aparición de nuevos actores en la escena local: periódicos de arte, comisarios formados en escuelas de los Estados Unidos y Europa, y una profusión sin precedentes de espacios independientes en todo el país que garantizaron una visibilidad dentro y fuera de Colombia de artistas consolidados y emergentes.



David Peña: Meñique pequeño, 2014 (LA Galería)

(510 x 295, antes 450 px ancho x un máximo de 250 px) En Bogotá, entre esos espacios alternativos, está la Fundación Teatro Odeón, otro centro cultural sin ánimo de lucro dedicado al arte contemporáneo cuyas actividades aproximan al público a los procesos artísticos, N-ce Arte, un programa cultural y educativo de la Fundación Neme, cuyo propósito es contribuir al desarrollo y crecimiento de las artes visuales en la sociedad colombiana, y FLORA art+natura, centrado en la producción a partir de proyectos comisariados, residencias para artistas internacionales y una intensa actividad pedagógica.



En ese florecer apareció también con fuerza el mercado. Tras varios intentos de proyectar una feria comercial en Colombia, finalmente se creó en 2004 ArtBO, amparada por la Cámara de Comercio de Bogotá, que ha logrado consolidarse como una de las ferias latinoamericanas más importantes. Además de dinamizar el mercado, ha conseguido, también, crear nuevos públicos y favorecer que aparezcan nuevas ferias, bienales y galerías dedicadas casi exclusivamente al arte contemporáneo, como Casas Riegner, Nueveochenta e Instituto de Visión, que vemos en ARCO, y que toman el relevo tras el trabajo pionero de galerías como Garcés y Velásquez (hoy Alonso Garcés) y Valenzuela & Klenner (hoy V&K Galería). Sólo en Bogotá hay más de 60 galerías.



El boom de la escena artística en Colombia responde a una súbita visibilidad internacional
Asimismo, ha aparecido un nuevo tipo de coleccionista. Algunos de ellos siguen patrones familiares, aunque alejándose de la compra exclusida de pintura, algo muy instaurado en Colombia y ante lo que parece haber una reacción por parte de las nuevas generaciones. Hoy los coleccionistas jóvenes empiezan a conformar sus acervos en torno a nuevos medios y formatos como la fotografía, el vídeo, la instalación, la performance y el dibujo expandido. Además, muchos de estos coleccionistas han traspasado la barrera simbólica de "la compra" y han empezado a adquirir obras que por su naturaleza o su formato difícilmente podrían ser exhibidas en un ambiente doméstico. Varios de ellos están, incluso, considerando la opción de crear espacios abiertos al público donde mostrar sus colecciones, y hay otros que han ido más allá de la función tradicional del coleccionismo (acumular objetos de arte), y financian publicaciones, becas y producción de obras. E incluso lo hay que son benefactores de museos, fundaciones y espacios independientes.



A menudo me preguntan si no creo que la visibilidad internacional de la escena colombiana pueda ser negativa para los artistas a medio plazo. En mi opinión, si se tratara de una escena emergente que súbitamente fuera "descubierta" y catapultada a la esfera pública internacional, correría el peligro de no poder sostener a largo plazo las demandas de un mercado tanto de capital material como simbólico. Pero lo que le ocurre ahora mismo al arte colombiano no es un tema de emergencia, de surgir de la nada: son varias las generaciones que llevan mucho tiempo trabajando, capas y capas de artistas potentes y profundos que ahora están siendo estudiados.



Lo único que ha cambiado es la visibilidad exterior: la única artista colombiana que realmente ha emergido es Doris Salcedo; los demás están aún sumergidos, realizando un trabajo serio bajo la carpa protectora que da el relativo anonimato: Álvaro Barrios, Beatriz González, Óscar Muñoz, Miguel Ángel Rojas, Antonio Caro, José Alejandro Restrepo, Luis Roldán, Danilo Dueñas, María Elvira Escallón, María Fernanda Cardoso, Johanna Calle, Rosemberg Sandoval, María Evelia Marmolejo, Delcy Morelos, Nicolás París, Mateo López, François Bucher, Gabriel Sierra, Bernardo Ortiz, Iván Argote, Carlos Motta, Carolina Caycedo y muchos más. La sustancia está allí, y no se agotará en fuegos de artificio.