Cíclope, 2001

Galería La Fábrica. Alameda, 9. Madrid. Hasta el 21 de abril. De 9.000 a 18.000 euros.

Se supone que la fotografía inmortaliza los instantes. Pero cualquier técnico sabe que la duración de las copias fotográficas, e incluso de algunos tipos de negativos, es limitada. Óscar Muñoz (Popayán, Colombia, 1951) ha tratado en diferentes series de esa cualidad efímera de la imagen fotográfica, relacionándola con la fugacidad de la experiencia y de la memoria. En ocasiones anteriores se ha referido, de manera discreta, a la historia reciente de su país; en el proyecto que ahora presenta lo hace abiertamente, y con algunas características formales novedosas. Las imágenes han sido extraídas de reproducciones en periódicos y libros de fotografías que documentan diversos momentos clave en la época que los colombianos conocen como "la violencia": desde el asesinato en 1948 de Jorge Eliécer Gaitán, esperanza política de reconciliación -al que se muestra en la mesa de autopsias-, a la rendición de dosmil guerrilleros de los Llanos Orientales en 1955 como resultado de la amnistía que siguió al golpe de estado del general Rojas Pinilla; entre medias, el encuentro en 1953 de Dumar Aljurre y Guadalupe Salcedo, míticos líderes de las guerrillas de los Llanos, donde llegó a crearse una república independiente.



Escenas con grandísima repercusión, que alcanza a nuestros días, convertidas por Muñoz en leve polvareda: el del tóner o polvo de carbón que utiliza para "serigrafiarlas" sobre el aire -hay una distancia entre la pantalla emulsionada y la superficie a imprimir-, permitiendo que caiga no sobre un papel sino sobre un cristal. Así, las imágenes pierden nitidez, excepto en algunas áreas que al artista le interesa subrayar. Salvo por el rostro de Gaitán, eso que se subraya son caras o figuras anónimas: los que estaban allí. A veces miran a la cámara, siendo ésta la que, en las fotografías y la filmación -a la que se aplica un proceso similar de emborronado- permitió identificar a los guerrilleros para después perseguirlos y asesinarlos.



Cada imagen se repite para poner el acento de nitidez en un personaje diferente. De esa manera, Óscar Muñoz vuelve a poner atención en los rostros aislados, "encuadre" que utiliza habitualmente. El retrato se individualiza a partir de la escena. Se aíslan las etapas del recorrido que efectúa normal- mente la mirada sobre un grupo. Pero los retratos, en vez de diluirse, evaporarse o deshacerse, procesos que abundan en su trayectoria, se fijan. Aunque débilmente. La dificultad de ver se equipara a la dificultad de conocer, de recordar con claridad, de recuperar fielmente los hechos a través de tantas manipulaciones y leyendas. Hubo testigos, nos señala el artista, pero estarán casi todos muertos.



En la parte inferior de la galería se proyecta un vídeo más en la línea de su trabajo anterior, aunque con un ritmo mucho más rápido: rostros diluidos en un lavabo, perdidos en un maelstrom que se ennegrece y densifica a medida que se transfiere al agua el polvo de carbón de las decenas de fotografías que va sumergiendo en ella la mano del artista -que tanto aparece en otras obras-. El habitual componente autobiográfico se recupera aquí, con algunas fotografías personales que se intercalan con las de hombres y mujeres célebres y anónimos: hay una, revela, en la que es arrastrado por un río cuando tenía cuatro años. Hay a menudo en la obra de Óscar Muñoz algo que se va. Figuras que se desdibujan en el tiempo interno de la propia obra y en el tiempo de la historia.