Rineke Dijkstra. Foto: Domenec Umbert.

Hace muchos años, Rineke Dijkstra (Sittard, Países Bajos, 1959), se rompió la cadera en un accidente de bicicleta. El reposo obligado le vino bien para replantearse su incipiente carrera como fotógrafa. Estaba cansada de los encargos y buscaba una mirada propia que extrajera mucho más de los sujetos retratados que una mera pose protocolaria. Meses después, durante una fatigosa rehabilitación, se hizo un autorretrato nada más salir de la piscina y en su gesto improvisado y exhausto halló, como una epifanía, su estilo personal. "En aquella época me sentí vulnerable por primera vez. Me investigaba a mí misma y en aquella foto encontré algo inesperado e intuitivo". Desde entonces, los retratos verticales de cuerpo entero, a caballo entre la naturalidad y el artificio, se convirtieron en su seña de identidad. Con ellos, la fotógrafa busca "capturar emociones encontradas", explica a El Cultural durante su visita a Madrid para impartir una conferencia en PIC.A, la Escuela Internacional Alcobendas PhotoEspaña.



Dijkstra es una de las fotógrafas más importantes del panorama internacional actual. Su obra se ha expuesto en la Bienal de Venecia, la de Sao Paulo y la de Turín, en el MoMA de Nueva York, en el Museum fur Moderne Kunst de Frankfurt y en 2012, el San Francisco Museum of Modern Art y el Guggenheim de Nueva York acogieron una retrospectiva de su obra.



Hilton Head Island, Carolina del Sur, EEUU, 24 de junio de 1992 / Kolobrzeg, Polonia, 26 de julio de 1992

La artista adquirió fama con su serie Beach portraits a partir de 1992, una serie de retratos de adolescentes realizados en playas de distintos países, de Estados Unidos a Polonia y Ucrania. El origen de este trabajo se remonta a su infancia: "Crecí cerca del mar y pasaba todos los domingos en la playa con mi familia. Aunque sólo había arena, agua y cielo, la playa me parecía siempre diferente", una impresión que sigue vigente en este trabajo, cuya atmósfera tiene más que ver con lo enigmático que con el ocio y el tiempo libre. El fondo es casi idéntico en todas las tomas -la confluencia entre arena, mar y cielo-, salvo por los cambios de luz y de las condiciones atmosféricas y marítimas. El mayor contraste lo aportan los sujetos retratados: "Todo empezó cuando un amigo me invitó a Carolina del Sur (EEUU) en 1992. Pensé que el ambiente de la playa no sería muy distinto del de Holanda, pero me sorprendió la obsesión que tenía allí la gente por el glamour y la apariencia. Entonces quise viajar a Rusia, recién salida del comunismo, buscando la antítesis, pero no conseguí el visado, así que fui a Polonia. Allí no había MTV, no había glamour. Los adolescentes llevaban ropa que parecía de los años cuarenta", recuerda.



Más tarde realizó una serie parecida, Park Portraits (2003-2006), en la que dotó de mayor importancia al paisaje circundante y adoptó por primera vez el formato horizontal. Volvió a realizar retratos de adolescentes en parques de todo el mundo, entre ellos el de la Ciudadela de Barcelona y el del Retiro de Madrid.



Gloria. Parque de la Ciudadela, Barcelona, 4 de junio de 2005.

A mediados de los 90, Rijkstra adoptó también el vídeo como medio de expresión. "Es un reto constante para mí, porque al incorporar el sonido, el movimiento y el paso del tiempo, las posibilidades se multiplican". Pero su leitmotiv sigue siendo el mismo: "Aislar a la gente de su entorno para conseguir una especie de abstracción". Así ocurre en sus piezas de vídeo más conocidas, realizadas en discotecas de Liverpool y Holanda en fechas tan dispares como 1996 y 2009. Esta última, la instalación The Krazyhouse (Megan, Simon, Nicky, Philip, Dee), puede verse actualmente en el Guggenheim de Bilbao hasta el 1 de marzo de 2015. En ella vemos a cinco jóvenes bailando solos, de uno en uno y fuera de contexto, sobre el fondo blanco de un estudio construido ex profeso en un club pero apartado de la pista de baile, del DJ y de todo intercambio social.



Dijkstra empezó grabando sus vídeos con cámaras domésticas, pero no le convencía la calidad de la imagen, así que acabó contratando un operador de cámara con equipos más sofisticados. Cuando se trata de hacer fotos, trabaja "a la antigua", con una cámara de gran formato (5x4 pulgadas) con un fuelle de acordeón que refleja la imagen al revés en el visor y que obliga a la artista a cubrirse la cabeza con una tela. El procedimiento es lento y meticuloso y remite a los orígenes de la fotografía. "Puedo tardar una hora en realizar un retrato", confiesa. Aunque trabaja casi siempre con luz natural, usa también un flash de relleno para reducir el contraste y acercar el resultado a la percepción del ojo humano, más sensible que la cámara. "No soy una fotógrafa documental, no voy tirando fotos por la calle. Me gusta controlar la tensión, la luz, la composición. Mi objetivo es concentrar muchas cosas en una sola imagen", explica. El resultado del proceso es una visión personal y a la vez universal. "Una foto buena es aquella que deja mucho espacio a la interpretación", opina la artista.



Antes de su charla en la escuela PIC.A, le pedimos que nos adelante su mejor consejo para los alumnos: "Que averigüen qué les fascina fotografiar y, cuando lo sepan, dedicarle toda la vida".