Image: Juegos y ataduras de Naia del Castillo

Image: Juegos y ataduras de Naia del Castillo

Arte

Juegos y ataduras de Naia del Castillo

12 febrero, 2004 01:00

Seductor, 2002. Luxechrome, 100 X 100

Artium. Francia, 24. Vitoria. Hasta el 21 de marzo

En una de las imágenes más conocidas de Naia del Castillo, Espacio doméstico: silla, una mujer lleva adosada a sus espaldas una silla. Incluso la tapicería de la misma coincide con la tela con la que está hecha la prenda, a la que se une firmemente por una cremallera. De este modo plantea Naia del Castillo la relación entre la mujer y unas cargas psicológicas y sociales que terminan por ser una prolongación de sí misma.

La ambivalencia del sistema de valores que opera sobre lo femenino, las dudas entre un camino u otro, se reflejan en las imágenes de las distintas series incluidas en la exposición. Espacio doméstico plantea la ambigöedad que plantea hoy día la casa, vista como escenario de un trabajo alienante, pero también como un espacio íntimo y propio; y algo parecido puede decirse de Horas de oficina, en la que la mujer tiene su espalda firmemente cosida a la del hombre, en una situación de total dependencia inconsciente. En Retratos utiliza un elemento como el cabello, elemento básico de la identidad femenina, para ocultar el rostro, es decir, para negar, precisamente, la identidad.

Naia del Castillo se desenvuelve bien en ese escenario de ambigöedades y dobles sentidos enfrentados, como en Seductor, donde un cuerpo vestido con ropa masculina deja entrever, a través de un encaje colocado sobre una rígida camisa blanca, un seno femenino. Del mismo modo, en lo formal, se mueve entre lo que dice ser, una escultora, y la materialización de su obra, fotográfica. Sus comienzos artísticos fueron precisamente como escultora, pero en los últimos años combina las imágenes (representaciones) con la presentación, en la misma sala, de los objetos utilizados para construirlas: vestidos, accesorios u objetos. El efecto escénico que logra con ello lleva al espectador a ser consciente de una doble ausencia: en el vacío del vestido, que cuelga de su percha en la sala, y en la imagen, que, al fin y al cabo, siempre muestra lo que ya no es.