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El Cultural

Desborde y enigma de Lucio Fontana

Lucio Fontana legó una serie de obras precursoras de las posibilidades de la acción y la teorización del arte. Llega al Guggenheim de Bilbao.

3 junio, 2019 08:00

Lucio Fontana. En el umbral

Museo Guggenheim Bilbao. Abandoibarra, 2. Bilbao. Comisarios: Iria Candela y Manuel Cirauqui. Hasta el 29 de septiembre

Las artes pueden dar forma a litigios dispares y crear marcas inéditas en la experiencia de lo real. El artista italo-argentino Lucio Fontana (1899-1968) lo entendió de manera cabal. Transitó de modo muy libre entre prácticas artísticas, elecciones formales y culturas diferentes. Con sus múltiples desbordamientos legó una serie de obras precursoras de las posibilidades de la acción y la teorización del arte. Un ejemplo son sus célebres perforados o rasgados, que inicia a finales de los años cuarenta en la escultura y la pintura y que dan cuenta de un gesto radical. Una premonitaria deconstrucción entra aquí en juego con su ethos, tan irónico como visionario. La génesis de esas aperturas y de las tensiones creativas que despliega en su trayectoria –entre lo ornamental y lo iconoclasta, la celebración de lo matérico y la deriva conceptual, lo visual y lo táctil– están confrontadas en el inteligente montaje de un centenar de piezas que ha reunido en esta muestra el Museo Guggenheim Bilbao.

En el umbral indaga en la figura de este artista liminar, transgresor de convenciones, un “santo” paradójico que tuvo una efímera vinculación con el futurismo italiano pero que sobre todo hizo de sus investigaciones espaciales un propósito creador. Una primera constelación de obras reúne sus esculturas de los años treinta y cuarenta. Son de carácter figurativo, plenas de reminiscencias primitivas, modeladas en terracota lejos de las convenciones académicas. Pronto derivarán hacia desarrollos eclécticos, expresionistas e informalistas con declinaciones kitsch, como cuando incrusta en las obras cristales de Murano o las impregna con colores y pan de oro.

Una segunda constelación se refiere a la exploración espacialista que ya aventuraba en su Manifiesto Blanco (Buenos Aires, 1946), opúsculo publicado por los alumnos de Lucio Fontana en la Escuela de Arte Altamira, en el que profundizaría tras su regreso a Italia en 1947. El Manifiesto Espacialista que en ese año firmaría con otros artistas del movimiento homónimo, postulaba transcender los límites de la pintura y abrir sus posibilidades espaciales. Se reconocían ecos del dadaísmo, el tachismo y el arte concreto europeo. En esta sala se exponen sus primeras pinturas, realizadas cuando ya tenía cincuenta años, tramadas con perforaciones, gestos y acciones que estilizará en sus posteriores cortes. Concepto espacial será el título común con otras esculturas que también son punzadas o agujereadas. El vacío y la escisión entran en escena para suscitar enigmas nuevos. Y dado que el enigma no tiene solución, los vuelve más sublimes en las extraordinarias pinturas de los años sesenta: ahora el título Concepto espacial vendrá acompañado por el atributo de Espera. Reclamaba así una complicidad del espectador para interrogar ese misterio que se recrea una y otra vez.

Una pieza muy destacable en su trayectoria es un Concepto espacial de 1962: una pintura monocroma en rosa es perforada dando forma a una cruz en una ironía transgresora que no pierde actualidad. A través de monocromos blancos, azules o rojos, en pinturas de superficies empastadas o despojadas de materia pictórica –como el excepcional lienzo con una escisión vertical realizado en 1960–, o en sus reflectantes obras de 1962 realizadas en cobre, y cuyos cortes verticales se asocian a su experiencia de los rascacielos neoyorquinos, el espacio es convocado de modo misterioso en esos intersticios. Una poética del corte para cifrar lo que no puede verse pero sí experimentarse: lo inefable. Se trataría de marcas temporales en el espacio, de signo trágico, en palabras de Jorge Oteiza que conoció a Fontana en Buenos Aires en los años cuarenta y quiso ir a Milán para profundizar en el movimiento espacialista y trasladar esa experiencia al contexto vasco.

Superar las convenciones específicas de la pintura o la escultura son las apuestas vanguardistas que Fontana no abandonaría nunca. Es pionero de las instalaciones inmersivas que denomina Ambientes espaciales: experimenta con la luz eléctrica en el espacio, incluyendo el uso de los tubos de neón. La muestra ofrece una recreación de varias instalaciones pioneras: un monumental arabesco de neón proyectado para la IX Trienal de Milán (1951), así como Ambiente espacial: “Utopías”, en la XIII Trienal de Milán (1964) y Ambiente espacial con luz roja (1967). Fontana culminará el programa de la síntesis de las artes de las primeras vanguardias con nuevas interacciones de carácter envolvente en el arte contemporáneo, donde la unión del trabajo escultórico, lumínico y arquitectónico expandirán las prescripciones tradicionales. Hay sobradas razones para visitar esta muestra que ilumina las acciones y poéticas premonitorias de Fontana.