Image: Sergio Ramírez: La escritura vive de las insatisfacciones, del conflicto, de la anormalidad

Image: Sergio Ramírez: "La escritura vive de las insatisfacciones, del conflicto, de la anormalidad"

El Cultural

Sergio Ramírez: "La escritura vive de las insatisfacciones, del conflicto, de la anormalidad"

20 abril, 2018 02:00

Sergio Ramírez. Foto: Daniel Mordzinski

Cuando el lunes, 23, Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) recoja el premio Cervantes en el Claustro de Alcalá, rendirá la emoción con un discurso sobre lo que han significado en su vida el Quijote y el mundo de Cervantes, sobre el vínculo entre éste y Rubén Darío, y, por tanto, de la renovación de la lengua de Cervantes que Darío hizo tres siglos después. “También tratará del compromiso con mi oficio, y la lealtad que le tengo. De mi visión latinoamericana que no puede faltar en mi trabajo de ficción. Y, por supuesto, de la lengua en que escribo, en la que nací y en la que vivo”.

Lector enfermizo de Cervantes, el nicaragüense recuerda ahora que fue su madre, “mi profesora de literatura en la escuela secundaria”, quien le descubrió el Quijote y le hizo entrar en él por lo cómico, “haciéndome leer los episodios más divertidos, el de la jaula de los leones que le llevan al rey, y aquel en que se queda don Quijote parado de cabeza, con las flacas nalgas al aire, en penitencia por su dama, y Sancho no puede dejar de reírse de él”, afirma.

Pregunta.- ¿Se atreve a trazar para el lector poco avisado una suerte de autorretrato literario?
Respuesta.- Estoy en este oficio porque me gusta contar historias, o, mejor, necesito contar historias, y lo hago desde la adolescencia. Empecé como cuentista, averiguando todo lo que podía sobre ese arte, y no hay otra forma que la lectura intensa de los maestros del género, porque hay que aprenderse los secretos. El cuento es como un mecano, que hay que desarmar, examinar cada una de sus piezas, y armarlo de nuevo. Eso fue a los 16 años, y sólo una década después entré en el territorio de la novela, pero me he quedado ejerciendo ambos, y en ambos me siento muy a gusto.

"Cuando publiqué mi primer libro de cuentos lo pagué de mi escuálido bolsillo y fui a dejarlo en las librerías de Managua"

P.- Siempre se supo escritor, pero el estudiante de Derecho que también fue ¿se reconocería en el narrador que es hoy?
R.- No creo. Yo quería contar historias, pero en una carrera literaria exclusiva no pensaba. Además, a esa edad el futuro es un sentimiento abstracto, una ansiedad, a nadie se le cruzaba por la cabeza en aquel tiempo en Nicaragua que uno podía ser escritor profesional. Cuando publiqué mi primer libro de cuentos a los 20 años lo pagué de mi escuálido bolsillo, y yo mismo fui a dejarlo en las pocas librerías de Managua en consignación. Eran 500 ejemplares y la mayoría terminé obsequiándolos. Tampoco mi perspectiva era llegar a ser abogado profesional, nunca me atrajo. Era el designio de mi padre, no el mío.

El idealista y el fabulador

Cuenta Ramírez que en 1973, en Costa Rica, no pudo más y renunció como secretario general del consejo de rectores universitarios centroamericanos para aceptar una beca de escritor en Berlín. “Sí, a muchos les pareció insensato: casado, con tres hijos pequeños, dejaba un puesto bien remunerado, y me iba a correr la incierta aventura de escritor”.

P.- También lo dejó todo para sumarse a la revolución sandinista, y se convirtió en vicepresidente del gobierno de Daniel Ortega. ¿Qué le prestó el político, el idealista, al narrador?
R.- No hay cosa que me incomode más que cuando me presentan como “el escritor y político”. Porque con la política no me meto hace 22 años, me salí de ella para no volver. Y a la política llegué porque se trataba de una revolución. Y cuando regresé de Berlín en 1975, tras dos años de estancia y una novela escrita, ¿Te dio miedo la sangre?, vine a meterme de cabeza en la revolución; era lo único capaz de sacarme entonces del oficio literario.

P.- ¿Así que no hay bifrontismo?
R.- No, el idealista y el fabulador fueron una sola cosa desde mis 16 años, cuando llegué a la universidad y tomé conciencia de que vivíamos bajo una dictadura represora y creadora de injusticia y pobreza. Una tarde de julio de 1979 el ejército de Somoza disparó contra una manifestación de estudiantes en la que yo participaba y fueron asesinados cuatro de mis compañeros. Me convencí, con ardor juvenil, de que no podía apartar mi compromiso político de mi compromiso literario.

"De la revolución sandinista sólo queda un lejano recuerdo, un sentimiento de frustración y la hueca retórica del poder actual"

P.- Entonces pensaba que política y literatura eran compatibles. ¿Qué le desengañó?
R.- Cualquier oficio es compatible con la literatura, porque son muy pocos quienes pueden vivir solo de la literatura. Periodistas (como Gabo), médicos (como Chéjov), tasadores de seguros (como Kafka), juristas (como Clarín). Yo me propuse probar que estando en la política se podía escribir una novela ocupando las horas de la madrugada. Así terminé Castigo divino. ¿Pero hubiera podido escribir una novela sobre la revolución misma? Habría sido un fracaso, porque no podía sino asumir el punto de vista oficial. Y los puntos de vista oficiales en una obra de arte son desastrosos. Eso es lo verdaderamente incompatible. En una novela lo que hay son puntos de vista contradictorios, y, sobre todo, se necesita de absoluta libertad crítica frente al poder. Hoy en día tengo ideales políticos, pero no partido. Qué fantástico es esto, me digo a mí mismo, gozar de libertad creadora, y tener las mejores horas del día para escribir.

El final del sueño sandinista

P.- ¿Por qué es imposible hablar de política latinoamericana sin mencionar la demagogia, el caudillismo y la corrupción?
R.- Porque son parte de la anormalidad en que vivimos, en un perpetuo regreso al pasado, a lo peor del pasado. Los caudillos pertenecen al siglo XIX, y siguen vivos, la corrupción es una reincidencia permanente que viene desde la colonia, algo que muchos se toman como normal. Es fácil escuchar criterios como “roba, pero hace obras de progreso”, o “elijamos a este que tiene dinero, así no necesitará robar”. Así la política misma se corrompe hasta la médula. Si el sistema político fuera en todos nuestros países como el de Uruguay, ni los novelistas ni los medios prestarían atención, porque la normalidad no tiene cronistas, tampoco la felicidad. La escritura vive del conflicto, de las contradicciones, de las insatisfacciones, de la anormalidad.

P.- Hizo memoria de su experiencia política en Adiós muchachos: ¿era inevitable que terminase todo tan mal? ¿No queda nada del sueño del sandinismo?
R.- Cuando triunfó la revolución yo era un devoto lector de La Comedia humana de Balzac. Ninguna otra obra literaria ilustra mejor el fenómeno de las revoluciones, como ocurrió con la francesa, que terminan creando una nueva clase de ricos, una nueva burguesía ávida, cuyo credo radical de antaño se convierte en el credo del dinero fácil. De las barricadas a las mansiones amuralladas. Pero entonces me dije que esta revolución, la nuestra, interrumpiría esa repetición de la historia. Ahora veo que era solo una ilusión, y que la repetición volvió a imponerse. Hay algo que digo en Adiós muchachos sobre esto que me gustaría repetir en otras palabras: las revoluciones tienen un primer momento puro, cuando todo está intacto. Luego entra en escena el poder, con sus mecanismos implacables, y los ideales pasan por esa trituradora; y cito a Pasternak: cuando los ideales se convierten en leyes, pierden algo de sí mismos, y cuando esas leyes se ejecutan, pierden todavía más. De todo aquello que fue la revolución sólo queda, en muchos, un lejano recuerdo, un sentimiento de frustración, de angustia, por algo perdido para siempre; y, por otro lado, la retórica vacía del poder actual, altisonante y hueca, que repite el viejo discurso ya gastado.

"Los puntos de vista oficiales en una obra de arte son desastrosos. Una novela necesita de absoluta libertad crítica frente al poder"

P.- Siempre se habla de la crisis de la novela, pero ahora hay quien la da por muerta porque la autoficción la ha suplantado: ¿cuál es su diagnóstico, como autor y lector?
R.- La novela, desde la perspectiva cervantina, es todo y lo contiene todo, y todo cobra legitimidad dentro de ella: el Quijote es una novela multidimensional donde la realidad entra tranquilamente dentro de la ficción, y se crean planos inmediatos, paralelos, como los que Hawking juraba que existen en el universo. La metanovela también es parte del mundo de Cervantes. Y en él cabe el relato autobiográfico entreverado de ficción, cabe una novela dentro de otra novela, cabe el reportaje ficticio, como lo probó luego Defoe en Diario del año de la peste, o el reportaje que toma elementos prestados del arte de narrar ficciones, como en A sangre fría de Capote, la real fiction. ¿Y cómo puede morir un género que responde a una necesidad vital del ser humano, la de leer historias ficticias para creer que son reales? ¿Se puede vivir sin la imaginación, o sin satisfacerla?

Retrato de familia con volcán

P.- ¿Podría ser usted el vínculo entre Rubén Darío y los penúltimos creadores nicaragüenses? ¿De alguna manera este premio Cervantes les rinde homenaje por primera vez?
R.- El premio rinde homenaje en primer término a Centroamérica, una región que encuentra su identidad en sus escritores y artistas, Darío, Asturias, Monterroso, Yolanda Oreamuno, Cardoza y Aragón, Ernesto Cardenal, Roque Dalton, Gioconda Belli, Rodrigo Rey Rosa, Castellanos Moya, poetas y narradores; y en Carlos Mérida, Francisco Zúñiga, Armando Morales, Olga Sinclair, escultores y pintores. Yo soy parte de esa cultura, y también de la tradición literaria de mi país, que desde Darío ha sido siempre moderna, orgánica, generación tras generación. Mi pretensión es ser una correa de trasmisión, útil a los más jóvenes para abrir campo al desarrollo de los talentos creadores que siguen surgiendo. De allí la revista digital Carátula, que lleva ya 15 años ininterrumpidos, y el festival Centroamérica Cuenta que quiere ser un puente de dos vías, donde los escritores centroamericanos, sobre todo los más jóvenes, se encuentran cada año en Managua con figuras literarias de distintas partes del mundo.

P.- Tras el ajetreo de estos meses, ¿ha vuelto a la creación? ¿Qué está escribiendo?
R.- Cuando en mayo me siente de nuevo frente a mi ordenador debo comenzar a elegir porque tengo varias opciones. Me tienta entrar a ver que ha pasado con las memorias de mi infancia en Masatepe, que desde hace tiempo tengo en el cajón, y que se llamarían Retrato de familia con volcán. O seguir con un libro de cuentos, ya tengo cuatro para una nueva colección. Ya veremos.

@nmazancot