¿Qué libro tiene entre manos?

Tengo manuscritos y pruebas encuadernadas y galeradas y libros extranjeros sobre los que debo decidir... y en mi mesilla de noche los poemas de Anne Carson y Raúl Zurita, y el libro de crónicas de Martín Caparrós.

¿Ha abandonado algún libro por imposible?

Sí, pero sobre todo he abandonado alguno por aburrimiento o falta de interés.

¿Con qué escritor le gustaría tomarse un café mañana?

Con Carmen Balcells. No es una escritora, es la literatura toda. La echo mucho de menos.

¿Cuántas veces va al teatro al año?

Al menos una vez al mes. Voy más al teatro que al cine.

Cuéntenos alguna experiencia cultural que cambió su manera de ver la vida.

Tanto como cambiarme la vida... Cambió mi forma de ver el teatro el montaje que la compañía Complicité hizo de El maestro y Margarita hace un par de años en el Grec de Barcelona, por ejemplo.

¿Entiende, le emociona, el arte contemporáneo?

No domino su lenguaje, por lo que no me emociona especialmente.

¿De qué artista le gustaría tener una obra en casa?

Una transparencia gigante de Jeff Wall, por ejemplo. O una foto de Dorothea Lange o Richard Prince... La única obra artística que tengo en mi casa es una fotografía de Arnold Newman en la que se ve a Marilyn Monroe y Carl Sandburg.

¿Quién manda hoy en el mundo del libro?

Yo diría que en el mundo anglosajón manda Amazon. En el nuestro, de momento y no sé durante cuánto tiempo más, la cadena tradicional editor-librero-lector.

¿Qué consejo le daría a un joven editor que empezara?

Que no dé el paso sin tener un proyecto claro y definido. Y que ese proyecto no sea publicar recuperaciones de clásicos.

Al hacer balance de su trayectoria como editor, ¿cuál cree que ha sido su mayor acierto y por qué?

La creación de un sello como Reservoir Books, muy innovador en su momento; la publicación de La broma infinita de David Foster Wallace, un libro que parecía un suicidio y ha resultado muy rentable; el Mapa de las Lenguas que hemos lanzado este año para dar circulación a libros latinoamericanos...

¿Y su mayor error?

Haber dejado escapar tantos libros, ya fuera por ceguera o por falta de valentía.

¿Qué libro de la competencia le hubiera gustado publicar?

Muchos. Pero así, por decir uno, H de halcón de Helen McDonald.

¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo?

Me importa y me sirve, aunque de un tiempo a esta parte echo de menos más críticos de referencia. Abundan los reseñistas, faltan críticos.

¿Qué música escucha en casa? ¿Es de Ipod o vinilo?

Barroca, clásica, romántica, ópera, contemporánea... Soy de los blandos y comodones que han renunciado a la hi-fi, a los amplificadores, bafles y lectores de cedés para pasar a escuchar la música en smartphones y con un altavoz ridículo. He sustituido mi espléndida discoteca por Spotify y a pesar de ello tengo la cara dura de seguir presumiendo de melómano.

¿Es usted de los que recelan del cine español?

Para nada. Recelo mucho más de la fiebre por las series.

¿Qué pasará con el libro si sube su IVA al 7 por ciento?

Que se convertirá definitivamente en objeto de lujo.

¿Qué libro debe leer el presidente del Gobierno?

Los artículos de Rafael Sánchez Ferlosio o de Félix de Azúa, por ejemplo.

¿Y el de la Generalitat, sea quien sea?

Los diarios de Paniker, un pensador abierto y cosmopolita, como solían ser los catalanes de su generación.

¿Se le ocurre una fórmula para compensar tanto recorte?

Cada recorte es un nuevo agujero en el tejido cultural. Ya no sé por dónde hay que empezar a zurcir.

¿Le gusta España? Denos sus razones.

Me gusta pertenecer a un país que forma parte de una enorme comunidad lingüística vital y creativa que se extiende por tantos territorios y tan diversos.

Regálenos una idea para mejorar la situación cultural de nuestro país.

En Suecia acaban de regalar un ejemplar de Todos deberíamos ser feministas, de Chimamanda N'Gozie, a todos los estudiantes de 16 años. Una medida semejante fomenta la cultura, la educación y la igualdad.