Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) está en Madrid para presentar dos libros que lo muestran de cuerpo entero: Tú vida rompiéndose (Lumen), una antología personal de sus mejores poemas, y El día más blanco (Random House), un breve texto en prosa, autobiográfico, en el que el poeta chileno recupera instantes y escenas de su infancia y de su juventud.

En 1973, tras el Golpe de Pinochet, a Zurita se lo llevaron preso. Algo en él se quebró entonces. Entendió que esa quiebra era también la de su país y que, para dar testimonio, su poesía tenía que buscar nuevos caminos. De nada servían ya la ironía de Nicanor Parra ni el poderoso lenguaje de Neruda; esta ha sido la búsqueda de sus libros, desde Purgatorio (1979) a Zurita (2011) pasando por Anteparaíso (1982), Canto a su amor desaparecido (1985), La vida nueva (1994) e INRI (2003). La antología de Lumen incluye poemas seleccionados por él y también los versos que dibujó en el cielo de Nueva York (y que inspiraron a un malicioso Bolaño las acrobacias poéticas de Carlos Wieder en Estrella distante) y en el desierto de Atacama.

Enfermo de Parkinson desde hace años, Zurita nos recibe en el Hotel de las Letras de Madrid. Se agarra fuerte, con las dos manos, a su pequeño ordenador portátil. Y habla en voz muy baja, como si se estuviera confesando.

Pregunta.- Escribió El día más blanco hace quince años y lo ha revisado para la nueva edición. ¿Qué quería cambiar?

Respuesta.- Cosas mínimas. Donde había nombres que no eran reales, ahora puse los de verdad, nombres de gente que existe y que yo recuerdo. Todo es real aunque ya sabe que escribir siempre es hacer ficción.

P.- ¿Retoca también sus poemas?

R.- Por lo general no. Alguna vez lo he hecho, pero es bastante excepcional. Quizás algún pequeño acento, algún pequeño ajuste.

P.- ¿Qué papel desempeña la prosa en su obra? ¿Siente que forma parte de ese conjunto unitario que ha querido formar con su poesía?

R.- Eso quisiera. Que todo fuera una sola cosa. Pero eso no lo puede imponer uno. Soy un poeta que puede ocupar diversos medios, pero mi anclaje es la poesía. La poesía es la matriz de todos los géneros.

P.- Al mantenerse en ese filo entre el verso y la prosa poemática, ¿se toman más riesgos?

R.- No veo diferencias entre prosa y poesía. El Ulises de Joyce, ¿es prosa o poesía? Es una distinción que no tiene mucho sentido. La obra que a mí me importa es la que tiene aspiración de totalidad. Que sea prosa o verso es solo una cuestión de ritmo interno. Me gustaría que El día más blanco fuese leído como un poema y que la antología fuese leída como una novela.

"Trabajo con mi vida. El arte da a los hechos el fulgor y la consistencia que los hechos en sí mismos jamás tienen"

P.- ¿Siente que en esta antología está lo esencial de lo que quería decir?

R.- Para mí el arte es como filmar una película; el final no está necesariamente en la última escena que se filma. Yo siento que tengo el comienzo de todo lo que me tocó hacer en este mundo: una construcción que estaría concluida si fuese capaz de llegar al fondo de mí mismo, sin autocompasión, sin falsa solidaridad, pues así posiblemente esté llegando al fondo de todos los seres humanos. Yo trabajo con mi vida, como una especie de obrero de mi vida. Pero es el arte el que da a los hechos el fulgor y la consistencia que los hechos en sí mismos jamás tienen. Yo tengo un proyecto total que es paralelo a la vida.

P.- Frente a esa poesía de la vida usted ha colocado alguna vez la "poesía filosofante", que no le gusta. ¿De qué manera ha de estar el pensamiento en la poesía?

R.- Tiene que haber pensamiento, pero no filosofía, usted lo ha dicho. Este maldito oficio nuestro consiste en estrujarse el cerebro, como decía Pound. Pero yo no podría escribir nada que no me emocionara. Todo lo que publico me emociona. No porque sea bueno, sino porque siento una especie de traducción de las cosas que me han pasado. Si uno se emociona, es posible que se emocione el lector. La poesía filosofante es, por el contrario, esa poesía que, usando un lenguaje oscuro, pretende aludir a profundidades que no están en ninguna parte. Ante las grandes preguntas da respuestas que no solamente no muestran capas más hondas de la realidad, sino que se refugian en las zonas más pobres de la irrealidad.

P.- ¿Cuánto hay en su poesía de intento por mantener vivos a los muertos?

R.- ¿Qué es el lenguaje si no la forma que tenemos los seres humanos de traer aquello que está fuera del lenguaje? Escribir es el esfuerzo más desesperado por traer a este lado del mundo lo que está definitivamente fuera. Cuando tú recuerdas a alguien, siempre está vivo. Creo que la vida es infierno, purgatorio y paraíso: es todo al mismo tiempo. Como dijo Paul Éluard, hay otros mundos pero están en este, hay otras vidas pero están en ti. El lenguaje es la forma que tenemos de convivir con los muertos, con los muertos de todo un país. La poesía es la posibilidad de lo que no tiene ninguna posibilidad. Al hablar usted y yo somos parte de un río inmemorial de difuntos que nos han precedido y que hablan cuando nosotros hablamos. Pero no me gusta hacer una filosofía de todo esto. Mi autor más significativo es Juan Rulfo. Sus personajes hablan y uno tiene la sensación de que sus conflictos en la tierra eran tan irresolubles que seguían rumiándolos después de muertos. El día más blanco lo veo como una conversación con seres que he querido y una parte de lo que me tocó hacer.

"Al principio escribí poesía como divertimento, después con pasión y por último con desesperación"

P.- ¿Le tocó?

R.- Sí, yo estudiaba ingeniería y me llevaron preso. Y luego no conseguía un trabajo. La forma que tuve de no perder la razón, de no suicidarme fue hacer poesía. Con El día más blanco quise quedar en paz con recuerdos de infancia y de juventud a veces dolorosos. Me di cuenta de que la escritura no es un alivio, al contrario: te hunde más y más.

P.- ¿Si no hubiera ocurrido lo que ocurrió, el golpe y la posterior dictadura, no habría sido poeta?

R.- Yo escribo desde los quince años. Una parte de lo que fue mi primer libro lo escribí antes del golpe. Pero es verdad que no entendí lo que significaba para mí la poesía hasta después. Al principio escribí poesía como un divertimento, después la escribí con pasión y por último la escribí con desesperación.

P.- Una experiencia importante para usted fueron las lecturas de la Divina Comedia que le hacía su abuela. Aparecen una y otra vez en sus textos.

R.- Recuerdo a mi abuela leyéndome la Divina Comedia, me sé muchas partes de memoria. Pero no es algo intelectual, no soy un especialista en Dante. Para mí Dante es como volver a la infancia y volver a escuchar la voz de mi abuela. Siempre que escribo tengo presente a mi abuelo haciendo los cuentos del infierno. Pero me gustan más libros, como la Biblia. Los profetas bíblicos tienen una fuerza impresionante, hacen participar a todo el cosmos de la felicidad o el duelo. Es todo lo contrario a la poesía autista, de la que hay montañas hoy. Poesía que solo es capaz de hablar de sí misma. Poesía que da la espalda al mundo, que se reduce a emociones privadas. Si tú quieres saber qué ha pasado en el mundo en los últimos 50 años no recurras a la poesía, porque te dará la impresión de que no ha pasado nada.

P.- ¿Hay algún poeta contemporáneo que le guste especialmente?

R.- Admiro muchísimo a Antonio Gamoneda, posiblemente el mejor poeta de Europa. Lo lees y notas el peso de un hombre, la densidad de lo real.

P.- ¿Qué relación tiene usted con la religión?

R.- Soy agnóstico-ateo. Creo que no se puede sacar a Dios de la lengua castellana. Si tú le sacas la palabra Dios al castellano queda un vacío más grande que la cuenca del Pacífico. Yo civilmente no creo en Dios, pero la escritura, el lenguaje tiene una total autonomía. Es imposible escribir una poesía absolutamente atea. Incluso en Rimbaud, en Baudelaire, en Bukowski late la ausencia de Dios. Admiro mucho a Dostoievski, sus luchas, sus agonías con Dios son sus luchas y sus agonías con el mundo. A veces me despierto pensando en cómo será el final, y en cómo sería el final de los que fueron torturados hasta la muerte. ¿Es posible que en el último momento venga algo que te permita morir en paz, que tu última imagen del mundo no sea la imagen del grito, del horror? Si no es así, entonces el nuestro es un Dios absurdo, de una perversidad tal que nada tiene sentido.