Pista central del Masters 1.000 Toronto.

Pista central del Masters 1.000 Toronto. REUTERS

Tenis

Toronto paga los platos rotos del infernal calendario tenístico: sin estrellas, descafeinado y con el debate del futuro del circuito

Sinner, Djokovic o Alcaraz se han caído del torneo fruto del poco margen con Cincinnati y el US Open.

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La inminente disputa del Masters 1.000 de Toronto ha quedado marcada por una evidencia dolorosa para organizadores, aficionados y el propio circuito.

La previsible ausencia de sus principales estrellas vuelve a dejar a la vista los estragos de un calendario cada vez más extenuante y, con ello, abre un debate sobre el futuro del tenis de élite.

Renuncias de figuras como Jannik Sinner, Novak Djokovic, Carlos Alcaraz y Jack Draper (todos ellos ubicados en lo más alto del ranking ATP) es solo la punta de un iceberg que amenaza con erosionar la esencia de torneos históricos.

La fatiga acumulada, las lesiones y la gestión estratégica de cada temporada pesan más cada año, y Toronto es, en esta edición, el mejor ejemplo de hasta dónde puede llegar el desgaste de quienes dan vida al deporte.

Lo que debía ser una fiesta para Toronto (tradicionalmente volcándose con el tenis en pleno verano) ha devenido en un evento descafeinado, casi de segunda fila, pese al esfuerzo por promocionar a las figuras que sí disputarán el torneo.

El tenista alemán Alexander Zverev reacciona durante su partido de primera ronda en Wimbledon contra el francés Arthur Rinderknech

El tenista alemán Alexander Zverev reacciona durante su partido de primera ronda en Wimbledon contra el francés Arthur Rinderknech Reuters

Si bien siguen presentes Alexander Zverev, Taylor Fritz, Holger Rune y algunas promesas locales como Denis Shapovalov o Felix Auger-Aliassime, la percepción general es que el evento ha perdido relevancia. 

La organización intenta contrarrestar el impacto, alargando el torneo (formato de 12 días) y ofreciendo mayor acceso y actividades, pero el consenso en prensa y público es claro: Toronto paga el precio más alto del infierno programático de la ATP.

Sin respiro

La cuestión central radica en el propio calendario ATP, señalado por los propios jugadores como "insoportable", "sobrecargado" y, en algunos casos, directamente insostenible. No es una exageración: la ATP mantiene un calendario de 60 torneos repartidos entre enero y noviembre, sin olvidar el evento de cierre para los más jóvenes en diciembre.

Los Masters 1000, antaño torneos de una sola semana, han adoptado ahora formatos extendidos a dos semanas, igualando la exigencia de un Grand Slam, pero obligando a los jugadores a estar muchas más jornadas fuera de casa.

La situación resultante es una rutina casi imposible para los mejores: torneos consecutivos, exigencias físicas y mentales al límite y muy pocas oportunidades para el reposo.

La cercanía del Masters 1.000 de Canadá con el final de Wimbledon y la inminencia del US Open termina por convertir al torneo canadiense en ese "patito feo" sacrificado por la élite en aras de llegar en plenitud al último Grand Slam de la temporada.

El malestar entre los mejores tenistas del mundo no es nuevo ni superficial. Carlos Alcaraz ha criticado repetidamente la obligación de disputar un mínimo de 16 torneos y la dificultad de mantener la motivación ante el desgaste físico y psíquico.

Alcaraz, durante la final de Wimbledon contra Sinner.

Alcaraz, durante la final de Wimbledon contra Sinner. REUTERS

Jugadores como Djokovic, Zverev, Sinner, Medvedev y Shapovalov han alzado la voz en defensa de una reducción drástica de partidos y mayor flexibilidad, denunciando la falta de tiempo para la vida personal y, sobre todo, el incremento de lesiones por sobresaturación.

La nueva estructura de Masters 1000, con dos semanas de calendario, ha sido especialmente mal recibida. Zverev aseguraba hace poco que los torneos más largos "no son descanso real" y que solo aumentan el tiempo fuera de casa y el riesgo de problemas físicos graves. La dirección de la ATP, por su parte, ha desestimado hasta ahora modificar el formato.

A debate

La corriente de fondo que se vive en Toronto es solo el reflejo de algo más grande: el debate por el futuro del circuito profesional.

Hay voces que piden una revolución: menos torneos obligatorios, ventanas claras de descanso, mejor distribución de fechas y mayor peso en la opinión de los jugadores.

Otros plantean incluso una transición de poder desde la ATP hacia los organizadores de los Grand Slams o una separación de figuras para crear ligas premium centradas en la calidad y no en el número de eventos.

La presión no solo viene desde dentro: patrocinadores, medios y, sobre todo, el público, reclaman que los torneos de alto nivel cuenten realmente con los mejores.

Si el modelo actual genera jornadas anodinas y cuadros pobres en los grandes escenarios, el producto pierde valor y el tenis corre el riesgo de alejar a una generación de seguidores.

La gran incógnita de cara a los próximos años será si los organismos rectores del tenis mundial logran articular una hoja de ruta menos infernal.