Asolados por un calendario estricto, las lesiones y los positivos por coronavirus, el destino de los equipos se encomienda a ciclos dominados por las circunstancias. Parece que el Atlético de Madrid pasó el suyo. Ahora es el turno del Real Madrid, que ante el Getafe presentó la alineación más extraña que uno recuerda en un partido trascendente.

Once jugadores poco complementarios y algunos fuera de sitio, sirvieron para examinar la proverbial capacidad de supervivencia madridista. La fragilidad era evidente, no sólo por la escasez de titulares, sino por la fatiga que reflejaban unos rostros ojerosos, hundidos, átonos. Aún así, la plantilla madridista es tan extensa y cualificada que colocó a alguno de los mejores jugadores y de las mejores promesas que pisan los verdes del fútbol: los porteros también juegan, y Courtois es extraordinario.

En cualquier caso, el cansancio agrieta la precisión. Los pases, los desmarques, los lanzamientos, se desvían o no llegan por milímetros, los que hubieran necesitado a su favor quienes jugaban fuera de sitio, como Rodrigo, o quienes tienen pocos minutos, como Mariano, a punto de marcar en dos ocasiones.

Zinedine Zidane, durante el partido entre el Real Madrid y el Getafe

Zinedine Zidane, durante el partido entre el Real Madrid y el Getafe REUTERS

El partido se balanceó sin dueño. El Madrid no concretó sus ocasiones en la primera parte, mientras que las pérdidas en la segunda concedieron oportunidades a un Getafe que se hizo más peligroso con la entrada de Ángel. También uno se pregunta de qué pasta está hecho Modric, baluarte infatigable, ocupado en equilibrar un grupo más inestable que de costumbre.

El empate es una ganancia para el equipo blanco, desgastado tras tres partidos de máxima intensidad, la eliminatoria frente al Liverpool y el clásico. Le espera una carrera frenética, retadora, en la que necesitará hasta el último átomo de energía de una plantilla que da signos de agotamiento. Pero estamos en el último tramo, la frontera entre el éxito y el fracaso, la tierra que el Real Madrid tantas veces conquistó.

Por contraste, el Atlético de Madrid regresó a su pasado de la exitosa primera vuelta, tras un par de meses para olvidar. De forma paulatina, los rojiblancos se deslizaron de la eficacia máxima a la ineptitud manifiesta, una implacable metamorfosis imbricada con la de sus jugadores clave. Para un equipo forjado sobre la colectividad y las capacidades atléticas, la baja forma de sus puntales significó el declive total, incapaz de transiciones rápidas y remates afinados.

Atenazado hasta el primer gol marcado al Eibar, los rojiblancos volvieron tras él a la esplendidez, tan importante es la autoconfianza para un equipo. Liberados de la
carga de la ansiedad de partidos sin acierto y con las piernas más frescas, el equipo volvió a lucir rápido, penetrante.

El respiro del calendario le ha concedido la oportunidad de a reparar el estado físico general, básico en un equipo que confía en el esfuerzo y el apoyo mutuo para compensar la mayor calidad de sus grandes rivales. También la pausa ha permitido a Simeone reajustar los mecanismos tácticos que se desgastan con el uso, como las piezas de un motor. Habrá que esperar para confirmarlo, pero el Atlético pareció ofrecer el preludio de su vuelta definitiva.