Alegre, campechano, franco y dicharachero, Quino Salvo es una celebridad en el mundo del baloncesto. Apreciado por todos los que le conocemos, el antiguo jugador y entrenador ha protagonizado multitud de anécdotas divertidas que ya forman parte de la tradición oral de este deporte. Pero por encima de todo es un tipo sin dobleces y con un corazón que no le cabe en el pecho. Quino -no hace falta añadir más en nuestro mundillo- nunca fue una estrella pero sí un componente de esa notable e imprescindible clase media que empujó a los mejores a llevar a nuestro deporte a la élite del baloncesto europeo.


La primera vez que lo vi fue en un campeonato de España infantil en el que también jugaban un tío grande que no tenía barba, pero que ya parecía que la tenía y un zurdo muy fino de origen vasco y corazón catalán. Pocos años más tarde Juanma Iturriaga y Solozábal jugarían con Quino en la selección junior y los cuatro coincidiríamos en multitud de ocasiones en las canchas de nuestro país.


Desde el principio su físico llamó la atención. Con un tórax poderoso y cierta tendencia al sobrepeso, se movía, sin embargo, con mucha rapidez por la cancha y muy pronto se convirtió en un especialista defensivo que amargó a muchos escoltas de la época. “Nadie nunca me defendió tan fiero”, confesaba Epi, con quien sostuvo duelos que concitaron la atención de los titulares de prensa. Buen manejador de balón, fue un notable pasador con gusto por el baloncesto rápido y de riesgo. Un tipo así, aguerrido, carismático y con maneras de estrella estaba destinado a ser uno de los preferidos por la afición. Y una persona tan sincera y optimista, a ser un líder en el vestuario. Allí por donde pasó, Quino dejó huella.


Como jugador fue producto de un tiempo de transición hacia el profesionalismo en el que la mayoría eran lo que entonces se llamaban aficionados compensados. Quizá por haber crecido en este ambiente, Quino siguió siempre viendo el baloncesto como una afición. Apasionado como pocos, no entendía la vida a medias tintas ni el baloncesto como centro de su existencia, si bien su conducta en la cancha siempre fue un ejemplo de entrega.


Una de sus mejores anécdotas explica muy bien esta mentalidad. En las horas previas a un partido decisivo para evitar el descenso, arrastró a su compañero fuera de la habitación a pesar de la -digamos recomendación- del entrenador de estar concentrados en el hotel para afrontar el partido con las máximas garantías: “Ponte el chándal y vamos a dar una vuelta, que aquí me pongo nervioso”, le ordenó al añorado Lalo García, entonces en edad junior. De nada sirvieron las protestas del joven, que le recordaba las directrices de Pepe Laso, el entonces entrenador del Fórum de Valladolid. Cuando éste salió a dar un paseo por los alrededores del hotel en el que se hospedaban en el Monte Igueldo, un ruido le sobresaltó. El de la montaña rusa del parque de atracciones. Pero el susto de verdad se lo llevó cuando levantó la cabeza y vio a dos de sus jugadores gritando y con los brazos en alto encabezando el descenso del vagón. “¡Joder Pepe, que en la habitación me pongo nervioso!”, se excusaba Quino con su acento gallego y su tono chillón ante un entrenador que entonces se subía por las paredes y hoy se desternilla cuando lo recuerda.


Quino siempre llevó un entrenador dentro y ya cuando era cadete entrenaba a los más pequeños del club. Sin embargo, el paso a los banquillos profesionales no le cambió en absoluto, siempre identificado con la mentalidad del jugador y con el lado lúdico del baloncesto. Carismático en grado sumo, no le costaba dar con la tecla para mantener la motivación y el rendimiento de sus jugadores. En cierta ocasión, ni corto ni perezoso, se vistió con una sotana y bajó al vestuario invitando a los jugadores a rezar dos padrenuestros. Por supuesto, ganaron el partido.

Quino Salvo en el homenaje que le tributó el CB Valladolid.

Quino Salvo en el homenaje que le tributó el CB Valladolid. CBC Valladolid


Esta actitud tan abierta le granjeó el respeto de los jugadores, pero el recelo de los directivos, que no comprendían este trato tan campechano ni que hubiese un preparador que no programara las interminables sesiones de vídeo de rigor. Quino obtuvo resultados notables, pero su forma de ser chocaba con los prejuicios de un mundo moderno que no entendía que el baloncesto es algo más sencillo que lo que muchos nos quieren hacer ver.


Hace unos días el CB Ciudad de Valladolid le tributó un homenaje en el que nos reunimos numerosos amigos y ex compañeros para darle ánimos en su lucha contra un tumor cerebral que le descubrieron el pasado septiembre. Allí nos encontramos al mismo Quino de siempre, optimista y alegre, dispuesto a librar esta batalla con la misma determinación que tuvo siempre. Y ni aún en esta situación deja de producir anécdotas y demostrar la pasta de la que está hecho. “A nadie se le ocurre, en mitad del tratamiento, bajarse al gimnasio a hacer abdominales”, cuenta un amigo.


Estos días, Quino se confiesa abrumado por tantas muestras de cariño. No tienes por qué, amigo: nunca podremos devolverte lo mucho que nos diste y lo más que nos seguirás dando.