No hay semana en la que las declaraciones de los futbolistas dejen de sorprenderme. Y no precisamente para bien. Hace unas fechas Cristiano fustigó a Xavi, que con gran educación había contestado a la pregunta que, a tenor de las veces que se formula, debe encerrar la verdad absoluta del fútbol. Se limitó a decir aquello que no le gusta a oír al portugués. “Cristiano es extraordinario, pero Messi es el mejor de la historia”. Una opinión fundamentada con la que se puede estar de acuerdo o no, que yo no lo estoy.

 

Pero la respuesta de Cristiano, cuyo fuego interior no le da ni un momento de respiro, fue tan absurda como de mala educación y mal gusto, ya que Xavi siempre ha sido y sigue siendo un tipo muy correcto en sus declaraciones. Además, reprocharle que no puede hablar porque no tiene ningún balón de oro, llevaría a la conclusión de que este galardón es la ley que marca el fútbol y a la consecuencia de lo que no quiere oír Cristiano, ya que el argentino tiene más balones de oro que él, Messi es el mejor.

 

Y siguiendo con declaraciones sin sentido, la de Luis Suárez se lleva la palma: “El fútbol es cosa de hombres”. Más allá del inaceptable desprecio al otro sexo, quiero pensar que las palabras son fruto de una cabeza que no piensa demasiado lo que dice y que arrastra algún dicho atávico sin sentido en estos días. Pero aparte del titular desafortunado, las declaraciones del uruguayo y la publicación en las redes de la herida que provocó a Filipe Luis han puesto sobre la mesa un interesante debate: si lo que ocurre en el terreno de juego ha de traspasar o no sus fronteras.

Filipe Luis ante Luis Suárez en el Barcelona - Atlético.

Filipe Luis ante Luis Suárez en el Barcelona - Atlético. EFE

Si bien la idea de mantener un sello de silencio sobre lo que ocurre en la cancha tiene muchos adeptos en el mundo el fútbol, a mí me recuerda más a una omertà, a una ley del silencio más propia de una secta que de un deporte. Es cierto que tampoco hay que ponerse tiquismiquis y exigir a los futbolistas que se comporten como bailarines en el escenario, pero de ahí a escupir, insultar y agredir al contrario amparándose en la impunidad de las escasas luces de los rectores del fútbol -que continúan con un método de dirigir los partidos propio de sus albores- media un abismo. Si las órganos de gobierno tomasen medidas los futbolistas no se verían obligados a defenderse en las redes sociales.

 

Precisamente quienes más defienden la impunidad más allá de lo que ve el árbitro son los que más se amparan en la deficiencia del sistema para jugar sucio. Estoy de acuerdo en que no se aireen los lances del juego (aunque la verdad, con la cantidad de cámaras que hay comienza a ser difícil evitar que se sepa todo lo que ocurre), pero todo código, aunque sea consuetudinario o de honor, ha de tener su excepción. Si además de abrirte el pie, te insultan y te acusan de farsante, no me parece mal que se desenmascare al culpable, no vaya a ser que, además, sobre el agredido penda la sospecha de que estaba fingiendo. Ya es hora de que los agresores que no reciben el castigo que merecen sufran al menos el menoscabo de su dignidad como deportista.

 

 

Hace ya mucho tiempo que ligas más serias -como la NBA a la que aludió Javier Tebas hace bien poco como modelo a seguir- sancionan duramente las conductas antideportivas con las cámaras de vídeo. El rugby, un deporte en el que el contacto es continuo, no permite ninguna atentado al reglamento y el juez de vídeo no tolera ni un desmán en el propio partido.

 

El fútbol, por el impacto que genera desde los medios, tiene una gran influencia sobre la sociedad. En especial sobre los que son más sensibles a su influjo por su falta de madurez. Llevar este ejemplo a los más jóvenes es un dislate que los dirigentes del balompié no deben permitir. No solo esto, sino que asumir la idea del silencio de forma incondicional atenta contra las normas básicas del deporte, que gane el que mejor juega, no el que sea más tramposo, y que impere el respeto a las normas.

Los jugadores del Gran Canaria mantean a Kyle Kuric.

Los jugadores del Gran Canaria mantean a Kyle Kuric.

 

Y pasándome al baloncesto, de vez en cuando en deporte ocurre lo inesperado. Cuando todo el mundo hacía cuentas de quién había fichado mejor, si el Madrid o el Barça, la final de la Supercopa despejó las dudas: el Herbalife Gran Canaria. A veces, nos dejamos llevar por la corriente dominante y somos incapaces de ver lo que tenemos delante de las narices. El canarión es un equipazo que en un fin de semana ha liquidado al Baskonia y al Barça con inapelable contundencia.

 

Lo mires por donde lo mires tiene de todo. Dos bases, McCalebb y Oliver, que forman una pareja casi perfecta; un cuatro, Eulis Báez, siempre infravalorado por los mercados en el mejor momento de su carrera deportiva; kilos por dentro; y una batería de lanzadores en la que hay que destacar, ¡cómo no!, al MVP del torneo, Kile Kuric, el francotirador cuya vida estuvo hace unos meses pendiente de un hilo a causa de un tumor cerebral. No me atrevo a decir hasta dónde llegarán, pero sí a que nos van a animar la temporada. ¡Enhorabuena!