Ana Guerra y Aitana interpretando Chico malo en la gala de Operación Triunfo.

Ana Guerra y Aitana interpretando Chico malo en la gala de Operación Triunfo.

Guarden la cerveza y los frutos secos: hemos perdido Eurovisión. Se nos ha escapado viva la oportunidad de enseñarle a Europa un músculo que venimos apretando: el de querer convertirnos en un país de savia feminista, el de abandonar el inmovilismo y agudizar la actitud, el de sacar los pies del tiesto y sacudirnos los viejos prejuicios.

La victoria de Tu canción y la tercera posición de Chico malo nos regala un diagnóstico patrio: el del triunfo del amor romántico frente al discurso insurgente y oxigenador de la mujer que está de vuelta. El león iba a comerse a las mariposas, como prometía la letra del tema de Aitana y Ana Guerra, pero al final fue una enorme mariposa cíclope -una mariposa con aires de animal mitológico- la que devoró al león. La cursilería derrotó al punch, al espíritu salvaje. Disney entre nosotros, como un Cristo resucitado.

No nos gusta reconocer que el reguetón nos democratiza, que nos pone más festivos y más guapos, que nos saca con jeringa la distensión

Es cierto que el esnobismo nos puede: la primera vez que escuchamos Chico malo se nos activó el complejito y exigimos, como locos, un plan más sofisticado, sacrificando, si hacía falta, el desparpajo y la alegría. Pulsamos con insistencia el botón de la aristocracia cultural, nos indignamos por la presunta vulgaridad de la canción y olvidamos -quisimos olvidar- aquel verano húmedo y caliente en el que la única religión fue Despacito. Número uno hasta en EEUU: a quién queremos engañar.

No nos gusta reconocer que el reguetón nos democratiza, nos pone más festivos y más guapos, nos saca con jeringa la distensión y recuerda que no tenemos que ser exquisitos constantemente. Ignorar la influencia y la autoridad de los sonidos latinos a día de hoy es sólo ceguera.

Contra los roles tradicionales

Una vez superado este primer trance, Chico malo fue ganando popularidad a lo largo de la semana. Pasó del rechazo más frontal al cántico colectivo, pegadiza como el demonio. Porque es una canción divertida y poderosa que huele a mundo nuevo, porque se ríe de los roles tradicionales, porque le para los pies a C. Tangana y sus secuaces: no todo va a ser Mala mujer. Chico malo subvierte, incluso, los prejuicios respecto al género. El reguetón puede ser feminista. Brisa Fenoy, su autora, lo deja claro. Y si no, pregúntenle a Shakira, a Karol G. o a Natti Natasha.

“La noche es pa’ mí, no es de otro”, cantaban Aitana y Ana Guerra, contra toda esa devoción de salir con nocturnidad a buscar el amor o sucedáneos. “Te voy a colgar, ya no hay vuelta atrás, si me llamas no respondo”: contra la toxicidad y la dependencia. Esa expiación necesaria de “pa’ fuera lo malo”, ese “bailo mejor sin ti”. Chico malo era el himno que hubiese hecho retumbar esa voz generacional fuerte, juguetona y libre que late en España, era la coplilla trap con mensaje de autosuficiencia femenina que tenía que llegar a los jóvenes y a los no tan jóvenes. Chico malo era la ocasión para superar el Bailar pegados de Sergio Dalma y demostrar que por este país han pasado de verdad casi treinta años y que danzamos solos más anchos que panchos.

'Tu canción': amor (quebradizo)

En el otro extremo, Tu canción: una balada frágil e indudablemente hermosa que remite en su composición a la película La La Land, como contó Raúl Gómez a este periódico. En el filme de Damien Chazelle, la tesitura es “neoliberalismo” o “amor romántico”: ¿elegimos pelear por nuestra ambición individual, aún con su coste de oportunidad, o nos quedamos con el amor, que también es renuncia? Sólo-puede-quedar-uno. Gana el neoliberalismo, claro, y todo lo asola, como el cuento del sueño americano. La La Land habla de victorias pírricas. De vencer, pero con tantas bajas que nunca entendemos si ha tenido sentido.

Algo parecido al caso de Amaia y Alfred, que trabajan por sus carreras musicales, por ahora, codo con codo, inundándolo todo de amor primerizo, de coqueteo núbil. Se han vendido como una marca conjunta -que nos revienta a todos de ternura cuando cantan City of stars-, pero lo cierto es que el amor es algo demasiado quebradizo para canjearlo en forma de producto duradero.

Los votantes han comprado el cuento de hadas, la versión más edulcorada del mundo, olvidando que después del beso y el “The End” empieza la vida con todas sus espinas

Se bromea en redes sociales con esta idea: la de que los jóvenes tengan que permanecer juntos, aún sin entusiasmo, hasta el 12 de mayo, porque si no España se llevaría un disgusto terrible. Y su canción, la ganadora, dejaría de tener sentido. Los votantes han comprado el cuento de hadas, la versión más edulcorada del mundo, olvidando que después del beso y el “The End” empieza la vida con todas sus espinas. Hasta en eso Aitana y Ana Guerra hubiesen subido el nivel: contra la potencia y la fraternidad de dos mujeres cómplices no puede ni la pureza de un noviazgo adolescente.

La propuesta de una canción lenta y de tónica sentimental para contradecir los tópicos eurovisivos de dance y extravagancia es interesante, pero oigan: ya lo hizo el año pasado Salvador Sobral. Nosotros sólo vamos a repetir fórmula. El valor diferencial y la subversión, con todos sus riesgos, era Chico malo. España, aquí ya se perdió tu game.