Rancheros, como así se denominaba a los cocineros, preparan la comida en enero de 1937 en el frente del Guadarrama.

Rancheros, como así se denominaba a los cocineros, preparan la comida en enero de 1937 en el frente del Guadarrama. BNE

Historia Más allá del cainismo

Paellas, fútbol y favores entre republicanos y franquistas: la cara humana de la Guerra Civil

Un libro reivindica los abundantes actos de confraternización y de ayuda al enemigo que firmaron los combatientes de ambos bandos.

29 octubre, 2021 06:09

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Una de las escenas más icónicas de la I Guerra Mundial son los partidos de fútbol entre soldados alemanes y británicos durante la llamada Tregua de Navidad de 1914. El deporte logró un breve paréntesis de paz, fue un suspiro para los hombres que llevaban varios meses matándose y sobreviviendo a duras penas en las trincheras. Pero los juegos y pelotazos improvisados no fueron exclusivos de esta contienda. En la Guerra Civil española se registraron varios ejemplos similares.

En un prado de Asturias cercano al pueblo de Tuña, en julio de 1937, se enfrentaron un grupo de rebeldes gallegos y milicianos republicanos. "Afortunadamente para todos, terminó en empate a dos goles. Unas horas después, los proyectiles de unos y otros volvían a segar la hierba. España y los españoles somos así", le relató uno de los excombatientes a su hijo. En Barbastro también hubo partidos, como escuchó el médico Pablo Uriel de boca de un militar: "Nos ganaron [los rebeldes], pero luego, al volver cada equipo a sus posiciones, se organizó una ensalada de tiros; a eso les ganamos siempre.

El cántabro Valeriano Ruiz Meruelo también dejó testimonio de otro enfrentamiento futbolístico en un pueblo próximo a Granada: "Los comisarios políticos republicanos y mis sargentos primero se reunieron sin armas, en una zona neutral. El primer tiempo lo pitó un alférez nuestro y el segundo lo arbitró un comisario político. Terminó el partido 0-0 o 1-1, no lo recuerdo bien, lo mejor que pudo ocurrir. Cuando nos despedimos alguien dijo: 'Vamos señores, esto se ha acabado, ahora el que asome la cabeza se la volamos'".

Tropas franquistas acuden al barbero en un momento de descanso tras los combates en el Puerto del Alto de León.

Tropas franquistas acuden al barbero en un momento de descanso tras los combates en el Puerto del Alto de León. BNE

Estos anómalos sucesos de fraternidad pueden parecer a priori un oasis minúsculo en el cainismo de la Guerra Civil. Sin embargo, los tres años de contienda, sobre todo en lo que atañe a las líneas del frente, están plagados de actos de confraternización, humanidad y sentido común a pesar de la amenaza de los castigos: abundaron los intercambios de objetos y bienes —tabaco por papel de fumar, por ejemplo—, los favores entre enemigos, las comidas compartidas o los conciertos desarrollados simultáneamente desde ambas trincheras, con la banda de música a un lado y los cantantes al otro.

Así lo reivindica el escritor y divulgador Fernando Ballano Gonzalo en su nuevo ensayo, Tierra de nadie (Arzaliza), un mosaico de llamativas historias, muchas de solidaridad y altruismo, que arrojan una visión menos sangrienta de la contienda. "La historia a veces ha llegado muy trufada de ideología, se ha intentado utilizarla como propaganda y justificación, primero durante 40 años por un bando y luego durante otros cuarenta por el otro", opina el autor, que ha tratado de contar lo que ocurrió "sin apasionamientos". "Hay que acabar ya con la Guerra Civil, firmar la paz, mirar hacia el futuro y pensarla como algo desgraciado que ocurrió en un momento dominado por los totalitarismos de ambos signos", añade.

Frío, piojos y hambre

En su libro, que asegura que ahonda en aspectos poco estudiados, analiza fenómenos como el de la "lealtad geográfica", es decir, el de los combatientes —se calcula que solo el 10% de ambos ejércitos fueron voluntarios— que simpatizaban con un bando pero tuvieron que combatir por el otro —los derechistas llamaban rábanos a los que habían comulgado con las izquierdas porque eran rojos por fuera y blancos por dentro—; o el de los favores entre enemigos. Ballano recoge, entre otros, el caso de un republicano que le escribió a su mujer desde el frente de Toledo pidiéndole azufre "para un compañero de la parte facciosa" que había contraído una enfermedad venérea.

Muchas de las semblanzas recogidas en el ensayo dejan en mera anécdota las berlanguianas escenas de La vaquilla. "No fueron simples episodios aislados, he intentado recolectar todos los que había. Los combatientes pasaban días y días en los frentes que estaban tranquilos, se hacían favores, intercambios, reuniones en tierra de nadie...", explica al autor. Hubo hasta ocasiones en que republicanos y franquistas compartieron platos de paella, aunque la expresión "hacer una paella" se utilizaba de forma genérica para designar cualquier tipo de reunión de soldados de ambos bandos, que se registraron con cierta frecuencia.

Portada de 'Tierra de nadie'.

Portada de 'Tierra de nadie'. Arzaliza

Ballano ha recurrido a memorias críticas de los protagonistas. "Uno es mucho más fiable cuando habla mal de sí mismo o de su organización", resume. "Hubo mucha gente de ambos bandos suficientemente honesta como para contar todas las cosas que se hicieron mal. Un falangista, que era mutilado y uno de los primeros afiliados del partido, se fue a la oficina de Falange cuando entró en Madrid a darse de baja. También gentes del PSOE y del PCE terminaron desencantados. Entre los de a pie, los soldados, hay muchos que reconocen todos sus errores".

En Tierra de nadie el divulgador también recoge un "decálogo del combatiente" con los aspectos más destacados de sus conductas y motivaciones diarias. La principal era sobrevivir, y muchos soldados soñaban con recibir "un tirito de suerte", una herida superficial —a veces provocada a uno mismo—, que le alejase unos meses del frente. Si un oficial descubría la treta, el castigo podía ser irreversible, como el intento de deserción. Ballano apunta que la esencia del libro se resume en la frase de un integrante del Batallón Alpino del Ejército Popular de la República: "¡Pero no dispares más, hombre, que le vas a dar a alguien!".

La banda de música de una unidad republicana es trasladada en camión.

La banda de música de una unidad republicana es trasladada en camión. BNE

Por último, analiza las peleas internas que estallaron dentro de cada bando y la presencia de enemigos comunes a los que se tuvieron que enfrentar tanto los soldados franquistas como los republicanos: unos jefes en muchas ocasiones sin escrúpulos y a "un tercer ejército" conformado por las enfermedades, el hambre, el frío o los piojos

Después de escribir esta obra, ¿queda la sensación de que la Guerra Civil fue menos cainita de lo que se piensa? "Una cosa era el frente y otra la retaguardia", responde Fernando Ballano. "Como dijo alguien, la guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen, y no se odian, se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan. La tercera España fue la que más pagó el pato".