Zapatero y Borges.

Zapatero y Borges.

Cultura

Todo lo que Zapatero aprendió de Borges, su adversario político (y, a la vez, su escritor favorito)

En 'No voy a traicionar a Borges', el expresidente homenajea al genio argentino tejiendo una memoria sentimental con sus textos, sin afán académico. De él bebió gusto por la brevedad, por la filosofía, por el escepticismo, por la vanguardia, por el diálogo y por la belleza. 

12 septiembre, 2021 01:57

Noticias relacionadas

José Luis Rodríguez Zapatero cree, como advirtió Luis García Montero, que “ser lector de Borges es, primero, una forma de ser lector, y luego, una forma de ser”. De Borges supo que hay un tiempo en la vida en el que uno busca “los atardeceres, los arrabales y la desdicha”, y que más adelante, con látigo biológico, uno se queda con “las mañanas, el centro y la serenidad”.

De Borges adoró el verbo “refutar”. Con Borges asumió, como el propio autor, que el fin último de la literatura es lograr momentos de felicidad para quien lee y para quien escribe. De Borges subrayó “los días y ninguno fue el primero”, o “el ordenado paraíso”, o “el polvo incalculable que fue ejércitos”. Con Borges se detuvo y paladeó, por Borges aplaudió con los ojos.

Borges con su polvo, con su tiempo, con su sueño y agonías; Borges confundiéndose él mismo con un relato fantástico; Borges “suspendido en la historia de la literatura, apoyado en su bastón, rodeado de tigres y rosas, amarillas, por supuesto”. Borges con su “entendible vanidad”. También con su fe en la “capacidad de hombres y mujeres para razonar con imaginación y belleza”. Borges contundente, agrio, malhumorado, escéptico, iluminado, Borges siendo para Zapatero “el maestro de la duda inteligente” y “el gran dialéctico de las inquietudes de la vida”, que, no obstante, “a la vez nos genera una serenidad cierta”.

Por todo eso ama Zapatero a Borges: porque es su escritor más importante, porque es para él el gran vanguardista, el gran renovador del castellano. El hombre del mito y del símbolo. El hombre que jugó. El hombre que desafió porque pudo. Todos estos sentires, estos afectos, digamos, los recoge el presidente en No voy a traicionar a Borges (Huso Editorial), un librito de algo menos de cien páginas donde procura homenajear al genio argentino y no presentar un trabajo académico.

Le ha leído y admirado durante más de cuatro décadas. No quiere sacar músculo intelectual: esto es una memoria íntima y sentimental de sus textos. De cómo se encontró con ellos. De lo que extrajo al masticarlos. De las constelaciones de palabras que hoy lleva grabadas en piedra.

El amor y el universo 

Arranca el tomo celebrando El Aleph, “el mejor cuento de Borges para mí”, y se refiere al amor del autor por Beatriz Viterbo como “un amor indudable, una mitología privada”. “El Aleph es un cuento de amor. Borges vuelca palabras tan intensas, tan hondas, tan sentidas sobre Beatriz Viterbo que es lógico pensar que Beatriz Viterbo fuera alguien real, no sabemos si Estela Canto, a quien dedica el cuento, u otra mujer”, interpreta.

“Lo que sí quiero destacar es que el Aleph estaba en casa de Beatriz -“soy yo, soy Borges”-. Borges vio un universo infinito, pero tras algunas noches de insomnio se olvidó rápidamente de él. La última palabra del cuento es Beatriz. El Aleph era Beatriz. Beatriz Viterbo. Sólo el amor puede imponerse al Universo”, concluye.

El Borges 'insultón'

En otro momento se dedica Zapatero a alabar el lustre de Borges como raspa incansable, como insultador profesional, como guerrillero de la letra. “Exhibe su pluma convertida en espada (…) A nadie le gustaría medirse en duelo con Borges, cuya ironía y armas verbales llevaron a la arena incluso a pesos pesados de la literatura”. Que se lo digan si no a Gómez de la Serna, de quien dijo que sus greguerías no eran más que “la estupidez de pensar en burbujas”. Criticó al mismísimo Guy de Maupassant -¡en París!-, asegurando que era un escritor “que nació tonto y murió loco”.

Repartía cera a Carlos Gardel ("crea miserias, sensiblerías... es una de las formas de decadencia de este país"), a Antonio Machado ("No sabía que Manuel tuviera un hermano") y hasta al intocable García Lorca, al que llamó "andaluz profesional”: “"Era un exhibicionista insoportable", decía de él. ”Se dirigía a nosotros en un tono jocoso que a mí me incomodaba. Era un actor que sobreactuaba (…) Un amanerado insoportable. Su poesía intentó ser visual, pero está llena de pintoresquismo. Parece hecha en broma”.

Contra las Academias, por el misterio

Mejor llevarse bien con Jorge Luis: eso está claro. Mejor leer al toro desde la barrera. A Zapatero le gusta que el escritor pusiese en cuestión siempre la lógica de los premios -“incluido el Nobel, por supuesto”-. Le gusta que chulease a las Academias. Le gusta que dijese que su literatura fue horneada en la biblioteca de su padre: “La verdad es que nunca he salido de ella, como no salió nunca de la suya Alonso Quijano”.

Le gusta su afán por los hechizos que flotan en el aire. “No hay una sola cosa en el mundo que no sea misteriosa, pero ese misterio es más evidente en determinadas cosas que en otras. En el mar, en el color amarillo, en los ojos de los ancianos y en la música”. Así lo escribió Borges, así lo cita hoy Zapatero.

Borges político (y dictatorial)

Se moja el expresidente hasta con la cuestión política, porque sería fácil pensar desde fuera que Borges y él eran antagónicos en cuestiones ideológicas. Le disculpa, le disculpa. Se siente obligado a abordar este capítulo, pero manifiesta su deseo de que sea olvidado cuanto antes. “En todo caso, pienso que Borges se interesó mucho más por los seres humanos y sus sueños que por el gobierno de los mismos”, apuntala. Recuerda al Borges antiperonista, al Borges “pendenciero”, al Borges adicto a la reyerta intelectual e incluso a “la provocación altiva y mordaz”. Recuerda al Borges individualista metodológico, al que creía que “sólo el individuo existe: la sociedad, el pueblo, la comunidad, son meras abstracciones”.

Reconoce que Borges llega a cuestionar la representación, fundamento de la democracia, y que “desde esa coherencia, acaba por refutar el Estado y denostar la política”. Lo subraya como anarquista y conservador a la vez. Conservador, quizá, por su apego a la tradición, a la gloria de sus mayores, hombres de armas y honores. Le pone el micro: “Me afilié al Partido Conservador. Es de hombres honestos optar por las causas perdidas (…) Actualmente, yo me definiría como un inofensivo anarquista; es decir, un hombre que quiere un mínimo de gobierno y un máximo de individuo”. Todo lo contrario, en verdad, que el propio Zapatero, que desde su espíritu de hombre de izquierdas ha apostado siempre por el camino de lo colectivo, de lo público.

“Sorprende rescatar a un joven Borges admirador de la Revolución Rusa, cuya deriva consideró que había supuesto una vuelta al zarismo. Desconcierta e incomoda, claro está, su apoyo a la dictadura de Pinochet y a la propia dictadura argentina, cuando se había pronunciado, sin embargo, inequívocamente, a favor de los aliados y en contra del nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Puede que su antiperonismo irredento le llevara también a esa polémica decisión, que sería empero matizada en el tiempo, ya que firmó en apoyo de los desaparecidos del régimen de Videla”, escribe Zapatero.

Dones borgianos

Con todo, destaca el político del escritor que siempre tendió más a la belleza que a la justicia o la injusticia. Siempre tendió al arte puro, al arte sin compromiso. “Descreyó del lujo y la riqueza, militaba en la clase media”, defiende. Y destacó Borges, también, el diálogo incesante como actitud y doctrina ante los desafíos, las incomprensibles y las diferencias, como el propio Zapatero.

De él aprendió también el valor de la brevedad. Y, por qué no, de lo subjetivo, o, mejor dicho, de la búsqueda de la verdad a través de los propios ojos, sin ansias unánimes: “Mi relato será fiel a la realidad, o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo”, decía Borges. “Lo que decimos no siempre se parece a nosotros”. El mundo es sólo lo que puedes pensar. ¿Qué más hay?

Borges, para Zapatero, consiguió acercarse como nadie -o quizá sólo como Bach- a un “estadio trascendente”, a una “búsqueda desesperada de lo sublime”. Dialogó Borges con los enigmas del universo y de la existencia. Borges dijo “fruición”, y dijo “perplejidades”, y dijo “arquetipos”, y dijo “decurso”, y dijo “vano”, y dijo “ayeres”, y dijo “conjeturar”. Borges dijo “temeraria hospitalidad”, o “intolerable universo”, o “graciosa torpeza”, o “admiración rencorosa” o “tenaces cavilaciones” o “recelosa claridad”. Borges lo dijo todo. Y Zapatero lo abrazó.