Manuel Vilas.

Manuel Vilas.

Cultura Entrevista al autor

Manuel Vilas: "Los ricos se divorcian más porque el dinero les hace libres"

"Todo el mundo usa diminutivos cariñosos en la intimidad: hasta Abascal" / "Los psicólogos mienten a las parejas en crisis: la inactividad sexual no se cura" / "Temo decepcionar, eso es una herencia de mi clase obrera". 

4 septiembre, 2021 02:47

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Manuel Vilas escribe sobre el amor y el erotismo porque el amor y el erotismo son importantes, o, en verdad, porque son la vida, la vida en estado puro: la energía, la esperanza, la razón de existir, el deseo flotante, el placer legítimo acá en la tierra, la autoestima, la generosidad, el impulso, el llevarle la contraria a la muerte, aunque sea un ratito. Lo decía Borges en uno de sus versos más devastadoramente hermosos: es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles. Lo alicataba Cernuda: si no te conozco no he vivido, si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Manuel Vilas viene de El hundimiento -acaso uno de los poemarios más relevantes y valiosos de la última década- y ahora despeña en Los besos, su primera novela tras el Premio Planeta. Qué arco tan interesante y tan radical, qué viaje triunfante desde los avernos más crueles y alcoholizados hasta la bóveda celeste del ósculo, de la ternura, de la líbido que nos sujeta al mundo. ¿Cómo se hace eso, Manuel? “La vida se regenera. La vida es una perseverancia musculosa y alucinante. El espíritu de supervivencia es la cosa más maravillosa y misteriosa. Aun cuando hagamos barbaridades que nos lleven al abismo, sales del abismo y sigues viviendo”, cuenta a este periódico en un sofá mullido y azulón del Palace.

¿Cómo se escribe después del éxito?, le pregunto al escritor. “He tenido, tengo, miedo a decepcionar. La verdad es que sí. Lógicamente hay una cosa más importante que el miedo y es que tu vida tiene que seguir. Creo que mi pánico a decepcionar es una idea heredada de la clase social de la que vengo, de clase trabajadora, de clase obrera”, suspira. “No creo que los ricos lleven tanto la idea de decepcionar en la cabeza. Supongo que eso tiene que ver con el miedo a la pobreza”, ríe. Da igual, porque no lo hace. Los besos (Planeta) es un tratado bellísimo y elocuente sobre nuestra propia vida. Sobre nuestras viejas preguntas.

Salvador es un profesor de 58 años que se prejubila por una incipiente enfermedad y abandona la ciudad justo cuando estalla el confinamiento de marzo de 2020 por el coronavirus: a la única persona a la que ve en su aislamiento es a Montserrat, una mujer casi diez años más joven que él que regenta una pequeña tienda de alimentación. Se enamorarán como locos. Se morirán de miedo.

Sobre todo él, nuestro tierno protagonista, el Quijote de todo esto que araña con todas sus fuerzas la utopía, que se las da de ser el último romántico, un auténtico esteta que se ha vuelto adicto a las primeras sensaciones de la devoción pero que anda obsesionado, también, con esa idea trágica de que el deseo es escurridizo. Se agota tan rápido. Es consciente Salvador de que la consecución lógica de disfrutar de las vistas en las alturas es experimentar la caída. Sufre por adelantado, nuestro profesor, y nosotros con él, porque sabemos del invierno.

Así que dice Salvador que el amor no dura tres años, sino tres meses. Ya decía yo que me cansaba muy pronto de los hombres, Manuel.

(Se parte). Pues mira, en esto… al narrador le pasa como a ti. Es un explorador de sensaciones. A esa pérdida del deseo o a ese sexo menguante él le llama “oxidación”. Aplica la física teórica al erotismo, porque el erotismo es víctima de la entropía. El narrador hace una ponderación sobre qué es el erotismo y qué es el amor, y eso acaba en un debate que lleva tres mil años de historia y del que en el fondo no sabemos nada. El desafío de integrar sexo y amor está en el aire.

Es increíble que tengamos wifi y trenes de alta velocidad pero no sepamos cómo mantener vivo el sexo durante mucho tiempo con una misma persona, ¿no?

Exacto. ¡Si vamos a Marte y…! Hemos descubierto ciento cincuenta mil cosas apabullantes y maravillosas, por eso es desgarrador que no sepamos arreglar una de las cuestiones que más nos hacen sufrir y cavilar. He escrito 400 páginas sobre el tema y sigue siendo un misterio.

¿Qué pasa al cuarto mes?

Al cuarto mes hay una transformación del sexo en amistad, en complicidad, en ternura. Si nace esa complicidad, esa relación podrá durar durante mucho tiempo y ya depende… nace la posibilidad del matrimonio.

Qué delirio, ¿no? Como reanimar a un muerto. ¿Qué lleva a la gente a casarse si ya no hay llamas por ningún lado?

Bueno, es que el matrimonio es una empresa. Es una empresa que protege de la hostilidad y la ferocidad económica del mundo. Para emprender esa lucha se necesitan dos voluntades, para comprar un piso, dos nóminas, dos salarios. Lo dicen los estudios: los solteros se mueren antes. Están biológicamente más desnudos frente a la crueldad de las administraciones públicas, qué sé yo…

Si no fuéramos tan pobres seríamos más libres, en todos los sentidos.

Efectivamente. Por eso quienes más se divorcian son los ricos, porque son más libres. El dinero les hace libres. Eso no tiene vuelta de hoja. Mira los actores de Hollywood. Se divorcian todo el rato. Los pobres no pueden divorciarse porque no pueden siquiera cambiar de casa. Es evidente que hay una determinación de clase social a la hora de vivir el sexo.

¿Cuál es el síntoma definitivo del desenamoramiento?

Mi opinión es que el desenamoramiento pasa por la inactividad sexual. Hay un aparato social… esto de “si quieres salvar a tu pareja, ve al psicólogo, al terapeuta y tal” (ríe). Es una cadena absolutamente delirante y un negocio basado en una falsedad filosófica de tres pares de narices. Es mentira. ¡Mentira! Es un fraude. Los psicólogos son unos mentirosos: no se puede salvar una inactividad sexual porque depende de un mandato biológico que está en la esencia de la naturaleza. Todo esto es filosóficamente nauseabundo. Las terapias para reactivar el sexo en pareja son lo más delirante y lo más sacapasta. “¿Habéis probado a que él se disfrace de no sé qué…?”. Patético. ¿Qué está diciendo? Son abismos socioeconómicos los que impulsan a continuar con esa relación de pareja.

Todo rebozado de cobardía.

Sí, pero también lo entiendo, porque el ser humano es conservador: ¡ha creado algo! Ha gastado una energía en generar un vínculo amoroso. Todo eso de “nos vamos a separar”… decírselo a la familia, a los amigos, a los bancos, a los jefes. Qué cansado, qué agotador. Pues dicen “vamos a resolver esto, porque la cadena que nos viene si no es insoportable”.

¿Cómo aman los hombres y cómo amamos las mujeres? ¿Tenemos ideas distintas del amor, tenemos expectativas diferentes o distintas cosas que ofrecer?

Yo como escritor lo que he hecho ha sido aproximar este tema desde los dos personajes, pero en mi experiencia de la vida te diría que sí. Los hombres y las mujeres tienen diferentes formas de enamorarse, buscan cosas distintas y eso ha sido motivo de muchos sufrimientos históricos. Salvador, que conoce la masculinidad histórica del cortejo, quiere renunciar a ella: cuando están a punto de besarse él espera a que lo haga ella. No quiere dar él el primer paso incluso cuando se ha generado ese clima, ese clima también misterioso y que hay que saber leer…

Y tanto, que si se interpreta mal da lugar a cobras cósmicas. 

Eso es. El beso es la llamada, la puerta, el timbre. Decía Kundera que la coquetería es la apertura de la posibilidad sexual, pero no el éxito.

Vilas.

Vilas.

Pensaba que las mujeres heterosexuales tienen un terror mítico con respecto al sexo y es acostarse con un hombre y que no las vuelva a llamar, aunque a ellas no les interese lo más mínimo ese tipo ni deseen volver a verle: necesitan esa llamada como validación, porque durante mucho tiempo nos han dicho que nuestro valor está en la mirada de los hombres y a pesar de que el feminismo nos ayuda a corregir eso, sigue siendo un automatismo. ¿Cuál es el terror mítico del hombre?

Eso es muy interesante y doloroso. Estoy muy de acuerdo en lo que dices. Probablemente el terror del hombre sea enamorarse. Sea tener un vínculo que no pueda dominar desde la voluntad. Eso es terrorífico: la obsesión, ese es el abismo del hombre, la obsesión por una mujer.

¿El hombre puede ser fiel? ¿Realmente ha habido algún hombre que se haya casado convencido al cien por cien de que el cuerpo de su esposa será el único que bese en toda la vida, hasta el día de su muerte?

Eso es un mandato biológico que ha hecho polvo a miles de hombres, codificado por el matrimonio, y que ha llevado a infidelidades y mentiras y a un horror sentimental del que no nos hemos librado. Esto al hombre se le impone. Se puede casar enamoradísimo y a las tres semanas se cruza con una mujer que le apasiona sexualmente y comete una infidelidad porque su código genético le dice que tiene que tener una relación sexual.

Pero eso es desproveerle de responsabilidad. Desde la cultura hemos subvertido muchos mandatos de la biología, ¿por qué éste no?

Bueno, ese mandato biológico automáticamente se convierte en culpa y en “no puedes hacerlo”, pero en la naturaleza no puedes decirle a un león que no se tire a una leona porque se ha casado con otra. El problema es la fricción demoledora entre la cultura y la naturaleza. Lo explicó Bataille: la empresa matrimonial contribuye al desarrollo económico de las sociedades. Es útil para el crecimiento del país.

¿Qué hay del sexo de los jubilados?

En la novela reivindico que tiene que ser tan huracanado como el de los veinte años. Esa ilusión no se le puede quitar a nadie, aunque haya cumplido los setenta. Bienvenida sea la industria farmacéutica que hace milagros y resuelve sequedad vaginal y disfunción eréctil.

He leído a hombres ancianos decir que se han sentido liberados al perder la potencia sexual. Liberados de un yugo. De repente, con más atención para otras cosas, más libres, en el fondo.

Eso lo dijo Buñuel en sus memorias, pero es una renuncia triste. La vida y el erotismo son la misma cosa. Si pierdes energía sexual la conclusión es que has llegado al momento de la muerte, que te vas a morir de un momento a otro. En el caso del creador, habrá perdido las ganas de hacer una novela, o de hacer cine, o de pintar. Cuando no ves erotismo en el mundo, no tienes nada que crear. Estaba pensando en los grandes creadores, ¿no? Todos tienen en común eso. Mira Picasso, una sexualidad desbordada hasta el último minuto…

Yo pensaba en Dalí, que decía que mejor no eyacular para que no se le fuese el genio por el esperma.

¡Esa no me la conocía! (ríe). En cualquier caso, domamos el erotismo para que no nos destruya, pero al domarlo también nos destruimos.

¿Cómo influye en la novela que ella sea bastante más joven que él?

El envejecimiento de la mujer sigue siendo un tabú y sigue estando socialmente penalizado. Esa es una de las grandes tareas del feminismo, sin embargo yo ahí no veo ningún avance. Socialmente, mediáticamente, iconográficamente, cinematográficamente… está mal visto que una mujer envejezca. En cambio, un hombre no. Eso es injusto y terrible. Se deja desamparada a la mujer. Socialmente ves a un Clint Eastwood con 90 años y todavía es un tío con sexualidad, pero una señora con 90 años no. ¿Qué pasa ahí? Hay un problema. Por eso puse a una mujer de 47. Por una cuestión de verosimilitud con respecto al mundo que es.

¿Crees en el poliamor, en las relaciones abiertas? Parece que vienen a aliviar un poco toda esta tensión sexual de la que hablamos, pero tienen otros costes.

Que se planteen esos modelos es una forma de reconocer que hay un problema. No sé si son soluciones exitosas, me temo que no. Realmente la solución exitosa sería la utopía del enamoramiento permanente. Hay otra cosa que ha funcionado históricamente y es la monogamia sucesiva. Ya te digo que los de Hollywood son el gran modelo porque son los que tienen dinero. Sus relaciones duran tres, cuatro, cinco años… grandes exploradores del erotismo. Bueno, siempre se pone como ejemplo a Paul Newman, que estuvo cuarenta años casado con la misma mujer.

Pero que estuviese cuarenta años casado con ella no significa que haya estado sólo con ella en cuarenta años.

(Ríe). Es cierto. Si no mira a Juan Carlos I. Tuvo que sufrir muchísimo, ¿no? Tenía que haberse divorciado, hubiese sido mejor para todos, también para ella. Es algo muy escabroso.

¿Qué hay de lenguaje que crea una pareja en su intimidad? Ese universo propio e impracticable en público.

¡Eso es increíble! Piensa que las personalidades más relevantes de la vida económica y política española en su intimidad desarrollarán diminutivos cariñosos. Me encantaría conocerlos, sería divertido. Rajoy, Sánchez... ¡y Abascal, también, seguro hasta él lo hace! Todos tienen una intimidad. Eso es lo que da sentido a la vida. El ser humano tiene que crearse pasiones auténticas por sí mismo y eso es una responsabilidad personal. Tú no le puedes decir al Estado que te organice tu vida personal, te la tienes que montar tú. “Mi vida sentimental es torpe, voy a pedir una beca”. No. Organíceselo usted.