Ensayo de escena con el primer reparto de Rusalka, de Antonin Dvorák.

Ensayo de escena con el primer reparto de Rusalka, de Antonin Dvorák. EFE

Cultura

'Rusalka' en el Teatro Real: Madrid descubre y se rinde ante Asmik Grigorian

Grigorian es poseedora de una vis escénica brutal, una voz personalísima, una seguridad en los agudos escalofriante, un inmenso fiato y es una estupenda bailarina.

13 noviembre, 2020 09:18

Noticias relacionadas

Impresiona que frente a tantos teatros de ópera cerrados en todo el mundo el Teatro Real siga haciendo esfuerzos sobrehumanos para aportar algo de normalidad a la escena cultural de Madrid, aun a pesar de las estrictas medidas de seguridad, la Covid-19, la limitación de aforo... Inasequibles al desaliento siguen remando contra viento y marea y presentando producciones de una calidad tan excepcional como la Rusalka recién estrenada. De un nivel apabullante y que dejará huella en los afortunados espectadores que puedan disfrutarla. Muy recomendable.

Rusalka es sin duda mucho más que la Canción de la Luna del primer acto. Y por fin la afición madrileña lo ha podido descubrir en una excepcional propuesta escénica y musical. Es una ópera maravillosa, con una historia que conocemos bien gracias a Disney y su "Sirenita", pero que transita de melodías inspiradísimas en la más pura tradición eslava.

Aunque muchos quieren ver un Dvořák, deudor de Wagner por la compleja orquestación y una partitura plagada de leitmotivs, o encuadran esta partitura en la corriente nacionalista que inundó toda la segunda parte del siglo XIX desde Italia a Rusia o Alemania, en buena parte del segundo acto y del tercero se evidencia una clara admiración por el clasicismo y estructura propia de Tchaikovsky. Especialmente en ese dúo del segundo acto (que en realidad es un trío emocional, con Rusalka de participante muda) en el que se cuelan los momentos más intensos del Eugene Oneguin o el canónico ballet -magnífico en esta producción- que exigían en la Francia de las luces, aunque en este caso trasladado al segundo acto.

Rusalka es, junto con la Sinfonía del Nuevo Mundo y las Danzas Eslavas, una de las obras más reconocidas del compositor checo y sin duda su ópera más famosa de las nueve que compuso. La obra se convirtió en un hit en Praga desde la misma noche de su estreno, en marzo de 1901, cuando ya Dvořák era una institución nacional y el mayor compositor checo -con permiso de Smetana. Y con ella Dvořák cumplió su sueño: ser compositor de ópera, lo que más quería por encima de cualquier otro tipo de composición. En Madrid hemos tenido que esperar casi 100 años para verla representada, pero espero que no pasen otros 100 para volver a disfrutarla, sobre todo si es con este enorme nivel.

Para poner en pie esta magnífica partitura, el Teatro Real ha coproducido la obra con el Liceu de Barcelona y el Palau de les Arts de Valencia, y al proyecto se suman la Semperoper de Dresde y el Teatro Comunale de Bolonia. La regia, a cargo de Christof Loy, recrea la escena en el foyer de un teatro abandonado y trasforma a Rusalka de sirena a bailarina discapacitada. La idea no puede salir mejor.

Sin duda la opción clásica del lago y la soprano vestida de sirenita es recurrente pero la inteligente y decadente propuesta del regista alemán funciona como un reloj, especialmente gracias a la preciosa escenografía de Johannes Leiacker. Según Loy, con su versión quiere destacar que Rusalka realiza el viaje de quien descubre que ya tenía el alma que buscaba. No sé yo si es lo que hemos visto sobre las tablas pero sin duda la dirección de escena es cuidada, llena de detalles, inteligente y muy bien resuelta.

Un final magnífico

El segundo acto es de un preciosismo enorme, en un desnudo escenario por el que corren y se magrean frenéticamente un grupo de bailarines que sacan adelante el ballet, resuelto como pocas veces he visto -ojo, no es apto para mojigatos-, y una lectura de los personajes profundamente descrita. Los últimos 15 minutos de la obra son magníficos y las últimas notas son de guardar en la memoria con una resolución escénica mágica. Disfrútenlos.

Musicalmente esta Rusalka es de una calidad inmensa, sin duda por la espectacular labor de Ivor Bolton, que vuelve a demostrar el talento tan enorme que posee y su extraordinaria capacidad para conjugar un lirismo romántico con una tenebrosa y terrorífica atmósfera, un sonido corpóreo y sólido, una gran pulcritud junto a una preciosa levedad, y un cuidado obsesivo por el detalle.

Todo tiene que sonar perfecto, en su sitio y como tiene que ser. Hasta el punto de provocar un insólito incidente: en el tercer acto, tras el aria de Rusalka. La entrada del coro femenino de ninfas no le gustó y, en vez de seguir escurriendo el bulto, empezó a farfullar: 'esto no está bien, está fatal, basta, basta...' y paró la obra durante unos interminables 2-3 minutos hasta que recolocó todo y arrancó de nuevo da capo, desde el arranque del coro. Hay que ser valiente y respetuoso por la música para reaccionar así. Aunque no sale expresamente mencionada, supongo que la extraordinaria arpista es Susana Cermeño. Magnífica.

Triunfo de las mujeres

El reparto vocal va de un nivel razonable a excelso. Y sin duda, las mujeres son las grandes triunfadoras de la velada. Digno el Vodnik de Maxim Kuzmin-Karavaen y destemplado, el americano Cutler (Príncipe) al que en todo caso hay que reconocerle el enorme mérito de cantar recién operado del tendón de Aquiles, con las muletas para acá y para allá. Mejoró en el segundo acto y fue una pena el dúo final del tercero por el evidente estrangulamiento de la voz. El rol me temo que aún no lo tiene pillado y le queda algo grande para su voz. Estupendas las tres ninfas: Julieta Aleksanyan, Rachel Kelly y Alyona Abramova. Empastadas, líricas y con una preciosa línea de canto. Muy buenas.

Emocionante ver a Karita Mattila cantar tan bien y tan encajada en el sensual personaje de la Princesa Extranjera. La veteranía se la nota y tiene un inteligentísimo manejo de sus recursos, con unas aún prodigiosas notas altas. Una delicia. Al igual que la extraordinaria Jezibaba de Katarina Dalayman, una mezzo sueca -que arrancó su carrera como soprano, de ahí su facilidad en la zona alta- que estuvo prodigiosa en su representación de la maga que le da a Rusalka piernas pero le quita la voz. Qué voz, qué presencia escénica, que color y corporeidad en el canto. Una maravilla.

Y finalmente llegamos a la gran revelación de esta producción, Asmik Grigorian, una joven soprano que debuta en Madrid y en este rol y que no me cabe duda que hará de Rusalka uno de sus caballos de batalla. Grigorian, prácticamente desconocida en España y en Madrid, se estrena en la capital cuando ya es una sólida realidad en teatros internacionales y se presenta con unas enormes cualidades que ponen de manifiesto por qué es una de las estrellas más emergentes del panorama lírico internacional.

Dio el salto a la fama con su brutal interpretación de Marie en el Wozzeck del Festival de Salzburgo (2017) y repitió, con un éxito sin precedentes, con el rol titular de Salomé en el festival de verano de la ciudad austriaca de 2018 y 2019. El pasado verano, bajo la batuta de Welser-Möst, ha vuelto a ser una de las estrellas del festival salzburgués con su impresionante interpretación de Chrisotemis en Elektra.

En España debutó en 2018 en el Teatro del Liceu con un pequeño papel (la criada de Tamara) en Demon, la ópera de Rubinstein en el que ya se vislumbraba los mimbres de los que está hecha está inmensa cantante. Grigorian es poseedora de una vis escénica brutal, una voz personalísima, una seguridad en los agudos escalofriante, un inmenso fiato y también hemos descubierto que es una estupenda bailarina. Entregada al personaje, no escatima recursos, no ahorra esfuerzos y consigue una Rusalka única, más oscura y psicológicamente más compleja que la a veces un poco edulcorada Rusalka de René Fleming.

Con Grigorian, Rusalka no es una adolescente caprichosa, en busca de un amor vacuo. Es una mujer que anhela sentir, amar y sufrir. Y entrega su bien más preciado, su voz, con tal de llevar al máximo la posibilidad de ser "una mujer". Su interpretación en la segunda parte del segundo acto y especialmente todo el tercero es gloriosa. Canela fina. Inolvidable. Madrid no la conocía, pero ya se ha rendido ante el talento tan enorme de esta gran soprano. Qué gran Rusalka tenemos para el futuro.