Alejandro de la Torre-Luque.

Alejandro de la Torre-Luque.

Salud

Alejandro de la Torre, experto en suicidio en España: "Uno de cada tres adolescentes regula sus emociones usando el dolor"

"El suicidio en adolescentes es el que más está subiendo en las últimas décadas" / "Los padres tienen miedo a preguntar a sus hijos si han intentado quitarse la vida" / "El 95% de los adolescentes que se suicidaron ya habían intentado quitarse la vida al menos una vez" 

Más información: El punto ciego de la prevención del suicidio: la mitad de los casos no tenía antecedentes ni problemas de salud mental

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Las claves

En 2024 se registraron 90 suicidios en menores de 20 años en España, cifra que los expertos alertan va en aumento.

Uno de cada tres adolescentes utiliza el dolor físico como forma de regular sus emociones, según Alejandro de la Torre-Luque.

El perfil de adolescentes en riesgo de suicidio es más grave y requiere un abordaje integral a nivel familiar, escolar, sanitario y comunitario.

La estigmatización y la falta de recursos adecuados dificultan la prevención efectiva del suicidio juvenil en España.

En España hubo 90 suicidios en menores de 20 años en 2024, según los datos provisionales del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Es una cifra pequeña, pero los expertos advierten de que está creciendo en los últimos años.

Además, el perfil de adolescente en riesgo es "más grave, va a necesitar un abordaje especial", avisa Alejandro de la Torre-Luque, investigador del grupo de Epidemiología Psiquiátrica y Salud Mental de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (Cibersam).

Un análisis del suicidio en adolescentes en España en lo que va de siglo XXI observó una tendencia creciente respecto a los niveles prepandemia.

Para él, casos recientes como el ocurrido en Jaén deben suponer un punto de inflexión que haga a las administraciones dotar de más recursos a aquellos actores que tienen algo que decir en la prevención: escuelas, familias, sanitarios y entorno comunitario.

Señala que la pandemia supuso un momento muy delicado para miles de adolescentes que vieron interrumpido su desarrollo social.

También propició una mayor concienciación sobre la salud mental y las administraciones han dado los primeros pasos para prevenir el suicidio en adolescentes, un tema que sigue teniendo un gran estigma social.

Pero la prevención del suicidio no puede quedarse en esos primeros pasos. Hace falta zancadas decididas y para ello hay que destinar recursos. Porque el suicidio se puede prevenir y hay que hacerlo.

¿Cómo ha evolucionado el suicidio en adolescentes en la última década?

Esa pregunta tiene bastantes matices. Hay que tener en cuenta varias premisas. La primera es que hemos pasado una pandemia y hay más conciencia social sobre la conducta suicida y el suicidio en general, no solo en adolescentes.

Es verdad que hemos visto un aumento de la mortalidad por suicidio en el grupo de adolescentes. En un informe que publicamos en la plataforma nacional para la prevención del suicidio, ya apuntamos que el grupo de adolescentes es el que más estaba subiendo en las últimas décadas.

Que quede clara la magnitud: no estamos contando las muertes por miles, ni se cuentan en una proporción muy elevada. Estamos viendo lo que pueden parecer como pequeños aumentos (de 30 a 75, por ejemplo), es una magnitud que podría ser considerada pequeña pero está marcando tendencia.

La conclusión es que sí vemos un aumento en la mortalidad por suicidio en adolescentes en la última década pero esto tiene sus matices: hay más conciencia y, por tanto, sabemos más y lo hacemos mejor, conocemos mejor las causas de muerte.

¿Hay señales que indiquen un riesgo aumentado de suicidio?

Cuando formamos a personal no sanitario (profesores, técnicos socio-comunitarios, etc.) para detectar conductas de riesgo suicida, les damos una serie de pistas.

Por ejemplo, los cambios radicales en el estado de ánimo, en la forma de actuar, pasar a estados emocionales muy distintos y alejados de un momento a otro, la agitación, que empiecen a hablar de muerte todo el rato…

No es fácil detectarlo pero lo más característico es un cambio de patrón. Si alguien es de una forma concreta y empieza a mostrar el patrón opuesto, es un indicador bastante claro.

Todas aquellas conductas relacionadas con cerrar o atar cabos, hay que considerarlas: pueden indicar que la persona está cambiando de etapa.

¿Es el centro educativo la principal herramienta para prevenir el suicidio en adolescentes?

No. Hay que dejar muy claro que la conducta suicida es poliédrica, con muchas aristas. La idea de prevenir del suicidio en adolescentes es que proporcionemos una prevención integral en todas las áreas: a nivel familiar, educativo, socio-comunitario y sanitario.

Si no, no es efectivo. Podemos volcar muchos recursos en el contexto escolar, muchos recursos en el contexto familiar y en los otros, pero si lo hacemos de forma aislada, no conseguiremos resolver el problema.

La Organización Mundial de la Salud explica que tienen que ser acciones integradas, multisectoriales y multifactoriales.

¿Y cómo se traduce eso en medidas específicas?

Por ejemplo, a nivel familiar, toda la educación socio-emocional o regulación emocional, tiene que ser vital. Tenemos que ayudar a los padres a entender que la conducta suicida no es objeto de tabú. Si mi hijo está mostrando conducta suicida, lo suyo sería que yo, de forma decisiva, le preguntase si ha intentado quitarse la vida.

Muchas veces hay miedo por que la respuesta sea sí, pero si no lo conocemos, no podemos poner medios para intentar solventarlo.

Es muy importante educar a las familias y a la sociedad en general. [Hacen falta] Anuncios y campañas publicitarias que nos digan que pedir ayuda no es un problema, no es un signo de debilidad, ni cobardía, ni mucho menos. Es un signo de que estoy intentando poner cartas en el asunto y solventar aquello que me causa problemas.

El tabú, ¿es lo que más falla en la prevención?

Indudablemente, la estigmatización de la conducta suicida es uno de los principales problemas que tenemos. Lo hemos visto en las últimas décadas en otros problemas, por ejemplo, en el consumo de drogas o los trastornos de la conducta alimentaria.

Cuando nosotros intentamos invisibilizar esto, la persona se encuentra indefensa a la hora de buscar ayuda a sus problemas y no sabe a quién acudir. Llega el momento en que la bola es tan grande que la persona no ve ninguna solución, no ve quién le puede ayudar y tenga un intento suicida.

El acoso escolar está en el centro de atención de varios casos recientes. ¿Están haciendo lo suficiente los centros educativos?

Hacen todo lo que pueden. El problema que hay es que estamos intentando incluir protocolos o estructuras sin dotarlos económicamente o con los recursos necesarios.

Considera un contexto escolar en que un profesor tiene que dar clase, encargarse de comisiones de bienestar, de bullying, de igualdad, etc. con todas las funciones que ya tiene. El sistema, así, colapsa.

Tenemos que dotarles de recursos. Les pedimos a nuestros centros educativos que solucionen la papeleta, cuando no pueden hacerlo porque no tienen los recursos suficientes. Se tiene que dotar de recursos a cada agente social.

Cuando hablamos de suicidio en adolescentes, ¿hay características que lo diferencien del de las personas adultas?

En la actualidad, nos encontramos con que las personas que tienen riesgo suicida parece que tienen un riesgo incrementado con respecto a generaciones anteriores.

En el estudio 'Survive', que ve a pacientes de 10 hospitales en toda España, vimos que el perfil de adolescentes que intenta quitarse la vida es más grave del que nos hemos encontrado en adultos.

Son adolescentes que, en un 95% de los casos, ya han intentado quitarse la vida al menos una vez, tienen una ideación suicida muy incrementada, tres de cada cuatro han tenido autolesiones no suicidas

En un contexto cotidiano, al menos uno de cada tres adolescentes ha intentado usar el dolor para regular sus emociones. Estamos viendo un perfil un poco más complicado que en otros momentos. Hay que tener en cuenta que van a necesitar un abordaje un poco más especial.

¿Hay alguna razón que lo explique?

Mencionaría tres posibles causas. Tenemos el hecho de que acabamos de salir de una pandemia que en la población adolescente ha repercutido de una forma más decisiva. Por ejemplo, en cómo desarrollan las relaciones sociales.

En la pandemia intentamos cortar la expansión del virus, eso implica que hemos promovido medidas de distancia social, que nos relacionemos online, que tengamos menos contacto directo, etc.

El contacto directo nos ayuda a ver que muchos de los complejos que tenemos no son tales. Por ejemplo, la imagen física: si hemos aprendido a relacionarnos por internet básicamente, no hemos podido poner a prueba que nuestro físico no importa en una relación de amistad.

Muchos de los adolescentes siguen teniendo estos miedos, porque se han relacionado de forma virtual. La búsqueda de relaciones sociales se ha quedado pendiente de satisfacer otros desafíos que ha habido, como el de la imagen física.

Por otro lado, hay una tendencia actual que se va manifestando en las últimas décadas, la de la inmediatez: necesitamos resolver las cosas ya y de forma satisfactoria.

Por ejemplo, un hobby: yo necesito tiempo para aprenderlo. La frustración viene derivada de esa falta de inmediatez, los adolescentes necesitan más tiempo para sobrellevarla, esa tolerancia a la frustración.

Por último, está la tendencia de mostrar solo las emociones positivas. En parte, esto se deriva de influencers y otros medios de comunicación que nos lleva a expresar que lo único que se puede expresar socialmente es lo positivo.

Tenemos a influencers que suben cuatro o cinco vídeos al día, en los que están totalmente perfectos y felices. La vida no es eso, y está enseñando a los adolescentes que lo negativo no está bien visto socialmente, y pedir ayuda está peor visto.

Las redes sociales, entonces, ¿han influido de forma negativa en los adolescentes?

Depende. Hay que considerarlo un medio de relación, y va muy bien para el desahogo, búsqueda de amistades, de redes, incluso de relaciones afectivas. No se puede negar que tiene un efecto positivo.

La cuestión es que, cuando hay unos desafíos que no se han podido superar, la persona puede encontrar nichos en esas redes sociales más mantenedoras de factores de riesgo, que lleven a que mis problemas se afiancen y aumenten.

En redes sociales hemos visto muchos delitos de odio, escarnio público, etc. Eso aumenta los factores de riesgo.

El caso de Jaén, ¿es una llamada de atención para que nos pongamos para intentar solventar el problema o las administraciones siguen sin darle prioridad?

Tenemos que priorizar esto de forma decisiva. Es verdad que el Ministerio y las comunidades autónomas se han puesto manos a la obra en los últimos años pero ahora es el momento de que ese primer paso se mantenga y se afiance, y que sigamos trabajando, dedicando recursos y foros de atención donde se hable y se prevenga el suicidio.

Tiene que ser un punto de inflexión para que continuemos en camino. El primer paso no se tiene que quedar ahí, hay que continuar y tenemos que apostar por la prevención del suicidio.

En España existen líneas telefónicas de ayuda como el 024, el Teléfono de la Esperanza (717 003 717) o el Teléfono Contra el Suicidio (911 385 385), así como diversas páginas web con recursos y guías de ayuda, como Papageno y la Confederación Salud Mental España.