Erola Pairó, investigadora española en Edimburgo.

Erola Pairó, investigadora española en Edimburgo.

Salud

Erola, científica española que vive en Edimburgo: "Tengo mejor sueldo, 35 horas a la semana y 36 días de vacaciones"

Entre sueldos bajos, contratos inestables y una inversión insuficiente, España pierde competitividad científica frente a países que ofrecen mejores condiciones y trayectorias más sólidas y estables.

Más información: La 'huida' de David, Ahimsa y otros científicos españoles a China: "Ofrecían condiciones inalcanzables en España"

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Las claves

Erola Pairó, doctora en Bioinformática, dejó Barcelona hace más de diez años para trabajar en Edimburgo, donde disfruta de mejores condiciones laborales, como mejor sueldo, 35 horas semanales y 36 días de vacaciones.

El caso de Erola ilustra la fuga de cerebros en España: 20.000 doctorados españoles residen en el extranjero, según un informe de Xartec Salut, reflejando la falta de oportunidades científicas en el país.

La emigración de talento cualificado supone un impacto económico directo de 10.000 millones de euros para España por la inversión en formación, cifra que puede llegar a los 60.000 millones si se incluye el valor generado en el exterior.

Factores como salarios poco competitivos, escasa estabilización y baja inversión en I+D dificultan la retención y atracción de científicos en España, pese a algunos retornos atraídos por nuevos proyectos y hubs tecnológicos.

El testimonio de la doctora en Bioinformática Erola Pairó Castineira resume mejor que ninguna estadística el drama de la fuga de cerebros que arrastra España desde hace más de una década. Su historia, recogida en un reportaje de Cataluña Económica, muestra cómo su vida en Edimburgo ha evolucionado hasta convertirse en un caso paradigmático de talento que España no logra recuperar.

Hace más de diez años, Pairó dejó Barcelona tras completar su doctorado en bioinformática en la Universitat de Barcelona, una etapa en la que ya despuntaba en biología computacional aplicada a la medicina. En aquel momento, su intención era ganar experiencia en el extranjero durante dos o tres años y regresar después para consolidar su carrera investigadora en España.

Ese plan inicial se fue desdibujando con el tiempo. Pairó encontró en Edimburgo una estabilidad profesional que nunca logró en su país, empezando a trabajar en una de sus áreas preferidas.

Más tarde, en el Baillie Gifford Pandemic Science Hub de la Universidad de Edimburgo, pasó a liderar los análisis computacionales que integran datos genómicos y proteicos para comprender los mecanismos de enfermedades. “Claro que estoy satisfecha con lo que hago”, explicaba, subrayando el impacto real de su trabajo en el desarrollo de terapias efectivas.

Su relato encaja con una clara tendencia estructural. El informe de Xartec Salut (CREB-UPC), publicado a finales de 2024, cifraba en 20.000 los doctorados españoles establecidos en el extranjero. Es una cifra que no ha dejado de crecer y que refleja el deterioro de las oportunidades científicas en España, incluso para perfiles formados en universidades de referencia como la suya.

Pairó lo expresaba sin ambages. “Me gusta mucho Edimburgo y además no veo que las condiciones laborales en España hayan mejorado”. La comparación es contundente: “Con mejor sueldo, 35 horas semanales y 36 días de vacaciones al año, es el motivo principal por el que nunca me he inscrito en ninguna oferta en España”. Aunque en algún momento valoró volver, admite que cada vez ve más improbable hacerlo.

Un impacto de millones de euros

La precariedad que describe no se limita al ecosistema científico. El mismo patrón aparece en el ámbito sanitario, donde la emigración se ha convertido en una salida habitual para profesionales exhaustos. La Organización Médica Colegial registró 5.514 acreditaciones para trabajar fuera en 2023, el máximo histórico, confirmando que la fuga de talento afecta a toda la estructura del conocimiento.

El impacto económico de esta emigración es enorme. El director del CREB, Alexandre Perera, recordaba en 2024 que formar a un doctorado cuesta medio millón de euros en inversión pública. La marcha de 20.000 doctores supone una pérdida directa de 10.000 millones. Si se añade el valor que generan en el exterior, la factura real asciende hasta los 60.000 millones de euros, una carga estructural que el país no logra revertir.

Perera lo resumía con una ironía amarga. “Es interesante comprobar cómo formamos profesionales excelentes que crean valor y desarrollan productos fuera de España que luego compramos aquí”. Es una paradoja que pesa sobre el sistema desde hace años y que continúa reproduciéndose mientras el mercado internacional mantenga una demanda elevada de perfiles científicos avanzados.

A este coste económico se suma un problema estructural que los propios centros de investigación reconocen desde hace años. El CNIC solo tiene un 12% de plantilla extranjera y el CNIO un 10%, reflejo de la dificultad para atraer excelencia. Investigadores como Lluís Montoliu señalan tres obstáculos persistentes: salarios poco competitivos, escasa estabilización y un sistema científico debilitado tras una caída del 26% en la inversión pública en I+D entre 2009 y 2017, según el propio Gobierno.

Aunque Pairó descarta volver a España en el corto o medio plazo, las historias de retorno existen. La ingeniera biomédica María Godoy y la especialista en inteligencia artificial Ángela López del Río han regresado a Barcelona, atraídas por el impulso del emergente “hub biotech”, que intenta captar talento con mejores proyectos y condiciones más competitivas.

Sin embargo, estos retornos no compensan aún el balance negativo. Santamaría y Perera coinciden en que la única solución pasa por mejorar de forma real las condiciones laborales, garantizar tiempo de calidad por paciente y retribuir adecuadamente el talento. Sin estas reformas, la fuga de cerebros seguirá siendo un problema estructural que limita la competitividad científica del país.