Hay una relación sólida entre la geografía y la longevidad.

Hay una relación sólida entre la geografía y la longevidad. EuropaPress

Salud

El misterio de la zona más longeva de España: está llena de centenarios y los expertos no averiguan por qué

Factores geográficos como vivir en una localidad cerca del mar podrían tener un efecto positivo sobre la salud y la longevidad.

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Vivir junto al mar podría ser algo más que un capricho estético o un símbolo de estatus: según un nuevo estudio de la Universidad Estatal de Ohio, podría alargar la vida. Los investigadores, tras analizar datos de más de 66.000 áreas censales de Estados Unidos, encontraron que las personas que residen en zonas costeras —especialmente aquellas próximas al océano o al golfo— viven, en promedio, un año más que la media nacional, situada en torno a los 79 años. De hecho, hay una zona de España donde la media de esperanza de vida supera a la de cualquier otro español y está llena de personas centenarias, Galicia.

No es tanta casualidad que muchas localidades de esta región sean costeras, pero no es el único motivo. Lo cierto es que no se trata de un hallazgo casual: la investigación apunta a una relación sólida entre la geografía y la longevidad, aunque aún se desconozca el mecanismo exacto que la provoca.

El equipo, liderado por el científico ambiental Jianyong Wu y la geógrafa ecológica Yanni Cao, cruzó registros de esperanza de vida con la proximidad a diferentes tipos de masas de agua. La hipótesis inicial era que cualquier espacio azul —ya fuera el océano, un lago o un río— podría tener un efecto positivo sobre la salud y la longevidad, tal y como ya apuntaron otros estudios.

Sin embargo, los resultados sorprendieron: la ventaja se concentraba casi exclusivamente en quienes vivían cerca del mar, mientras que las personas en entornos urbanos junto a ríos o lagos no solo no vivían más, sino que, en promedio, morían antes, con una esperanza de vida de unos 78 años.

Clima suave que fomenta el ejercicio

¿Por qué esta diferencia tan marcada? La investigación ofrece varias pistas. Las zonas costeras suelen beneficiarse de un clima más moderado, con menos días de calor extremo y menos jornadas gélidas, factores que se sabe que afectan a la mortalidad cardiovascular y respiratoria.

El aire marino, menos cargado de contaminantes sólidos, podría reducir la incidencia de enfermedades pulmonares crónicas. Además, vivir junto al mar fomenta la actividad física recreativa: pasear por la playa, practicar deportes acuáticos o, sencillamente, pasar más tiempo al aire libre.

La cuestión socioeconómica tampoco es menor. Las propiedades frente al mar suelen tener un precio más alto, sobre todo ahora con la colosal demanda inmobiliaria en zonas de la costa española (no solo en la zona mediterránea) por parte de europeos, lo que implica que sus residentes, de media, poseen más recursos económicos y mejor acceso a la atención médica, dietas saludables y entornos de baja criminalidad.

Este componente económico podría ser, en parte, el verdadero motor de la diferencia estadística, un factor que la investigación reconoce, pero no puede aislar por completo. Como suele ocurrir en epidemiología, la línea entre causa y correlación es fina y difícil de trazar.

En cambio, la vida urbana cerca de lagos o ríos presenta un cuadro distinto. Estas áreas, aunque con acceso visual al agua, suelen estar más expuestas a problemas de polución —en algunos casos, más intensa por el estancamiento del aire y las emisiones locales—, riesgo de inundaciones y falta de espacios seguros para la actividad física.

El estrés propio de las ciudades, sumado a la densidad de tráfico y a los niveles de ruido, podría neutralizar los potenciales beneficios de vivir junto a un entorno acuático.

Curiosamente, cuando se analizan las zonas rurales junto a aguas interiores, la balanza se inclina un poco más hacia la longevidad, aunque no tanto como en el caso de la costa. En esos lugares, el contacto con la naturaleza, el aire limpio y un ritmo de vida más pausado parecen favorecer la salud, pero el acceso limitado a hospitales especializados y a servicios médicos de urgencia impide que el beneficio sea tan marcado como el que se observa en comunidades costeras.

Este estudio no parte de cero. Investigaciones previas han relacionado los llamados espacios azules con mejores indicadores de salud mental, menor obesidad y mayor cohesión social. Sin embargo, este es uno de los primeros trabajos que se centra específicamente en la esperanza de vida, ampliando el foco más allá de la calidad de vida para analizar la duración de la misma. El hecho de que la ventaja se concentre en áreas costeras y no en cualquier masa de agua obliga a replantear la generalización previa.

El aire marino, rico en iones negativos, ha sido objeto de estudios que sugieren efectos beneficiosos sobre el estado de ánimo y la presión arterial. Aunque la evidencia no es concluyente, podría ser un elemento a considerar.

Asimismo, el oleaje constante actúa como una especie de "ventilación natural" que dispersa partículas contaminantes, lo que contrasta con la acumulación de polución en algunas zonas de interior, incluso si cuentan con un gran lago como referencia paisajística.

Más allá de la fisiología, el factor psicológico también importa. El mar, con su horizonte abierto y su ritmo constante, genera un efecto calmante que puede reducir los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Vivir en un entorno menos hostil emocionalmente tiene consecuencias directas sobre el sistema inmune, la inflamación crónica y, en última instancia, la longevidad. No es casual que muchas culturas costeras desarrollen un fuerte sentido comunitario y un estilo de vida menos acelerado.

Sin embargo, los investigadores insisten en que esta no es una invitación a mudarse al litoral de forma impulsiva. El aumento del nivel del mar, las tormentas intensificadas por el cambio climático y los costes crecientes de la vivienda en las zonas costeras son variables que pueden cambiar la ecuación en el futuro. El estudio abre la puerta a nuevas preguntas: ¿qué parte del beneficio es realmente ambiental y cuál es socioeconómica? ¿Podrían políticas urbanísticas replicar parte de estos efectos en ciudades de interior?