Álvaro Pascual-Leone es catedrático de Neurología en la Escuela Médica de Harvard.

Álvaro Pascual-Leone es catedrático de Neurología en la Escuela Médica de Harvard. Javier Carbajal

Salud

Pascual Leone, neurólogo de Harvard: "El dinero como propósito vital no es bueno para el cerebro"

"Las pantallas modifican el cerebro de los adolescentes pero esto no es ni bueno ni malo" / "Las relaciones personales mejoran la salud cerebral, con las redes sociales no es suficiente" / "Somos víctimas de algoritmos no regulados adecuadamente" / "Los chips cerebrales literalmente modifican la esencia de lo que uno es"

11 mayo, 2024 02:47

Frente a la casa donde vivió sus primeros años Álvaro Pascual-Leone, en Valencia, había otra con una plaquita que indicaba que allí estuvo viviendo Santiago Ramón y Cajal. Más allá de la coincidencia, lo que le sorprende al catedrático de Neurología de Harvard es que solo hubiera una placa haciendo referencia al científico español más importante de todos los tiempos.

"En España no se nos da bien honrar a nuestras figuras", lamenta mientras el bullicio de la gente acaba ahogando su voz en el patio de la Fundación Rafael del Pino, en Madrid, donde Pascual-Leone ha acudido invitado por la Fundación Querer para dar una charla en unas jornadas sobre neurociencia y educación.

Las charlas han llegado al descanso y la gente se acumula al sol de una mañana madrileña de mayo mientras el neurólogo explica a EL ESPAÑOL los secretos de un cerebro sano.

Experto en plasticidad cerebral y estimulación no invasiva, es uno de los científicos españoles más citados del mundo pero, además, es alguien que se preocupa de que el conocimiento no quede en una torre de marfil. 

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Por eso, charlar con él no implica una explicación concienzuda de mecanismos cerebrales sino la forma más sencilla de hacer que todo eso que hemos ido conociendo del cerebro en las últimas décadas sirva para, realmente, mejorar nuestra salud mental.

Ha venido a las jornadas de la Fundación Querer sobre Neurología y Educación. ¿Estamos aplicando bien las enseñanzas de la primera en la segunda?

Es muy buena pregunta. Creo que los avances de la neurociencia, que son enormes en los últimos años, propician la oportunidad de re-explorar cómo hacemos para trasladar esos aprendizajes a la educación. Ese esfuerzo aún no ha cuajado: hay interés por hacerlo, se venden nombres como 'neuroeducación', pero no ha tenido lugar todavía una integración entre neurociencias y ciencias de la educación.

Hay todavía camino por hacer, pero para hacerlo hace falta romper silos. Los pediatras y los neurólogos hacen muy buena pediatría y muy buena neurología, pero hablan poco entre ellos a pesar de ser médicos; pues con la educación y las ciencias sociales aún hay más distancia.

Hace falta integrar las disciplinas para sacar todo el partido de la neurociencia en la educación.

Se dice que el uso de las pantallas puede llegar a afectar el desarrollo del cerebro en niños y adolescentes. ¿Se está exagerando?

Tenemos que separar. Que afectan al desarrollo del cerebro, que lo modifican, es algo 100% seguro, hay datos muy claros desde hace mucho tiempo de que todas las herramientas que usamos, desde los bastones hasta las pantallas, lo hacen. 

Por tanto, el uso de móviles, tabletas y ordenadores, ¿modifica el cerebro? Sí. Eso no quiere decir que sea bueno o malo, depende de qué hagas con ello, y ahí es donde hace falta una integración mejor entre la neurociencia y la educación. 

Un momento de la entrevista con Álvaro Pascual-Leone.

Un momento de la entrevista con Álvaro Pascual-Leone. Javier Carbajal

Estamos viendo adicción al uso de pantallas, es una medida de la conexión personal con la gente, que no habla sino que se manda mensajes de texto, y eso, a su vez, cambia el cerebro de los individuos.

Lo que hace falta no es desterrar las tecnologías, que no vamos a poder hacerlo, sino usarlas adecuadamente y, para eso, hace falta una educación en un humanismo para un mundo de tecnologías que cambia tan rápido que se desfasa la capacidad de educar adecuadamente sobre cómo usarlas.

Uno de los 'mandamientos' de un cerebro sano es fomentar las relaciones interpersonales. ¿Entran las redes sociales en esa ecuación?

Sin duda, las redes sociales entran en la ecuación de las relaciones interpersonales y, por lo menos, sabemos que hay dos cosas que son importantes. Primero: que la relación personal creada desde las redes sociales o en persona son fundamentalmente distintas. De nuevo, no es que sea algo mejor o peor, son distintas.

El valor que dan las relaciones personales a quitar la vivencia de soledad y mejorar la salud cerebral requiere, en general, el contacto personal. Si conoces solamente a gente por redes sociales, para los de una cierta edad al menos, no es suficiente.

Puedes mantener relaciones con gente que ya conoces antes gracias a las redes sociales, pero ya puedes crear relaciones sociales solamente a través de la tecnología. Quizá para los jóvenes es distinto. La comunicación por redes sociales no puede sustituir a la personal pero, por otro lado, hay que darse cuenta de que esto está cambiando. 

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Lo que quiero decir es que, de nuevo, tenemos que educar adecuadamente a la gente para darse cuenta de lo que significa realmente tener seguidores, likes y comentarios de gente que no te conoce y no conoces. 

Tú no dirías en persona cosas que la gente se dice por redes sociales. Sin embargo, cuando se dicen por redes sociales y, evolutivamente, nuestro cerebro está todavía pensando en relaciones personales, tiene un impacto mucho mayor del que realmente debería tener.

A las redes sociales se les echa la culpa de la polarización política en muchos países. Parece que las emociones están sobreponiéndose a la razón. ¿Cómo ve un neurocientífico este cambio?

El uso de herramientas tecnológicas están fomentando la polarización. Somos víctimas de esos algoritmos no regulados adecuadamente. España está jugando un papel importante para concienciar al mundo de que hace falta regular, de forma adecuada, la privacidad de los datos y el uso de información porque, a la postre, se corre el peligro de vulnerar los derechos personales.

Y la razón de ello es que esos algoritmos están dando a la gente solo la información de aquello que ha seleccionado. Por tanto, están fomentando la polarización. No te da una exposición a todos los datos para que tú elijas, te quita la autonomía para poder juzgar sesgando la información que te da. Es peligroso y esto está pasando actualmente.

¿Qué sintió cuando vio que alguien como Elon Musk, con su poder y su visión, anunció que Neuralink había implantado su primer chip cerebral?

Por un lado, gran esperanza, alegría y entusiasmo, porque es la confirmación de que estamos abrazando y desarrollando estas tecnologías para trasladarlas a la clínica y su beneficio social. Es fantástico por los beneficios clínicos que podemos conseguir.

Por otro lado, [sentí] un poco de vértigo porque tienes la vivencia de que llevar demasiado pronto a la platea este tipo de tecnologías supone generar expectativas de que me van a resolver problemas de salud de mis seres queridos demasiado pronto, antes de que realmente se pueda hacer.

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Tenemos que controlar las expectativas y no recrear un mundo que pueda sentirse traicionado con tanta esperanza y confianza. 

Que puedas coger y hacer, en un contexto muy controlado, muy detallado, algo fantástico, puede tener un impacto. ¿Cómo hacer para escalar eso y que se beneficie la gente, sin sesgos, sin inequidades y con protección de derechos para toda la población? Ahí hay mucho camino por andar.

¿Somos conscientes de que están en juego nuestros neuroderechos?

Hay científicos, juristas y neuroéticos que son conscientes. ¿Hasta qué punto la sociedad es consciente? Está por ver hasta qué punto esa consciencia se traslada y se convierte en normativas y leyes que protegen al individuo. 

Estamos en el principio del camino y es importante andarlo porque este tipo de tecnologías literalmente modifican la esencia de lo que uno es.

Álvaro Pascual-Leone durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Álvaro Pascual-Leone durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Javier Carbajal

Los problemas no son nuevos. José María Rodríguez Delgado hizo estudios en Yale demostrando que podía modificar la agresividad en toros de lidia. Después de una brillantísima labor científica acabó argumentando la necesidad de una sociedad psicocivilizada, donde pudieras controlar la mente de la gente.

La pregunta es, ¿quién es el controlador? ¿Quién manda? Quien tiene que mandar es el individuo y, para que pueda hacerlo debemos empoderarlo para entender las ramificaciones del uso de las tecnologías.

Se está investigando mucho en la aplicación clínica de las interfaces cerebro-ordenador, pero detrás está el potencial del mejoramiento humano. ¿Podremos aprender un idioma mediante un chip algún día?

Sinceramente, espero que no por las implicaciones que tendría, pero creo que es el tipo de gestión que se puede plantear.

Si somos capaces de identificar la actividad cerebral que está asociada con mi capacidad de hablar español o inglés, si son circuitos muy parecidos pero distintos, y somos muy capaces de caracterizar esa actividad, probablemente podamos llegar a ser capaces de activar el cerebro de esa manera, de forma que yo hable inglés o español.

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Es como tocar el piano. Hay aparatos que tenían un programa que hacía parecer que tocabas el piano, pero no había nadie tocando. ¿Podemos tocar el piano cerebral de la persona y hacer que vea cosas que no están, que oiga cosas que no están, que diga cosas que nunca supo que podría decir? A nivel de sensaciones visuales, sí podemos hacerlo.

Otra cosa es que queramos.

Ahí voy. Hay que plantear qué legislación hace falta para que, aunque lo pudiéramos hacer, no lo hagamos, que seamos conscientes de la implicación de poder hacerlo. Es muy importante, a nivel de las posibles consecuencias, establecer controles necesarios, legislaciones y la educación para hacer a los individuos conscientes de sus implicaciones.

Hay otro aspecto más fundamental de la neurociencia: la pregunta de si el cerebro es un operador de suma cero, que si mejoras unas cosas puede haber otras que empeoren. Es como nadar y guardar la ropa: no puedes hacer las dos cosas a la vez, pero el cerebro está preparado para que nades bastante bien y guardes la ropa bastante bien. Si hacemos que nades mejor, a lo mejor pierdes la capacidad de guardar la ropa. 

¿Qué cosas pierdes cuando mejoras algunas? No lo acabamos de saber y, hasta que no lo sepamos, no sabremos qué riesgo-beneficio está aceptando la gente cuando asuma estas cosas.

Los neurólogos dicen que la mejor forma de mantener un cerebro sano es tener un propósito. Cuando tu propósito es aprender a tocar el piano mejoras, pero cuando te implantan un chip no le afecta a la salud.

Es una buena observación. Lo que sabemos sobre el valor del propósito vital es que parece importante que cueste esfuerzo, que tengas que ponerle dedicación. Esto lo primero.

Segundo, que se proyecte en los otros, que sea para beneficio de otro. Si tú quieres que tu propósito vital sea tener mucho dinero, no te va a servir para el beneficio de tu cerebro. Si lo que quieres es quitar el sufrimiento de aquellos a los que quieres y para eso necesitas ganar mucho dinero, te sirve porque tu propósito vital es el sufrimiento de la gente, no hacerte rico.

Si consigues ciertos logros gracias a la estimulación cerebral con neurotecnologías, puede ser fantástico pero no te sirve como sustituto del propósito vital porque no sabemos bien qué es lo crítico a nivel cerebral, pero a nivel psicológico esa dedicación, el esfuerzo mantenido, parece ser lo importante.

Al hablar de propósito vital lo hacemos más de vocación que de hobby. 

Hablamos más de aquello que te hace levantarte por la mañana, siempre que se proyecte en el otro. Si tu propósito vital es tener este patio lo más bonito y limpio posible porque es algo que te gusta, pues mejor.

Dedicarte al bienestar de los tuyos puede tener un sentido vital muy poderoso. No necesariamente la diferencia es algo que sea placentero o que definas como un hobby o una tarea, pero es un hobby al que le dedicas un esfuerzo para hacerte mejor.

Muchas veces relacionamos propósito con vocación y, si se traslada al trabajo, existe la trampa de supeditar otros aspectos de tu vida a la vocación: la familia, el ocio, los amigos, etc.

Hay un poco de trampa en esto pero también es un fallo. Hay gente cuyo existir viene definido por la labor que hacen: un médico, un neurocientífico, un abogado, un político. Lo define esa vocación. Y ese puede ser su propósito vital si llena de contenido con esfuerzo, que se proyecte en el otro, etc.

Pero hay gente cuyo propósito vital no es su trabajo sino que este es un medio para conseguir hacer otras cosas: dedicarse a sus seres queridos, a su familia, a la contemplación o la creencia en dios. 

Hay que aceptar lo que uno es. No puedes coger y decir: yo voy a aceptar este trabajo que me importa un bledo pero me cubre las necesidades, pero me voy a definir por mi trabajo. ¡No lo estás haciendo! 

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El otro punto de vista que es importante es que, en general, a nivel psicológico, la gente no acaba de estar satisfecha consigo misma si no dedica suficiente cuidado a hacer bien las cosas que hace. Si tu trabajo es solamente el vehículo para poder hacer otra cosa, perfecto. Pero hazlo bien porque, si no lo haces, te va a pasar factura en forma de falta de satisfacción. 

Creo que ese intento de dedicar suficiente atención a las cosas que hacemos para tener una identidad y satisfacción personal es algo que, con frecuencia, no nos damos cuenta de que tiene su impacto a nivel cerebral. No somos trocitos separables el uno del otro sino piezas que se integran en un todo y ese todo tiene que funcionar si no hay satisfacción en cada aspecto.

No puedes ser feliz si en el trabajo te va mal, o si la familia te va mal.

Exacto.

Hace poco, en Televisión Española, nombraron a Ramón y Cajal, neurocientífico como usted, como el español más importante de la historia. ¿Siente la responsabilidad de mantener su legado?

Somos afortunados de tener figuras como Santiago Ramón y Cajal. Como español, es particularmente satisfactorio tener figuras como la suya. Que el pueblo español nombre a esta persona como la más destacada es maravilloso cuando uno se dedica a la neurociencia. Necesitamos celebrar ese legado de una forma más palpable en la sociedad española. 

La otra cosa que ilustra es el valor que tiene la dedicación a una labor que le trasciende a uno. Don Santiago es el ejemplo de alguien con una visión clara de lo que quería hacer, de por qué hacerlo, y un tipo de ciencia que hoy en día sería muy difícil hacer. La hacía él solo pero, ahora, la realidad de la neurociencia ha evolucionado a ser equipos complejos de muchas disciplinas. 

Hasta hace nada, el legado de Cajal estaba en unas cajas en una sala del CSIC. El Gobierno anunció un museo dedicado a su figura pero a día de hoy no se sabe nada. Nadie es profeta en tierra.

Esto a los españoles nos pasa. Nos cuesta reconocer los logros de otro porque pensamos que menosprecian los esfuerzos propios. Está muy arraigado en el pueblo español.

Aparte de este comentario, crear aspiraciones en figuras concretas que puedan promover los sueños de futuras generaciones es súper importante. Los Reyes Magos son mágicos porque creemos en ellos. Si no existieran habría que inventarlos porque tener sueños es así de importante.

Cuando tienes una figura como la de Santiago Ramón y Cajal, de la que puedes aprender y aspirar a ser como él, tendríamos que plasmarlo en todas partes para que la gente lo vea. 

Hay muchos ejemplos a seguir, muchos 'Ramón y Cajal', pero tenemos que celebrarlos. Los países necesitamos fomentar esos ejemplos para guiar el deseo de la gente y enseñarnos a aspirar a esa trascendencia. Hay países que lo hacen muy bien y culturas que lo hacen peor. En España no se nos da bien y creo que no tener un sitio donde se celebre a gente como Ramón y Cajal, al que los niños puedan ir… Necesitamos fomentar eso.