Salud

Radiografía de los suicidios en España: así ha impactado la pandemia en las muertes autoinflingidas

Un estudio señala que entre mayo y octubre de 2020 ocurrió un repunte de los suicidios, que se habían reducido con el confinamiento estricto.

7 marzo, 2022 02:17
Marcos Domínguez Cristina Pita

La pandemia marcó un récord de suicidios en España: 3.941 personas se quitaron la vida en 2020 según las cifras oficiales del Instituto Nacional de Estadística, las últimas disponibles. Son 270 más que el año anterior, un aumento que por sí solo no explica la realidad de lo que han pasado los españoles desde que comenzó esta crisis pero que esconde mucho más de lo que parece.

Un equipo de psicólogos y psiquiatras de las universidades Complutense, Autónoma de Barcelona y Autónoma de Madrid acaba de publicar un estudio en la Revista de Psiquiatría y Salud Mental en el que concluye que este aumento no es estadísticamente significativo –es decir, que no es seguro que haya una causa clara detrás y no se deba únicamente al azar–, pero sí hubo una tendencia creciente a partir de mayo de 2020, cuando finalizó el confinamiento estricto, para volver a valores normales en octubre.

La tasa de suicidios en el primer año de la pandemia fue de 8,9 por cada 100.000 habitantes, seis décimas superior a la de 2019. El descenso abrupto, producto de ese mismo confinamiento estricto, en marzo y abril 'maquilla' las cifras totales. Por eso los autores, liderados por Alejandro de la Torre, investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red en Salud Mental (Cibersam), consideran que sus resultados "pretenden instar a tomar medidas para atajar la conducta suicida en la época pospandemia".

"La tendencia creciente que vimos desde mayo volvió a valores normales en torno a octubre, luego es demasiado pronto para sacar conclusiones", apunta Andrés Pemau, doctorando en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid y uno de los autores del trabajo.

Lo que parece claro es que la pandemia ha impactado muy duramente en la salud mental de las personas, independientemente de su edad o género (en cuanto al estatus socioeconómico, sí hay diferencias). Y esto ha repercutido en el número de personas que han intentado quitarse la vida.

"La pandemia ha supuesto una situación muy demandante para la salud mental de la población de una forma directa", señala Pemau, "pero además puede afectar a posteriori a nivel económico, y esto puede ser otro factor de riesgo". El psicólogo apunta que, aunque es difícil sacar conclusiones hasta el momento, la pandemia ha actuado como un "estresor prolongado", por lo que no se puede descartar un efecto mantenido en el tiempo.

Diferencias regionales

Las conductas suicidas no han fluctuado de la misma forma en todas las regiones. De hecho, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), cuyos últimos datos son del año 2020, hay varias que, en el último lustro, han vivido un descenso del número de suicidios. Aragón, Asturias (una de las comunidades más golpeadas), Galicia, Navarra o Baleares han disminuido sus cifras respecto a 2016.

Sin embargo, Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana o Madrid han vivido incrementos notables en el último lustro. Y, en el último año con datos, Andalucía por sí sola ha reportado 153 muertes por suicidio más que en 2019.

El responsable de la Unidad de Prevención e Intervención Intensiva de la Conducta Suicida, UPII Cicerón, Miguel Guerrero Díaz, que no ha participado en el estudio, advierte de que hay regiones que pueden llegar a duplicar y triplicar la tasa media nacional. "Son zonas especialmente de riesgo debido a un cúmulo de factores como la mayor prevalencia de trastornos mentales o dependencia de drogas, los factores culturales y sociales de la región, el mayor acceso a métodos letales, la dispersión geográfica o el acceso a recursos sanitarios".

También hay que tener en cuenta las posibles diferencias en el registro de fallecimientos por suicidio, que pueden variar entre comunidades. De hecho, la Organización Mundial de la Salud advierte de que el número de suicidios es, a menudo, subestimado y que el real es bastante superior, aunque es algo que varía de país en país: factores sociales y políticos, estigmas y tabúes o condicionamientos religiosos influyen en la contabilización de muertes por suicidio. En todo el mundo una persona se quita la vida cada 40 segundos. En España, cada poco más de dos horas.

Según el Observatorio del Suicidio en España, elaborado por la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, los suicidios en hombres casi triplican los de las mujeres: 2.930 frente a 1.011. En la serie histórica, nunca se habían superado las mil muertes en este último grupo. Con respecto a 2019, se incrementaron en ambos sexos, pero más en mujeres (12,33% frente a 5,74%).

También hay diferencias respecto a la edad. Cuatro de cada diez personas que se quita la vida tiene entre 40 y 59 años, pero una cuarta parte del total tiene más de 70. El Observatorio alerta, además, de que el suicidio en mujeres de entre 50 y 59 años ha aumentado un 27%, y entre los mayores de 79 años (tanto hombres como mujeres), en un 20%.

Un factor externo parece ser la época del año. Más allá del impacto de la pandemia a partir de 2020, la serie histórica revela que el final de la primavera y el verano son los meses que más suicidios contabilizan, mientras que noviembre y diciembre alcanzan un mínimo.

Sin embargo, no hay nada concluyente en este campo. "Las conclusiones han sido contradictorias", apunta Guerrero. "Ciertamente hay una asociación pero no hay una explicación. Es muy probable que el impacto del clima en el suicidio sea a través de otros muchos factores mediadores que modulan esta relación, dada la suma complejidad del fenómeno suicida".

En su opinión, la relación con el clima tiene un "valor predictivo poco significativo". Y es que, por ejemplo, Asturias y Andalucía tienen una alta prevalencia de suicidios, "por encima de la media nacional históricamente, y, sin embargo, el clima en ambas regiones es diametralmente opuesto".

"Todos los estudios realizados hasta la fecha documentan una escalada, un aumento y una progresión en las tasas de conducta suicida en nuestro país y en el mundo", explica Miguel Guerrero.

Lo que parece prematuro, a pesar de ello, es saber cómo ha afectado ese crecimiento en el indicador de muertes por suicidio. "Tenemos una fotografía, pero necesitamos la película completa", afirma este psicólogo. "Y para eso necesitamos más datos y la serie completa de los próximos años".

Una pandemia, como también lo son las guerras o los desastres naturales, es un factor de riesgo ambiental para el aumento de las conductas suicidas. Guerrero explica, además, que se ha documentado ya un incremento significativo en la incidencia de los trastornos de ansiedad, depresión, trastornos obsesivo-compulsivos, estrés postraumático, insomnio o abuso de drogas.

Además, la vivencia de experiencias dolorosas, la incertidumbre económica y el desempleo en algunos sectores ha repercutido en la salud mental. "Del mismo modo, se ha amenazado a los principales factores de protección, mayor soledad percibida, el aislamiento social, mayor riesgo de desprotección social y económica, pérdida de sentido de la vida o las barreras asistenciales que estamos viviendo sobre todo en salud mental y atención primaria producto de la nula inversión, las bajas ratios de profesionales y el incremento de la demanda y presión asistencial".

Pemau explica que la pandemia puso las habilidades de la población para afrontar situaciones estresantes "al límite", pero además afectó indirectamente al aumentar los factores de riesgo (la pobreza) y reducir aquellos protectores, como las actividades agradables o la socialización.

Sin plan de prevención del suicidio

Mientras la pandemia ha agravado el problema, España sigue sin tener un plan nacional de prevención del suicidio, algo fundamental para su abordaje integral. El Consejo General de la Psicología recuerda el bajo número de psicólogos en la sanidad pública y pide que haya 20 por cada 100.000 habitantes, especialmente en atención primaria, así como crear subespecialidades clínicas que se adapten a las distintas realidades (infantojuvenil, para pacientes de cáncer y receptores de cuidados paliativos, etc.) y colaboración para implantar protocolos de prevención en ámbitos educativos y laborales.

Guerrero apunta, además, a poner en marcha campañas públicas para desestigmatizar la conducta suicida, la formación para ayudar a personas en riesgo, y no olvidar a los supervivientes: por cada muerte por suicidio se producen unas 20 tentativas.

Pemau reconoce que no hay una solución sencilla a este problema pero indica la prevención universal, como restringir el acceso a medios potencialmente letales a la población, como una de las estrategias más importantes.

Con todo, no se puede fiar todo a la prevención y "es necesario tratar a las personas afectadas o en riesgo de forma más directa. Trabajar la conducta suicida supone trabajar muchos aspectos: ideas, intentos y dificultades o patologías subyacentes que han llevado a la persona a pensar en quitarse la vida".

Por eso, al igual que Guerrero, advierte de la necesidad de una acción coordinada desde los organismos gubernamentales para "poder predecir, prevenir y tratar la conducta suicida a varios niveles de forma equivalente por todo el territorio nacional".

Existen dos números de teléfono a los que las personas que necesiten ayuda pueden acudir: el Teléfono de la Esperanza (717 003 717) y el Teléfono Contra el Suicidio (911 385 385). Estos recursos están dirigidos a las personas que tienen ideas suicidas, que conocen a alguna persona que está pasando por una situación delicada o que han perdido a algún ser querido por suicidio.