José Manuel Felices, médico.

José Manuel Felices, médico.

Ciencia

José Manuel Felices, médico, advierte a España sobre este cosmético que usas a diario: "Puede simular un cáncer"

Algunos productos de uso cotidiano pueden dar falsos positivos en los exámenes médicos y suponer un gran susto para los pacientes.

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Hay gestos cotidianos que damos por sentados, tan automáticos que rara vez nos detenemos a pensar en sus posibles consecuencias. Aplicarse desodorante antes de salir de casa, por ejemplo, es uno de ellos: un ritual íntimo de higiene que acompaña a millones de personas cada mañana.

Sin embargo, cuando esa rutina coincide con un día señalado en el calendario médico —el de la mamografía—, ese producto inocuo puede convertirse en un inesperado protagonista de la consulta.

El doctor José Manuel Felices, especialista en radiología, lo explicó con claridad meridiana en un vídeo que circula por redes sociales: el aluminio presente en muchos desodorantes no penetra en la piel hasta causar una enfermedad, como a veces se difunde de manera alarmista, pero sí deja rastros superficiales que, bajo los rayos X, se transforman en pequeñas motas blancas.

Esas señales, que a ojos del radiólogo recuerdan a las temidas microcalcificaciones asociadas al cáncer de mama, pueden desencadenar una alarma innecesaria. El hallazgo obliga en ocasiones a repetir la prueba, prolongando la incertidumbre de la paciente y generando un susto tan real como evitable.

"Usar desodorante puede simular un cáncer", advierte Felices en su vídeo. "Muchos desodorantes llevan aluminio que se queda en la piel y la radiografía se ve como esos puntitos blancos que parecen microcalcificaciones, uno de los signos de alerta de un posible cáncer de mama", subraya.

El problema es de apariencia, no de enfermedad. Estudios publicados en revistas radiológicas han demostrado que los artefactos generados por los restos de desodorante, polvos de talco o cremas en la axila son tan radiopacos que llegan a confundirse con lesiones reales.

En la práctica clínica esto se traduce en repeticiones de mamografía, citas adicionales, en ocasiones incluso ecografías o biopsias que acaban descartando cualquier malignidad. Ese proceso, aunque garantiza seguridad, también genera angustia innecesaria en la paciente y un sobrecoste para el sistema sanitario.

Por eso, las guías internacionales recomiendan con firmeza evitar estos productos el día de la prueba: no por miedo al cáncer, sino para no añadir ruido a una imagen que debe ser lo más limpia posible.

No hay evidencia

Conviene aclararlo con rotundidad: ningún estudio epidemiológico serio ha encontrado un vínculo entre los antitranspirantes que contienen aluminio y el desarrollo de cáncer de mama. Lo dicen el Instituto Nacional del Cáncer de EE. UU., la American Cancer Society y la propia Organización Mundial de la Salud.

Se han realizado revisiones sistemáticas en las que se ha buscado una correlación estadística y el resultado siempre es el mismo: no hay evidencia que permita afirmar que el aluminio aplicado en la axila pueda iniciar un proceso tumoral en la glándula mamaria.

El origen del mito está en la coincidencia geográfica: el cáncer de mama aparece con mayor frecuencia en la parte superior externa del pecho, justo bajo la axila, lo que llevó a algunos a especular con que podía haber un nexo con el uso de desodorantes. La ciencia ha desmontado esa idea una y otra vez.

De hecho, la cantidad de aluminio que la piel absorbe a través de un desodorante es ínfima. Investigaciones de farmacocinética han calculado que apenas el 0,012 % del aluminio aplicado se incorpora al organismo.

Para hacerse una idea: la mayor parte del aluminio que entra en nuestro cuerpo proviene de la dieta —de alimentos como cereales, verduras o aditivos— y no de lo que aplicamos en las axilas.

En otras palabras: es mucho más probable ingerir aluminio a través de la comida que a través de la piel, y en ninguno de los dos casos se ha demostrado un aumento directo del riesgo de cáncer. La clave es poner los números sobre la mesa y contrastarlos con la magnitud del miedo que circula en redes sociales.

Sin embargo, el rumor persiste. La idea de que el aluminio “se acumula” en el tejido mamario y actúa como un disruptor hormonal capaz de imitar al estrógeno ha alimentado titulares sensacionalistas durante años.

Hubo incluso estudios en laboratorio con cultivos celulares y en ratones en los que se observaron cambios preocupantes, pero los expertos insisten en que esos modelos experimentales no pueden trasladarse automáticamente al cuerpo humano.

Una célula en un tubo de ensayo, sometida a dosis concentradas de sales de aluminio, no es equiparable a la piel de una mujer que se aplica un par de pulsaciones de spray cada mañana. La extrapolación es arriesgada, y el consenso científico mantiene la calma: el riesgo, si existe, es tan bajo que se confunde con el ruido estadístico.

Lo que sí es real es la confusión diagnóstica. Las microcalcificaciones, vistas bajo la lupa del radiólogo, son pequeñas chispas blancas que pueden alinearse en formas sospechosas o dispersarse en patrones benignos.

Identificarlas es un arte que requiere experiencia, y cuando restos de cosméticos entran en escena, esa interpretación se contamina. El técnico de imagen puede detectar manchas que, aunque superficiales, quedan registradas en la película radiográfica o en el detector digital.

Si no se sospecha de inmediato que se trata de un artefacto, el informe dirá: “hallazgos indeterminados, se recomienda repetir la prueba”. Y ahí comienza el bucle de incertidumbre que Felices quiere evitar con una instrucción tan sencilla como olvidada: “ese día, no uses desodorante”.

El consejo no se limita al desodorante. Tampoco se deben aplicar perfumes, cremas hidratantes ni polvos de talco en la zona de pecho, cuello o axilas. Todos esos productos tienen partículas que reflejan los rayos X y que pueden enmascarar la anatomía real.

La lógica es la misma que la de no llevar pendientes metálicos en una radiografía dental o no portar objetos metálicos en una resonancia magnética: no porque sean peligrosos, sino porque distorsionan la imagen y dificultan la labor diagnóstica. Es un recordatorio de que la medicina, aunque altamente tecnológica, sigue dependiendo de la cooperación paciente-profesional en gestos mínimos.

Ahora bien, ¿qué ocurre si alguien se olvida y se pone desodorante antes de la mamografía? Aquí conviene también quitar dramatismo. El propio Felices lo explica: basta con decirlo al llegar, y los técnicos de radiología proporcionarán toallitas para limpiar la piel. Es un error común y perfectamente solucionable. La clave es no ocultarlo, porque los profesionales están entrenados para lidiar con estos pequeños incidentes cotidianos.