En la imagen se puede ver a una araña infectada con un hongo cubriendo su cabeza y cuerpo.

En la imagen se puede ver a una araña infectada con un hongo cubriendo su cabeza y cuerpo. Tim Fogg

Ciencia

Las 'arañas zombi' infectadas por hongos carnívoros se expanden: los científicos avisan que "se adaptan" a los hogares

'Gibellula attenboroughii' invade el cuerpo del arácnido, devorando sus órganos y termina manipulando su cerebro hasta obligarlo a morir fuera de su tela.

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Como si fuera una película de terror de serie B, bajo los techos de las casas estadounidenses, en los rincones húmedos de sótanos y áticos, acecha una amenaza que parece salida de H.P Lovecraft: arañas convertidas en zombis por un hongo recién descrito por la ciencia.

Se trata de Gibellula attenboroughii, un parásito que invade el cuerpo del arácnido, devora lentamente sus órganos y termina manipulando su cerebro hasta obligarlo a abandonar la seguridad de su tela para morir en un lugar expuesto, donde el ciclo de infección pueda continuar.

Lo que parecía una anécdota de documental se ha convertido en un fenómeno inquietante que ya alcanza a Europa y Norteamérica.

El proceso es macabro y muy sofisticado. Una vez que las esporas del hongo se adhieren a la araña, penetran en su hemocelo —el equivalente sanguíneo de estos invertebrados— y comienzan a colonizar sus tejidos.

La criatura, aún viva, sufre una alteración química que afecta a su dopamina, lo que cambia su comportamiento y la conduce a abandonar sus hábitos nocturnos y esquivos.

Así, lo que normalmente permanece oculto en cuevas o rincones oscuros, acaba muriendo al aire libre, convertido en un escaparate involuntario de la capacidad manipuladora del hongo.

Parecido al infame cordyceps

Tras la muerte, comienza el espectáculo más visible: largos tallos blanquecinos brotan del cadáver de la araña, liberando nuevas esporas que infectarán a otros individuos.

Este patrón se asemeja a lo que se ha observado con los llamados "hongos cordyceps" que parasitan hormigas en selvas tropicales, popularizados por la ficción de The Last of Us. Sin embargo, los expertos insisten en que la amenaza no alcanza a los humanos.

"Para que algo así ocurriera en personas serían necesarios millones de años de adaptaciones genéticas", puntualiza João Araújo, micólogo del Museo de Historia Natural de Dinamarca, al Daily Mail.

El hallazgo de este hongo no es reciente. Fue detectado por primera vez en Irlanda en 2021 durante el rodaje de la serie documental Winterwatch de la BBC.

El micólogo Harry Evans, de CAB International, identificó a las víctimas como Metellina merianae y Meta menardi, dos especies de arañas de cuevas que de pronto comenzaron a aparecer muertas en posiciones extrañas.

El descubrimiento supuso la confirmación de una nueva especie fúngica, bautizada en honor a David Attenborough, cuya labor de divulgación naturalista sigue marcando la forma en que miramos la biodiversidad.

Lo interesante es que el fenómeno no se ha quedado restringido a las cavernas de Irlanda. Testimonios en Estados Unidos, Reino Unido y República Checa hablan de la aparición de estas arañas "momificadas" en espacios domésticos, como áticos o bodegas.

Un residente de Nueva York llegó a confundir la maraña de micelio con bolas de algodón pegadas a las paredes. Al acercarse, descubrió que se trataba de cuerpos blanquecinos con patas retorcidas en un gesto casi grotesco.

Riesgo para los insectos

El paralelismo con otros casos de parasitismo fúngico es inevitable.

Distintas investigaciones han documentado cómo hongos entomopatógenos como Ophiocordyceps unilateralis alteran la conducta de las hormigas hasta obligarlas a trepar plantas y fijarse en hojas antes de morir, lo que maximiza la dispersión de esporas.

El nuevo Gibellula attenboroughii parece aplicar una estrategia similar, adaptada a las rutinas de arácnidos cavernícolas. Estamos ante una forma de manipulación biológica que la literatura científica ha descrito como "comportamiento extendido" del parásito.

El detalle perturbador es la rapidez con la que este hongo parece haberse dispersado. Evans recuerda que el ambiente húmedo de las cuevas facilitaba la fructificación, pero ahora los informes en sótanos o bodegas sugieren que las condiciones urbanas también podrían estar favoreciendo su ciclo vital.

Estudios previos sobre bioaerosoles y dispersión de esporas, como los de la Universidad de Exeter sobre mohos domésticos, muestran que ciertos hongos encuentran nichos insospechados en entornos urbanos. Esta posibilidad abre la puerta a que veamos más arañas infectadas en escenarios cotidianos.

Otro aspecto clave es la biodiversidad fúngica aún desconocida. Evans calcula que solo un 1 % de las especies de hongos han sido descritas formalmente, aunque podrían existir entre 10 y 20 millones.

Este desfase recuerda al "oscuro universo" microbiano: sabemos que la mayor parte de la vida microscópica aún nos es invisible y, sin embargo, determina ecosistemas enteros.

El descubrimiento de G. attenboroughii confirma que incluso en Europa, donde creemos que la biodiversidad está ampliamente estudiada, siguen emergiendo sorpresas con implicaciones ecológicas profundas.

Para los ciudadanos que encuentran estas arañas en sus casas, el fenómeno roza lo sobrenatural. Imágenes compartidas en redes muestran cuerpos colgando de techos como si fueran bolas de algodón, con patas crispadas.

Algunos, como el jardinero londinense Gareth Jenkins, hablaron de "muñecos congelados en el aire" al descubrir racimos de arañas zombis bajo una tarima.

La sensación de extrañeza es similar a la que provocan otros organismos zombificadores, desde avispas que controlan orugas hasta protozoos como Toxoplasma gondii, conocido por alterar el comportamiento de los ratones.

La comunidad científica, sin embargo, insiste en separar el mito del dato. No hay riesgo para los humanos, ni mucho menos un escenario apocalíptico como en cualquier ficción de zombis.

Lo relevante es entender la ecología de estas infecciones: cómo los hongos manipulan a sus huéspedes, qué factores ambientales amplifican su dispersión y cómo esta dinámica puede afectar a poblaciones de arañas que cumplen un papel esencial en el control de insectos.

Perder grandes números de estos animales por culpa de un patógeno podría tener consecuencias indirectas en la cadena trófica.