Algunos venenos para roedores llevan tinte azul para facilitar su identificación.

Algunos venenos para roedores llevan tinte azul para facilitar su identificación. GlendiTEK/Imgur

Ciencia

Cazan un jabalí y descubren que su carne es de color azul eléctrico: "La explicación es peor aún de lo que parece"

Las autoridades de California, en Estados Unidos, alertan de que la carne de color azul de estos cerdos salvajes puede resultar tóxica para el ser humano.

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La alarma saltó en Monterey (California) con unas imágenes difíciles de olvidar: jabalíes asilvestrados abiertos en canal cuyo músculo y grasa mostraban un azul eléctrico nada habitual. No era un efecto de la luz: al eviscerarlos, el carnicero vio "azul arándano, azul neón", contó un cazador a Los Angeles Times.

La respuesta oficial llegó rápido: el Departamento de Pesca y Vida Silvestre de California advirtió a cazadores y gestores de fauna de que esa tonalidad podía delatar exposición a rodenticidas, y recomendó no consumir carne con ese aspecto ni con otras anomalías.

Según el Departamento de Pesca y Vida Silvestre de California, la secuencia fue clara: desde marzo empezaron a notificarse tejidos azulados en cerdos salvajes; al analizar contenido gástrico e hígado de uno de ellos, sus laboratorios y los de Sanidad Animal de la Universidad de California, detectaron difacinona, un anticoagulante de primera generación (bloquea la vitamina K y provoca hemorragias internas).

El propio aviso explica el porqué del color: muchos cebos rodenticidas se tiñen (habitualmente de azul) para identificarlos como veneno; si un animal ingiere el cebo —o se alimenta de una presa envenenada— ese pigmento puede delatar la exposición.

Cabe destacar que no ver azul no garantiza seguridad; el tinte no siempre aflora ni se acumula en todos los tejidos ni en todos los casos. En España, estos productos se regulan como biocidas de tipo de producto 14 y, para comercializarse o usarse, deben estar autorizados e inscritos en el Registro Oficial de Biocidas del Ministerio de Sanidad.

Muchas resoluciones de autorización exigen expresamente portacebos resistentes a la manipulación, retirada de cadáveres y la presencia de un agente amargante y un colorante en la formulación, justo el marcador visual que se ha visto en California.

Como sustancia, la difacinona funciona como los anticoagulantes "de toda la vida". En California su uso se ha ido acotando: desde el 1 de enero de 2024 la mayoría de aplicaciones están prohibidas y la sustancia pasó a considerarse "material restringido" tras una reforma de ley; en la práctica, solo puede usarse en situaciones limitadas y bajo aplicadores autorizados.

Ya antes, se había impuesto una moratoria a los rodenticidas anticoagulantes de segunda generación por su impacto sobre la fauna no objetivo. Aun con este marco, el episodio de Monterey recuerda que, si hay cebos en el entorno de la vida silvestre, persiste un riesgo residual.

Para los cazadores, la pregunta clave es si la cocina "desactiva" el tóxico. Respuesta corta: no, o muy poco. Un estudio experimental con cerdos ferales expuestos a esta sustancia comprobó que asar, cocer o freír apenas reduce los residuos del compuesto; el hígado —que actúa como filtro del organismo— es el tejido donde más se acumula.

Su carne es peligrosa

La recomendación fue clara: evitar consumir carne de caza procedente de zonas con programas activos de control con rodenticidas. Revisiones veterinarias posteriores confirman que restos en hígado y músculo pueden persistir tras el cocinado, de modo que el calor doméstico no garantiza seguridad.

Lo cierto es que no fue un caso aislado. El propio Departamento de California cita un estudio sobre fauna cinegética del estado: se detectaron rodenticidas anticoagulantes en 10 de 120 muestras de cerdo salvaje y en 10 de 12 muestras de oso, sobre todo en animales de zonas agrícolas o residenciales, donde el uso de estos productos es más probable. La enseñanza es doble: la exposición existe y no siempre se ve; y una carne que parece "normal" también puede contener residuos.

Lo ecológico complica el cuadro. Los cerdos salvajes de California —cruces entre cerdo doméstico y jabalí— ya ocupan 56 de 58 condados y son omnívoros oportunistas: pueden comer cebo teñido, morder roedores moribundos o carroña.

Con ese menú, actúan como vectores de tóxicos, dispersándolos por riberas, dehesas y cultivos. En la temporada 2023–2024, Monterey fue el condado con más capturas de cerdo salvaje, lo que explica por qué el fenómeno ha aflorado allí antes.

La cadena no acaba en los cerdos. La literatura científica muestra exposición extendida a anticoagulantes en rapaces y otros carnívoros como el cárabo norteamericano y el cárabo californiano. Animales a los que se detectó brodifacoum y bromadiolona, incluso en áreas remotas; y altas tasas de residuos en coyotes, linces y pumas en California.

Es cierto que los anticoagulantes de segunda generación se bioacumulan más y concentran el mayor riesgo, pero las moléculas de primera generación, como difacinona, también son peligrosas cuando hay exposiciones repetidas. En ese contexto, el "cerdo azul" no es solo un problema de caza: es un síntoma de contaminación a lo largo de la cadena trófica.

Por eso se pide máxima prudencia al recolectar piezas de caza y, a quienes aplican rodenticidas, buenas prácticas: evaluar si hay fauna no objetivo en la zona, usar estaciones de cebo que impidan el acceso de animales silvestres y priorizar el Manejo Integrado de Plagas.

Un protocolo que tiene una escala de medidas concretas: primero exclusión física (sellar huecos y accesos), saneamiento (retirar comida y residuos), modificación del hábitat (eliminar refugios), trampeo dirigido y prevención; y solo si hace falta, químicos seleccionando el producto de menor riesgo y con aplicación profesional.

¿Es peligroso para los humanos?

¿Y la salud humana? El riesgo agudo de los anticoagulantes está bien descrito: pueden causar problemas de coagulación y hemorragias. El episodio de Monterey añade otra pieza: la posible exposición alimentaria a través de carne de caza.

Más allá de los rodenticidas, revisiones y metaanálisis han asociado la exposición crónica a pesticidas —en especial organo­clorados y piretroides— con diabetes tipo 2, mayor riesgo de ciertos cánceres y alteraciones de la calidad seminal. El aviso está claro, minimizar exposiciones evitables y aplicar el principio de precaución cuando haya sospecha de contaminación.