
El alto ritmo de publicación de muchos científicos es "inverosímil" paral los autores del trabajo.
Las turbias prácticas de la élite científica: uno de cada diez investigadores infla su trabajo de forma poco ética
Hasta 20.000 científicos serían sospechosos de publicar estudios a un ritmo "inverosímil", mucho mayor que el de cualquier premio Nobel.
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El mundo de la publicación científica lleva en el ojo del huracán estos últimos años, a medida que se desvelan las malas prácticas que realizan algunos investigadores y universidades para inflar sus currículos.
Es ahora cuando se está comprobando que lo que parecía anecdótico se está convirtiendo en la norma, pervirtiendo el uso de los recursos para la investigación, tanto públicos como privados.
Una nueva investigación estima que el inflado artificial de artículos científicos lo harían hasta 20.000 científicos en todo el mundo, uno de cada diez investigadores considerados de prestigio.
En el mundo de la ciencia, nada se deja a la subjetividad. Por eso, desde hace décadas se buscan métodos objetivos de medir el impacto de la investigación. El que ha tenido más éxito es el que se basa en medir las aportaciones en cantidad (número de artículos publicados) como calidad (veces que otras personas citan un estudio).
Desde finales de los 90 ha proliferado esta estandarización de la evaluación científica. Las utilizan todo tipo de instituciones para adjudicar proyectos, evaluar candidatos y fichar a investigadores en cualquier etapa de su carrera.
Esto ha derivado en una presión por publicar ("publica o perece", reza el adagio) que ha favorecido la perversión de este sistema: trocear los resultados de las investigaciones en varios artículos, figurar como coautor en trabajos en los que no se ha participado, crear 'cárteles de citas' en que unos autores se citan a otros para incrementar sus métricas, autocitarse en todos tus trabajos, etc.
El último paso ha sido la proliferación de las llamadas 'granjas de artículos', que generan papers mediante inteligencia artificial y los ponen a la venta. Jóvenes investigadores ávidos de destacar entre los demás son sus clientes predilectos.
Dos investigadores de la universidad saudí Rey Fahd, Simone Pilia y Peter Mora, han cuantificado el abuso de estas prácticas comparando las métricas del listado que realiza la Universidad de Stanford con el 2% de los investigadores más citados del mundo con las de un grupo de 462 premios Nobel de Física, Química, Medicina y Economía.
El listado incluye a 196.306 científicos pertenecientes a 22 disciplinas académicas y 174 áreas de especialización. Fue creado en 2019 por John Ioannidis, azote de la mala ciencia: en 2005 causó un terremoto al demostrar que las conclusiones de la mayor parte de la investigación científica eran falsas.
Entre otras cosas, denunciaba la extrapolación de resultados observados en muestras pequeñas o no representativas de la población a estudiar, la presencia de sesgos y prejuicios, o los análisis ad hoc como forma de extraer unas conclusiones que no se sostenían cuando se quería replicar el estudio.
El listado de Ioannidis busca establecer una clasificación basada en la precisión y la transparencia. De ahí la sorpresa de los autores del nuevo estudio —que ha sido publicado en la revista Accountability in Research. Ethics, Integrity and Policy— al comprobar que el 10% de los que figuran en el mismo, es decir, unos 20.000 científicos, publican a un ritmo "inverosímil".
Por ejemplo, ningún premio Nobel ha publicado más de 28,3 artículos al año. Sin embargo, en el listado de Stanford hay autores tan prolíficos que han llegado a sacar 212 artículos: uno cada dos días.
También señalan que algunos autores jóvenes han multiplicado por 7 su producción científica en poco tiempo, lo que sugería un cambio repentino de las prácticas de publicación. Además, observaron un número inusualmente alto de coautorías donde no se especificaba la contribución.
Estas tasas de publicación y coautoría "anormalmente altas, lo que sugiere un inflado de las métricas, están apareciendo de forma cada vez más temprana, algo que no se observa entre los Premios Nobel", apuntan los autores de este estudio.
Este no es el primer trabajo que cuantifica el alcance de la ciencia fraudulenta. Un estudio publicado en 2023 señalaba que el 28% de los trabajos publicados en revistas científicas eran directamente falsos.
Al calor del 'publica o perece' ha aparecido otra modalidad de mala ciencia: revistas de acceso abierto en las que son los autores de las investigaciones (o, más bien, las instituciones para las que trabajan) quienes pagan por que su trabajo aparezca ahí.
Esto, que buscaba generalizar el acceso a las investigaciones de calidad a todo el mundo, ha acabado convirtiéndose en una industria donde grupos editoriales gigantes crean como churros revistas donde incluyen una cantidad masiva de artículos, cobrándolos al peso y sin criterio alguno.
En un intento de atajar el problema, instituciones de referencia han eliminado algunas de estas revistas de sus bases de datos, con las que se elaboran los rankings de investigadores y universidades, como el famoso ranking de Shanghai.
Desaparecer de estas bases de datos implica desaparecer para la ciencia. En consecuencia, el dinero invertido en publicar en estas revistas no obtiene ningún rendimiento. Investigadores de las universidades Pablo de Olavide y de Málaga cuantificaron el dinero español perdido por la expulsión de una de ellas: nada menos que 12 millones de euros.