Desarrollo de un embrión humano dentro del útero durante el embarazo.

Desarrollo de un embrión humano dentro del útero durante el embarazo. iStock

Ciencia Neurobiología

Violentos desde el útero materno: así se pueden detectar personalidades agresivas antes de nacer

  • Según un estudio de la Universidad de Nueva York, a partir del tercer trimestre de embarazo estos errores ya son visibles.
  • Los fallos neuronales que propician personalidades violentas pueden detectarse en el útero
19 diciembre, 2022 02:15

La conducta agresiva es un grave problema para la salud mundial. No sólo por la prevalencia que se le estima, un 25%, sino porque, a día de hoy, las terapias combinadas que existen para tratarla han demostrado tasas inconsistentes de éxito. Pero, ¿qué pasaría si se comenzase a tratar antes de que se desarrollen los síntomas?

Con esa pregunta, el trabajo de prevención de conductas agresivas puede encontrar su filón. Según la literatura científica, es en el periodo preescolar cuando estas pautas comportamentales comienzan a aparecer. La estabilidad en el tiempo de la conducta agresiva suele ser alta, por lo que los niños pequeños violentos tendrán más probabilidades de ser adultos violentos.

El problema es que la naturaleza de las conductas agresivas todavía es bastante desconocida. Se cree que en su desarrollo tienen cabida factores ambientales, como la cultura, el abuso de sustancias, deficiencias económicas, etc. Así como la predisposición hereditaria y los agentes neurobiológicos.

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En los últimos años, la neurobiología es el factor que más protagonismo está cobrando a la hora de encontrar una explicación a la violencia, sobre todo gracias al desarrollo de técnicas de neuroimagen que permiten obtener relación entre la anatomía cerebral y la conducta agresiva.

Periodo fetal

Pues bien, juntando esto con la detección precoz de indicadores de violencia, un estudio desarrollado por psiquiatras de la Universidad de Nueva York (Estados Unidos) ha llegado a una gran conclusión: los indicadores neuronales del comportamiento agresivo pueden ser detectados en una fase muy precoz, tan precoz como que se trata del feto en el útero materno.

Investigaciones relacionadas con adolescentes violentos ya habían encontrado relación entre violencia y desarrollo neuronal. Hasta aquí, nada nuevo. Sin embargo, este nexo se consideraba bidireccional. Es decir, el cerebro podría causar esa conducta violenta o la conducta violencia podría provocar alteraciones en el cerebro. Con este estudio, los autores pretenden desmontar ese doble sentido.

"Un método particularmente riguroso para analizar el desarrollo temporal del riesgo de violencia es medir el desarrollo del cerebro antes del nacimiento, antes del inicio de la agresión y antes de las exposiciones posnatales que aumentan el riesgo o amortiguan este fenotipo conductual", reza el estudio.

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Así pues, con una muestra de 79 mujeres en el tercer trimestre de embarazo, se procedió a la realización de una resonancia magnética funcional en estado de reposo fetal y, tres años más tarde, se pidió a las mismas madres que rellenaran un cuestionario sobre violencia infantil acerca de sus hijos.

El cerebro emocional

En aquellos que las conductas violentas se autoinformaron como más altas, se había observado, todavía en el útero materno, diferencias individuales en el cerebro, concretamente entre áreas del sistema límbico y de la corteza prefrontal.

Al sistema límbico se le conoce también como el cerebro emocional, ya que su función se centra, precisamente, en la activación de los estados emocionales. Entre las estructuras profundas que componen este circuito están las amígdalas, que son las encargadas de responder al miedo y que tienen mucha importancia para lo que aquí acontece. Por ejemplo, un metaanálisis publicado por el departamento de Anatomía Humana y Psicobiología de la Universidad de Murcia que concluía que la amígdala es una estructura fundamental en la emoción, particularmente en la respuesta a estímulos de contenido negativo

Además, la amígdala está conectada recíprocamente con la corteza prefrontal (responsable entre otras cosas del estado de alerta) y, precisamente, un fallo en el acoplamiento entre ambas partes sería ya localizado en el feto y, por lo tanto, formado antes del nacimiento, y el culpable de la aparición de los síntomas de la agresividad.

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"Un hallazgo decisivo del presente estudio fue que las diferencias individuales en el circuito fronto-límbico antes del nacimiento, específicamente un acoplamiento más débil de la amígdala y la mPFC (red prefrontal medial), preceden y se relacionan con una mayor agresión posterior en la niñez", concluyen los autores.

Estudios previos

El hecho de que sean estas partes cerebrales las implicadas no es una sorpresa, ya que la amígdala y la corteza prefrontal lleva siendo protagonistas en materia de violencia desde la segunda mitad del siglo XIX. El caso más mediático al respecto data, de hecho, de 1848, y es el de Phineas Gage, un hombre que, tras ser golpeado en un accidente con una barra de hierro en la corteza prefrontal, comenzó a desarrollar trastornos en su personalidad y en su desenvolvimiento social.

Desde entonces, este área ha estado en el ojo de investigaciones constantes, como una publicada por Nature Neuroscience y que concluía que un daño temprano en la corteza prefrontal podía provocar un síndrome "parecido a la psicopatía".

En 2016, un estudio titulado La Neurobiología de la agresión impulsiva, ampliaba los hallazgos y demostraba que había otras zonas del cerebro implicadas en este proceso, como el hipotálamo, la amígdala y el lóbulo frontal, las cuales ejercerían un papel modulador en las conductas agresivas.

El problema de esta investigación está en que también se debe mencionar que las diferencias cerebrales en los nonatos podrían estar causadas por terceras variables. Incluso en el útero, el desarrollo de este órgano es muy sensible a los factores externos, como han demostrado estudios realizados también con resonancia magnética. Muy importante en este sentido uno publicado en Frontiers in Human Neuroscience y que demostraba que el estrés materno y la ansiedad afectaban al desarrollo de la amígdala. Así pues, aunque se ha dado un paso de gigante en el estudio de la agresividad, todavía queda mucho que aclarar y descubrir.