El rey emérito Juan Carlos I y el Rey Felipe VI en el funeral de Constantino de Grecia, en enero de 2023

El rey emérito Juan Carlos I y el Rey Felipe VI en el funeral de Constantino de Grecia, en enero de 2023 Gtres

Opinión

La monarquía no es tan frágil

"Felipe VI está cumpliendo con rigor su papel como poder arbitral, ajeno a las confrontaciones políticas. Ha reconducido la Corona hacia la ejemplaridad perdida".

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El rey Juan Carlos afirma en 'Reconciliación', su libro de memorias, que "la monarquía es frágil". Afirmación que, emanada de quien fue durante casi cuarenta años titular de la Corona española, se convierte en una granada rompedora. La gran brecha en los muros de sostén de la monarquía de Felipe VI proviene de la artillería lanzada por el monarca a quien sucedió en el Trono, su propio padre.

La pasada semana el rey Juan Carlos permitía la difusión de una imagen desoladora. Con evidente rostro de satisfacción ojea el libro 'Reconciliación', vestido con chándal. La Corona de España hecha país de Lilliput. Si el abdicado monarca ha pretendido con esa publicación la reivindicación de su legado para el establecimiento de un régimen democrático y de libertades, sobraba toda la cadena de reproches a algunos de los miembros de su familia. Un rey de España no puede ser Paquirrín hablando de la Pantoja o 'Cantora'.

Desde el punto de vista histórico las memorias nada añaden de interés. No serán fuente para los investigadores de la historia de España. Ni siquiera para ese suceso capital del golpe de Estado del 23-F, sobre el que el antiguo monarca añade cuatro pinceladas sin despejar la niebla. 'Reconciliación' es la espoleta perfecta para que se hable mucho y mal de la Corona en la prensa del corazón y los programas de la telebasura. Razón tiene el rey Juan Carlos con la calificación de fragilidad de la monarquía. Él mismo es un espejo roto por su conducta personal y presunto amasamiento de bienes.

Tras la guerra civil española, el dictador general Franco promulgó la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, un verdadero cambalache que establecía que el país quedaba configurado como reino, pese a la inexistencia de monarca. Franco se ratificaba como jefe de Estado vitalicio, con la facultad de nombrar sucesor.

Franco nunca fue favorable a la restauración de la monarquía en la persona de don Juan. El dictador abominaba al sucesor dinástico de Alfonso XIII. Franco era solo franquista. Ya lo advirtió el general Cabanellas en 1938 cuando la Junta de Defensa Nacional designó al ferrolano como jefe de Estado y presidente del gobierno. Cabanellas, republicano y masón, exclamó: "Ustedes no saben lo que han hecho, no le conocen como yo que lo tuve a mis órdenes. Si le dan ahora España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie le sustituya ni en la guerra ni tras ella, hasta su muerte". Cabanellas, fetén.

Franco diseñó una futura monarquía forzosamente frágil. El nominalmente reino sin rey era un régimen dictatorial sustentado sobre el ejército y la Falange. Los falangistas fueron siempre criptorrepublicanos. La vía elegida por el general era la instauración monárquica. Una monarquía ex novo que no la restauración de la alfonsina, lo cual exigía entregar la jefatura del Estado a don Juan.

El dictador soñó con una forma de Estado sin democracia ni libertad: la monarquía del Movimiento bajo tutela del ejército. Cuando sus fuerzas flaqueaban nombró presidente del gobierno al almirante Carrero Blanco, más tarde asesinado en atentado atribuido a ETA. Carrero sería el inicial garante del franquismo sin Franco. Todo quebró con el magnicidio. Franco, roto, lloró en su funeral.

La monarquía de Felipe VI no es tan frágil como cree don Juan Carlos, afortunadamente. Felipe VI está cumpliendo con rigor su papel como poder arbitral, ajeno a las confrontaciones políticas. Ha reconducido la Corona hacía la ejemplaridad perdida.

"Los reyes no se confiesan", decía don Juan de Borbón. Juan Carlos I hizo caso omiso. Pero, no le neguemos el pan y la sal. Bajo su reinado España se convirtió en una democracia parlamentaria. No es todo blanco o negro en torno a su figura. Nuestro anterior monarca es el peor enemigo de sí mismo. Ha tiznado de negro las mejores luces de su reinado. Sus pomposas memorias son una mala guinda en el pastel.