Este verano se repite la tragedia de unos incendios que han convertido la llamada España vaciada en calcinada. La terminología “España vaciada” es una imprecisión. Parece que a quienes vivimos en estos territorios de la España despoblada nos hubieran deportado de forma obligada a las colmenas de las grandes ciudades, donde las lucecitas nocturnas convierten los edificios en un tablero de damas, lucecita si, lucecita no. Si fuéramos precisos hablaríamos en todo caso de la España vacía, terruño casi deshabitado y mundo rural en abandono.

La España vacía es un país yermo diferente al urbaniza o al costero. Al sanchismo le dio por hablar de la España vaciada, sin pensar que es un error terminológico y conceptual. Pero da igual, a Sánchez le valen las churras y las merinas, el aceite y el vinagre, las sandías o los melones. Todo sirve para perpetuarse en el poder con vocación de autocracia. En los totalitarismos un día se entra, pero ya no se sale. Véase Venezuela o Cuba. El comunismo es un túnel lóbrego donde no se avista el final.

Sánchez subrayó in illo tempore el compromiso del PSOE en la lucha contra la despoblación con la creación de la “Comisión de Despoblación y Reto Demográfico” en el Senado. El Conde de Romanones, ingenioso político de la monarquía alfonsina, fue autor de frases geniales. Álvaro de Figueroa acuñando citas ha sido el Winston Churchill español. Se atribuye a Romanones la siguiente perla: "Si quieres retrasar, o distraer, la solución de un asunto crea una comisión". Sánchez repite como las morcillas de Noreña y acaba de anunciar una “Comisión interministerial de cambio climático”. Si me apunto a la filosofía nominalista veo en ello un mero sonido, un soplo, un bla, bla, bla. Que así terminará la pomposa comisión. En aire, en la nada.

Castilla y León y otros territorios de España están hoy calcinados. Paisaje lunar, tierra baldía, maldición bíblica de Sodoma y Gomorra. Sus habitantes lloran, pero también están llenos de ira. Esa cólera que genera la impotencia de ver cómo sus campos, sus pueblos, sus casas, han quedado arrasadas. Son ya imágenes en neblina los paisajes donde sus pobladores corretearon de niños, los árboles centenarios en cuya corteza grabaron un corazón con una declaración de amor. Se han quedado sin sus ganados, sin sus colmenas, sin sus casas, sin los manteles del ajuar de novia. Sin los álbumes de fotografías de la primera comunión de los nietos, las bodas de los hijos, los carboncillos en blanco y negro con los retratos de los abuelos. La memoria sentimental no se repara con las indemnizaciones dinerarias que prevé la Junta de Castilla y León. El alma herida no puede comprarse, no tiene precio. El dinero ante el dolor es una perra chica de Alfonso XIII.

A alguien caerá todo el peso del “día de la ira”, sea a Mañueco o a Sánchez. La tierra calcinada seguirá quemando y su rescoldo en los corazones no se apagará en décadas. Los castellano y leoneses se cobrarán su amargura y frustración en papeletas de voto electoral. ¿El consejero Quiñones tenía los deberes hechos? Los fuegos se apagan en invierno con planes estratégicos. ¿Mañueco o el gobierno de España han sido conscientes de que con los campos en ese estado selvático, un incendio se convierte en humanamente incontrolable?

Impasible el ademán, Pedro Sánchez recorre los campos incendiados con su camisa verde, uniforme oficial de visita a lugares de tragedia. Camisa joseantoniana con metamorfosis de azul mahón a verde sanchista. Sánchez mismo es ya una foto ajada en color sepia. Quiere quedarse en el poder para siempre, como aquellos “camisas viejas” de la Falange. Sánchez ya no es Sánchez. Con esa camisa es José Antonio Girón de Velasco o Raimundo Fernández Cuesta. Camisa antañona de flecha de la OJE. Pedro necesita un nuevo terno. Que se lo compre a Marta Álvarez en Emidio Tucci by El Corte Inglés.