No quiero que en el Gobierno haya un albañil o una limpiadora como proponía el otro día Yolanda Díaz. No tiene nada que ver con el clasismo. Tampoco una sindicalista sin más trayectoria para ser ministra de Trabajo o siquiera de Deportes. Hablaba de que cualquiera, sin formación, pudiera llegar a ser ministro. Y lo vendía con esa voz acaramelada de quien te está metiendo azúcar en vena. Pero no es más que una perversión, no tiene nada de aspiración noble.

El éxito sería que cualquier albañil o cualquier limpiadora que quisiera formarse tuviese las herramientas y los medios, porque el Gobierno se los proporcionase y según sus capacidades, como un economista o un ingeniero, pudiera llegar a ser ministro o gobernador del Banco de España.

No sé en qué momento hemos admitido esta tiranía de los mediocres, de la gente que no tiene formación, ni méritos y por eso tiene que ponerle más Photoshop al currículum que el maquillaje que usan para dar a cámara. Hemos consentido que nos gobiernen los peores por ese resentimiento de mirarles desde casa sabiendo que el noventa por ciento de los españoles podría hacerlo mejor. O no.

Lo de Noelia Núñez, la diputada del PP que ha dimitido por falsificar su currículum, no es un caso aislado; es el síntoma exacto de una enfermedad extendida entre nuestras élites a izquierda y a derecha. Ya sabemos que en España la mentira en el currículum se ha convertido en una categoría olímpica, pero con menos mérito que el curling. A ella al menos le han empujado al pudor que no demuestran ahora Patxi López, Pilar Bernabé y compañía. Hay más falsificaciones en el Congreso de los Diputados que en el Rastro.

Hay políticos en el Congreso cuyo único título válido es el abono de Renfe que les lleva hasta la Carrera de San Jerónimo. Lo curioso es que a ninguno de ellos se les exigía un título universitario para ser político. ¿Por qué lo hicieron entonces? ¿A qué esa vergüenza de clase en la izquierda? O será que hasta los que dicen que no entienden que para gestionar un país, para gobernar a cuarenta y siete millones de españoles, sus impuestos y su futuro, conviene acercarse a la excelencia.

Hace dos semanas clamaban por la dimisión de Noelia Núñez los mismos con un currículum más inconsistente que un edificio levantado por Jesús Gil. Porque en España dimitir es de ingenuos y resistir es de héroes nacionales.

A nuestros políticos les falta vergüenza, además de una carrera. Nuestro sistema debería garantizar que quienes nos gobiernan sean los mejores, no premiar al mediocre por su fidelidad al partido o a sí mismo. España no necesita ministros del pueblo, como Yolanda, sino políticos con preparación y responsabilidad, que entiendan que una trayectoria es algo más serio que el menú del día.

El problema no es que Noelia Núñez dimita por mentir, sino que ella sea la excepción. Mientras el PSOE sale a defender en manada las mentiras y las tropelías de los suyos. El problema es que la política española ha creado una cultura donde la mentira es tolerable y la decencia un acto subversivo.

El currículum maquillado es solo la punta del iceberg de un sistema podrido que va directo al desastre por desidia de quienes gobiernan y quienes se dejan gobernar por gente a la que jamás contratarían para un puesto de trabajo en su casa. Tipos que escurren la responsabilidad amparándose en que, a diferencia de una empresa privada, siendo presidente del Gobierno no hay consecuencias por irse 23 días de vacaciones dejando España varada en medio de los escándalos de corrupción que has amparado en el Gobierno y tolerado en tu partido.