Domingo de Ramos y estrenamos la ciudad entera. Hoy Valladolid tiene manos y las tiene todas dispuestas. Y las puertas de las iglesias abiertas y las cofradías en la calle y la primavera revuelta. Cada Domingo de Ramos es el mismo desde que era un crío y, como un milagro, cada Domingo de Ramos resulta completamente nuevo, como si la ciudad lo acabase de estrenar por primera vez. Desde aquel Domingo de Ramos donde estreno mis recuerdos hasta el de hoy. La Calle Santiago, que podría tener más años que esta borriquilla de papelón, parece otra vez nueva mientras avanza la procesión y los niños, pequeños cofrades que entienden mejor que nadie un misterio grande, con ilusión de palmas, renuevan este domingo.
Valladolid se levanta a pulso temprano, el domingo tiene un rumor que suena a día grande desde primera hora de la mañana, la ciudad entera va en hombros como si fuese otro paso entre todos los que pasan por sus calles estos días. Valladolid como una obra de Gregorio Fernández o de Juan de Juni. Como si esta esquina, desde la que yo miro la procesión -Calle Santiago con Plaza Mayor, bajo la bula del soportal– la hubiese tallado un imaginero para que formara parte exacta de la representación de estos días de Pasión, Muerte y Resurrección. Pero Valladolid no es un crucificado. Hoy la ciudad es una dolorosa alegre porque intuye la verdad: que de un domingo a otro va el milagro entero que sostiene una civilización.
Domingo de Ramos con sus cosas a cuestas, que son cosas importantes de verdad. Las de ayer y las de hoy –porque tampoco han cambiado tanto; sólo que antes las cosas eran en sepia y ahora son a todo color. Rojo sangre, terciopelo morado tonalidad exacta a lirio de mi jardín, blanco redención, azul eternidad–. La ciudad lleva a hombros "La Borriquilla" y también nuestra niñez. El Domingo de Ramos es mirar con los mismos ojos, desde la misma esquina, pero hoy sin una abuela que te lleve de la mano entre la gente hasta que se dejaba de intuir y se veía, al fin, cómo venía la procesión del fondo. La mano de la abuela, que siempre sabía cuáles eran las mejores vistas, las que dan al cielo, para ponernos de frente a él.
Valladolid hoy estrena túnicas, golondrinas, plazas, rosales, incienso, «padrenuestros» primaveras, soportales que son paraguas tallado en piedra y un cielo nervioso por tanta espera hasta este Domingo de Ramos que es pórtico de la Semana Santa y ahora que lo escribo estamos ya de lleno en ella.